Santa simplicidad

El laberinto de Creta, ¿lo conocen ustedes? Y quién no lo ha oído mentar, si es uno de los episodios de la mitología griega que ha logrado llegar al conocimiento público.  Lo conocen ustedes, y aunque algunos no por su nombre, sí por sus efectos en la vida pública de la comunidad. Aquí la síntesis del susodicho laberinto.

Minos, el rey de la Isla, recibe de Poseidón un magnífico toro blanco para que le sea sacrificado. “Pero qué desperdicio”, calcula Minos mirando tan soberbio animal. “Será el mejor semental para mi vacada”, y sacrifica  otro de su rebaño.  Pero, mis valedores, su acción cayó en la conducta de la “hybris”, desmesura, que los dioses castigan con todo rigor, y el castigo que recibió su codicia y desobediencia no pudo ser más despiadado.

Y fue que Poseidón (Neptuno), inspiró en Pasifae, la esposa del infractor, una torva pasión por la bestia,  y acalambrada de pasión, la reina mandó a Dédalo, el ingenioso: “Haz  posible que nos ayuntemos”.

Y qué hacer. Dédalo forja una vaca hueca, dentro de la cual Pasifae logró recibir al toro. ¿Lo sabía Minos, no lo sabía? El mito pasa esto sin ruido, de puntillas. En fin, que  de tanto repetir el acto zoofílico Pasifae fue fecundada y parió una monstruosa criatura dotada de una soberbia testa cornuda, con cuerpo de humano de los hombros hacia abajo. El Minotauro, sí, que se alimentaba de carne humana. Atroz. (Bueno, sí, ¿pero todo eso en que pudiese afectarnos?)

Y ahora cómo mantener encerrados el secreto y la monstruosa criatura. Dédalo, una vez más. “Construye una cárcel”,  le ordena Minos.

Y así nació el laberinto, de fácil entrada pero del que nunca las víctimas podían hallar la salida, y cuyo destino final era el vientre del monstruo, cautivo en él. Parte de la dotación de carne eran doncellas y jóvenes griegos que de tanto en tanto tenía que enviarle Egeo el rey.  Pero esta ya es otra historia.

Pero en medio de su tribulación los pueblos siempre cuentan con ese individuo que ante la necesidad se alza a la altura del héroe. Tal fue Teseo, el hazañoso predestinado que se incluye voluntariamente entre las víctimas, enfrenta al engendro, lo vence, lo mata y sale del laberinto.

¿Salió? ¿Cómo, si era empresa imposible, o casi? Y tan fácil resulta cuando se conoce la solución: un ovillo que  Ariadna, enamorada de Teseo, le proporciona  para que al penetrar en los recovecos lo vaya desenrollando, de modo tal que al dar cuenta del monstruo pueda regresar y encontrarse con la doncella para que juntos… Pero esa es también otra historia. Mis valedores:

De las tantas interpretaciones que para casos diversos encubre el mito hoy me propongo aplicar el símbolo del monstruo y el laberinto a esa política de corto plazo que a tantos trae con el seso sorbido. ¿Pues qué? ¿Seguiremos atenidos a una política cortoplacista que depende no de nosotros, sino del Minotauro? Crítico es por su culpa  el nivel de vida de todos nosotros, y es sólo nuestra la solución, que radica en el ejercicio de pensar, estudiar la historia, observar y analizar la realidad objetiva y autocriticarnos para que seamos nosotros, no esa política de corto plazo que forma parte esencial del Minotauro, quienes trencemos el  hilo de Ariadna que nos libre del Minotauro y nos muestre la salida del laberinto. ¿Pero nosotros (ciegos, tercos) a persistir en el recurso  irracional de “¡exigirle!” al Minotauro, una y otra vez, a lo demencial,  que por amor a nosotros nos muestre la salida y él se quede sin comer? Santa simplicidad. (Regreso.)

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