La gran ilusión

Las  antiguas tradiciones de nuestra raíz indígena, mis valedores. De una de aquellas prometí tratar con ustedes el pasado martes. Y qué a la medida se nos presenta en estos tiempos de crisis y desánimo social, cuando hasta cinco profesionales de la demagogia andan en brama por todos los rumbos de la rosa traficando para su causa en el empeño atraerse a unas masas sociales desencantadas por anteriores demagogos, y con recursos de buena y mala ley (promesas, propuestas, ofrecimientos, lo usual) enfervorizarlas una vez más, como ocurre en este país cada tres y seis años. Es México.

Es el México donde los convenencieros de siempre, con el propósito del medro personal y de clase, tonifican en las masas de siempre una esperanza irracional con el recurso de machacarles una vez más el mismo discurso y  la misma retórica, que en eso consiste su lucrativo negocio. Mis valedores:

Vivimos los tiempos del demagogo y el populista, el simulador y el “mesías” experto en engañifas politiqueras. ¿Pues qué, para nosotros nada significan las lecciones que nos enseña la historia?   Por ahí acabo de leer que la más elocuente de esas lecciones es que nadie las toma en cuenta. Por cuánto a la realidad objetiva, esta que todos vivimos todos los días,  nada cuenta para las masas a la hora de la nueva ilusión. “Pues a mí me late que ahora sí, con este o con esta sí ya la hicimos. Con este o con aquel tendremos un México mejor para todos nosotros, me da la corazonada”. De no creerse, mis valedores.

En fin, que en tiempos aborrascados como el presente vale el esfuerzo de ponderar aquí y ahora la leyenda meshica de aquel individuo que de manera temporal encarnaba al Espejo Ahumado, Tezcatlipoca, con un final que ya quisiéramos tantos para los embusteros de la promesa fallida y la esperanza inútil. ¿Conocerá alguno de ustedes la leyenda del Tezcatlipoca terrenal? ¿Cuál de los cinco será el nuevo diosecillo temporalero?

Relata el cronista que un año antes de la fiesta del dicho Tezcatlipoca compraban los mercaderes un esclavo. (¿Los Servidje, Lorenzo Zambrano, Roberto Hernández de los grandes dineros que por aquel entonces mercaron al esclavo como los actuales al actual?) Mercaban a uno que fuese bien hecho, sin mácula ni señal alguna, así de enfermedad como de herida o golpe (No muy bien hecho en el caso del actual, si nos atenemos  a la añeja descripción que de él hizo un  Manuel Espino, por aquel entonces presidente del PAN. Por una extraña razón el que mercaron esta vez a cada rato se cae de la bicicleta. Vuelvo a la crónica.)

Al dicho esclavo “lo purificaban lavándolo en el lago que llamaban de los dioses (aquí nunca lograron lavarlo ni lograrán purificar al impuro de nacimiento),  y ya habiendo sido purificado le vestían con los ropajes e insignias del ídolo (una especie de banda presidencial)  y poníanle el nombre del dios, y andaba todo el año tan honrado y reverenciado como el mismo ídolo (aquí, ni honra ni reverencia, sino todo lo contrario).

El Tezcatlipoca de temporal traía siempre consigo doce hombres de guarda porque no se huyese (al actual doce también, pero en la cuenta de ejércitos, divisiones, escuadrones, pelotones, guardias presidenciales y francotiradores apostados en cada azotea de colonias enteras clausuradas al tránsito de ciudadanos porque al remedo de Tezcatlipoca le nació el capricho de visitar el tanto de diez minutos  a las autoridades de la entidad); y con esa guarda le dejaban andar por donde quería.

(La fábula sigue después.)

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