Que detesto la fiesta del toro, dije a ustedes ayer, y que fue una sota moza la que me llevó a cierta corrida dominical donde iba a torear una nueva versión de Lorenzo Garza, Lorenzo el Magnífico, el “Ave de las Tempestades”. Acepté acompañarla con la esperanza de terminar intimando con ella, pero vino a resultar que ni tienta, ni tentadero, ni un forzao de pecho. Sólo allá abajo una charlotada que remató en inmundo herradero. Asqueante.
Porque el diestro zurdo, sin calcular sus escasas facultades como torero en la “México”, con pasitos pintureros que parecen la pura verdad:
– ¡Dejarme solo!
Solo me lo dejaron, si descontamos las tanquetas, las vallas, los miles de chaquetines, los francotiradores en las azoteas y las trece colonias acordonadas en derredor de la plaza. Y que salta a la arena un burel barroso, 500 kilos sobre sus lomos: “Chapo Guzmán”. Ahí, pinturero, queriendo parecer bien plantao y echao pa´lante, el zurdo encrespa una ceja, pega esos pasitos con los terrenos cambiaos:
– ¡Aja, toro bonito!”
Y a alzar la ceja, y a lidiar aquel marrajo de mala embestida que no para de gazapear. Pues sí, pero lástima…
Lástima, mis valedores, porque mucho ajá, mucho alacranar de cejas, mucho citar en corto, pero puros trapazos al aventón, y a la primera embestida tíznale, el reculón, y salírsele por piernas y tirarse de bruces en el burladero, y a ver, venga ese micrófono, que ya tengo listos excusa, pretexto y justificación para el miedo pánico. “Es que legisladores y gobernadores nomás no ayudan”. Pobrín.
Solo y su alma en el ruedo, el marrajo lanza gañafonazos al viento. Mala puñaláa te den. Impaciente, el del tendido:
“¡Mucho toro para ti! ¡Te van a regresar vivo al corral!
Porque sí, una segunda edición del “Ave de las tempestades”, pero sin la grandeza de aquel que, casta y pundonor, sabía crecerse al castigo. Después de que al diestro le regresan vivo al corral Inseguridad pública, se abre la de toriles y brinca a la arena “Desempleo”. Negro, escurrido de carnes, fino de agujas, y qué modo de embestir: un costal de mañas que ha criado sentido de tanto que lo han trasteado los maletillas. Nunca embiste por derecho, sino venciéndose por la derecha. Yunquera. Vaticana. Clerical. Beatífica. “¡Láncese, mataor!”
El diestro (zurdo) cita de largo, y el bicho se arranca, y el otro bicho, por dar un forzao de pecho da un forzao de nalgas, y pega la corretiza y ábranla, al callejón. Vivos se le fueron al corral “Desempleo”, “Crisis económica”, “Crimen organizado” y todos los demás cornúpetas, sobre todos los de cuernos no de burel, sino cuernos de chivo. Espantable.
Y la escandalera del respetable, que con lo carbonoso hasta lo respetable perdió. El tendido de sol propone, por vía de mientras, capar al maleta. Los de sombra, ecuánimes, no; ellos votaron tan sólo porque algún espontáneo vaya a clavársela hasta los gavilanes, y redondear la faena con la puntilla, el descabello y el arrastre entre cabestros. Del gabinete.
Vi bostezar a la moza. Vi bostezar al burel. Vi que la plaza era un gigantesco bostezo, y ahí, al final del sexenio (“al final de la lidia”, me corrigió mi dama) sigue en su punto la trágica charlotada, qué contrasentido, con el maleta enzarzado en pleitos verbales con taurófilos y villamelones que se desquitan choteándolo cada que abre la boca; al trascuerno todavía, que mañana lo hará en su cara la cuadrilla completa, que de adictos ya no le quedan más que chuchos y Ebrard. (Final de la lidia, el lunes.)