Sicalíptica

¿Me atreveré a comunicar a ustedes mi tragedia personal, con semejante tufillo a desvergüenza y cinismo? Aquello fue embarazoso en verdad: tener que usar a mi vieja, cuando ya ni ella ni yo estamos para tales excesos.

Todo eso me sucedió una noche de miércoles.Yo ya me había acostumbrado a la joven recién llegada. Cuando me vi precisado a requerir los servicios de la vieja, válgame, que ni los iniciales manoseos la hacían entrar en calor. Seca, reseca, sin gota de lubricación, que al tentalearla percibía sus articulaciones reumáticas. “Anímate, viejita, tú puedes”. Y dale con las dos manos, e inténtalo con los dedos, pero ella, nada, que a estas alturas de su vida se me ha vuelto insensible a cualquier incitación, así las yemas de mis dedos toquetearan sus puntos sensibles, ahora tan, pero tan insensibles. Y ni cómo revivir un cadáver. (No que más antes, ella y yo, vibrando al unísono. Qué tiempos.)

Insensible, sí, pero no por culpa suya, sino de este insensato, que por la recién llegada la abandoné durante años. Si la pobre hubiese sido estimulada de vez en cuando no porque me proporcionase placer sino por que no se marchitase del todo, ahora, tal como cuando era joven (cuando éramos jóvenes), podría dar de sí; no que ahora me estaba dando de no; y qué hacer. Derrotado en mis intentos, pensé, con Neruda:  “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Melancólico.

Esa noche la requerí, y por principio de cuentas me la acerqué al pecho, la sobé con mis manos y válgame con mi vieja, qué respuesta frustrante: ella reseca, impaciente yo; ella insensible, yo con los entusiasmos que de tan ruda manera se me iban enfriando. (Y qué hacer, sino…)

Pero yo soy tenaz, y andaba excitado. Cuando me convencí de que con la vieja todo era inútil pensé en la práctica de mi juventud, y a echar mano de la técnica manual. A mis años. Muy animoso comencé, pero no, que al esfuerzo me fui desinflando, lástima.

Total, que ni con la vieja ni a lo manual, y ahí el dilema ¿renunciar al intento, cuando las imágenes excitantes me acalambraban la mente? Con brusquedad hice a un lado a la estéril y también renuncié al intento manual. Qué desaliento, qué sentimiento de frustración. En la penumbra del íntimo recinto de mis escarceos permanecía en silencio, respirando gordo, aguardando una mejor ocasión. (Qué pena, no debería ser tan explícito, pero en fin.)

Recordé: tengo una amiga ducha en estos menesteres, ¿la llamaré por teléfono? Pero ella, a estas horas ya a punto de ir a la cama (a su cama), qué puede hacer. Tengo también un amigo,  ¿pero llegar al extremo de molestar a un varón, sabiendo que en el trance en el que me encuentro nadie, que no sea hacerme la labor por propia mano, lo puede llevar a cabo por mí? Mis valedores:

Fue así como descubrí mi inutilidad para escribir a mano después de comprobar cuánto se ha deteriorado mi vieja máquina de escribir, que el tanto de décadas me acompañó en el oficio de escritor, y cuánto dependo de la recién llegada computadora. Esa noche me fui a la cama, y herido por la frustración, pensaba: ¿en un país civilizado dejarían a toda una colonia inutilizada horas y días por falta de luz? Y sin energía eléctrica qué pudiesen hacer mi amiga y mi amigo, técnicos en electrónica.  Total que ayer, a media mañana…

Dos de Luz y Fuerza se estacionaron enfrente, y trépate a la escalera, y el tanto de tres minutos jurgunearon cables, y  hágase la luz. “Un papalote trasroscó los cables”. Y el remate nacional: “Ai pal chesco, ¿no?” (Ah, mi país.)

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