Lodo biológico

Siglos atrás, en la anchurosa imaginación de Rabelais, novelista francés, existió un reino de encantamiento que regían Gargantúa y Pantagruel y poblaba una sarnienta galería de curas rijosos, pícaros de la engañifa, hembras del toma-y-daca carnal y toda suerte de esos vagamundos que vienen y van a contracorriente de leyes y reglamentos. La picardía en pleno, pues.

Entre pícaros tales el más tal de todos era  Panurgo, rufián tramposo y  camandulero que cierto día, viajando en algún navío cargado de carneros que un comerciante llevaba al mercado, trabó con el borreguero agria disputa por un asuntillo teológico: que si Dios, siendo uno, era trino también. ¿Uno y trino? No me ech-inglés. La disputa terminó en una zanfranza a estacazos. De súbito:

– ¡Alto, los valientes no asesinan! El clérigo de a bordo logró amansar la tranquiza. Pues sí, pero no, que Panurgo  era de muy mala condición, mala entraña y corazón bandolero, y no quedó conforme con la ración de estacazos, y mucho menos con aquello de que Dios, siendo uno, es trino también. Rencoroso de natural, en un rincón del navío cavilaba buscando un desquite que no fuese a enfrentarlo con la justicia, como la puñalada trapera que tuviese que pagar en galeras. ¿Qué desquite será el adecuado, Dios mío según esto uno y trino?

Panurgo, como todo baquetón, era ingenioso, de modo tal que, de súbito, eureka; con el perfecto plan enfrentó al comerciante en carneros:

– Haya paz, y por que mire su buena merced que no le guardo rencor por aquello de que Dios, de ser uno, es trino, quiero tratar con vos un asunto de carneros. Vendedme uno, mi señor.

– Todo fuera como eso. ¿Por cuál os interesáis?

– Por aquel que está olisqueándole las verijas a la borrega. ¿Cuánto?

– El más gordo requerís; el más caro también.

Ahí se inició la maniobra del regateo. Que os ofrezco tanto por el carnero, pagadero en tres monedas de oro que son tres odas, y que no odas, que mi animalito no me robé, y que no voy a malbaratarlo como si  yo fuese Calderón, vos el gringo  y mi animalito PEMEX. Se cerró el trato y el remate del plan: Panurgo, con el carnero pataleándole los brazos, de repente arrimó el animal a la borda y a la vista de la manada lo arrojó de panza a las olas del mar. Venganza cumplida.

Cumplida, porque siendo el carnero el animal estúpido por excelencia, que a lo acrítico reacciona al lema de que “lo que hace la mano hace la tras”, el animalero de miércoles –de jueves- comenzó a saltar en fila india detrás del que le precedió en el salto, carneros dejaran de ser. ¿El mercader, entre tanto? Ese, chillando, en vano intentaba detener la borregada. ¿Panurgo? El tal, pepenado del palo mayor, se pandeaba de risa:

– Caro me costó el carnero, pero qué sabroso me vengo, por Dios uno y trino. Cómo me vengo, que hasta me estremezco al sabor de la dulce venganza.

A esto quería yo llegar: en esta temporada electoral: ¿cuál fue el primer  borrego que pegó el brinco de su partido al rival? ¿Cuáles, cuántos chaqueteros se fueron tras de él? ¿Cuántos convenencieros están a estas horas en el gobierno de cuántos estados federativos? Estúpidos son los borregos, sí,  pero no inmorales como esos chuchos ortega pragmático-utilitaristas huérfanos de ideología y dignidad personal, heces politiqueras que al  precio de la indignidad han logrado su tajada de medro personal. Provecho, chuchos  “perredistas” de la calaña de Angel Heladio, ángel de la guarda de tantos cadáveres no tan sólo de  Aguas Blancas y El Charco, sino también de la base social perredista. (Borregos y chuchos, agh.)

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