Agónico

Una vivienda digna y adecuada para todas las familias mexicanas es una prioridad fundamental de mi gobierno. Hoy en día ya no es problema adquirir una casa en México. (El padrastro de los Sahagún, por supuesto.)

Al trance agónico que sufrió un tal don Camilo Rolón aludí ayer aquí mismo, y que aquello ocurrió en un de esos palomares con los que en el sexenio de la “pareja presidencial”  traficaron los Bribiesca Sahagún. Una vez que a codazos entre la multitud (8, 10 vecinos) logré alcanzar la estancia-comedor (2 x 2 metros cuadrados), quedaron prensados los de la caderota, sus pechos, y la mía, mi nariz. Ella, tratando de ponerse de lado:

– De veras, digo, qué huevos.

Me ruboricé. “Créame que no es mi intención”.

– Hágase guey –y trató de propinarme el codazo, pero cómo. Se concretó al golpe verbal. Qué huevitos, pensé escandalizado. Por qué los hijos de toda su reverenda Marta no los construyen a la humana dimensión.

– Un puñito de casa, dijo ahí el de la cotorina azul plúmbago. “Tampoco hay que exagerar”, dije. Y él: “¿Qué no? ¿Sabe usté que cuando mi Licha recibe al sancho yo me tengo que salir, o nos hacemos estorbo?” “Cómo. ¿No espera a pie firme para lavar su honra?” “Mi honra es muy grande, oiga usté, para lavarla en un lavadero de este tamañito, y con el sancho encima de mí cuando se bajó de mi ñora. En este huevito de casa no caben los dos. (¿qué me quiso decir?) ¿Por qué cree que cuando salió con su premio la hija soltera del depto. EN/546 tuvo que salir por piernas el primo que tenían de arrimado y que se arrimó tantito más de la cuenta? Ah, qué huevos…

De repente logré avanzar unos pasos. Tres, cuatro, y rebasé la estancia comedor. Un resuello hondo, dos pasos más, y estaba yo en el dintel del dormitorio donde la muerte se había acomodado -de ladito. En el camastro, de ladito también, ya lívido y con el polvillo en la nariz, caedizos los párpados y afiladas sus facciones, don Camilito, aquel estertor, el  silbo agudo, el blanco traslúcido de la piel. Ah del agonizante…

Observé la escena: en aquel cuarto de 2×2 apenas cabía el camastro, pero con paciencia y salivita los hijos de don Camilito habían hecho caber también un crucifijo de este tamaño (de ladito, por la falta de espacio), una imagen de Juan Pablo II y, todo  vestido de amarillo y como a punto de embestirlo (de ladito), Satanás. La  sempiterna lucha del bien contra el mal. Ahora que ya fijándose: no Lucifer, sino el barbón del greñero, goleador del América.  Los deptos. de interés social…

Silencio, unción, recogimiento. Ahí, imponente, la muerte, que empieza a coexistir en la misma cama con el que agoniza, seca la boca y el aliento a sepulcro, ella y él de ladito. ¿De qué se moría? A saber. Todavía un día antes los doctorcitos del Seguro Social, categóricos en su diagnóstico: gripe o indigestión; un médico particular: cáncer; el doctor Simi: tres genéricos contra las paperas, y como nuevo. En un punto todos estuvieron de acuerdo: había que comprar el cajón. Yo ahí, contemplando al que se extinguía. Desgarrada voz, el primogénito: “Papá, ¿me alcanza a oír todavía..?”

De ladito junto al primogénito, el primogénito del primogénito pistojeaba, se escarbaba las narices, bostezaba. A su lado, la del ombliguito saltado y el de pecho, con su madre acá, en el dintel, sin poder entrar al cuarto porque de por sí ya era robusta desde que se la robó el Rolón chico, y luego el parto, y ese par de pechos que no leche, sino jocoque, pues… ni de ladito.

La agonía termina mañana. (De ladito.)

 

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