El zapatero criticón

No resistí más. Encaré al criticón:

– ¿Así que a seguir flagelándonos? ¿A seguir renegando contra los beatos del Verbo Encarnado de ayer, de hoy y del futuro?

– Su madre les mentaría, si tuvieran.

– ¿Ignora que todo lo bueno y todo lo malo que ocurre en este país es responsabilidad directa de todos nosotros, los dueños de la casa común? Si la labor de quienes contratamos a muy alto precio para el servicio de la casa no es lo eficiente que esperábamos de ellos, a despedirlos y contratar a unos eficientes. Con que las masas sociales nos organicemos en forma debida…

– ¿Así de fácil? A usté ya le llegaron al precio, y lo único que me extraña es que así y todo  mande componer esta tiznadera de chancas.

A de los reniegos me referí ayer, zapatero que prometió revivir mis botines, soberbia estampa que de tanto pisarlos terminaron  por degenerar en ruinas deformes. Mientras el remendón los examinaba y montaba en la banqueta su taller ambulante tuve que escuchar aquel vómito de reniegos e insultos de madre arriba contra Los Pinos y anexas. Lo usual. Yo, impaciente, dejé  en sus manos la suerte de mis botines y subí a mi depto.

Fue al final de la tarde cuando encaré mi par de botines; apenas salidos de terapia intensiva en el quirófano zapatero, el desastre: no cirugía sino autopsia. Lívidos los contemplé, desangrados, que habían perdido el color. Y las suelas: de la mejor calidad se me había prometido y la pagué al contado, pero aquella carnaza tiraba a cartón mal pegado con plastas de engrudo. No, y al tratar de probármelos: de cálido albergue que fueron para mis pies, que algo tenían de atributo femenino, mis botines se habían convertido en covacha   inhóspita, desapacible, erizada de salientes, recovecos, hondonadas, una a modo de estalactita a la altura del gordo y una estalagmita contrapunteándose con el talón, válgame.

Y tan honesto que parecía el remendón, y tanta confianza que me inspiró en el momento en que mirándome  a los ojos me juró por su madre santa que habría de utilizar lo mejor de su arte y cueros para revivir mis botines. Pero botines vemos, remendones no sabemos. Renegué:

– ¿Qué horas hace que conmigo se desquitó vaciando toda su carga de bilis negra contra los beatos del Verbo Encarnado y las honorables familias Salinas, Montiel, Fox y Bribiesca Sahagún? ¿No recitó de corrido y se las mentó a la Gordillo, Romero Deschamps y compinches?

–  Punta de pútridos, hijos de su pura madre.

– Usted, como millones de paisas, vive exasperado frente a las hechuras de esos sinverguenzas, ¿pero y usted? Mire el servicio que me cobró a muy buen precio. Son millones los paisas del “ahí se va” y “el que tiene más saliva traga más pinole”.  El obrero, el abogado, el burócrata y el industrial.  No, y ese médico Sanjurjo que me dejó el epigastro (¿?) como usted mis botines. Ellos, usted, desde su margen para la corrupción, ¿no tienen como segunda naturaleza la engañifa y el escamoteo? ¿Y esta sociedad quiere estadistas en el gobierno? ¿Los sinverguenzas Montiel, Fox, la Gordillo y Salinas de dónde salieron, si no de esta sociedad corrompida? Cada pueblo tiene los corruptos que se merece, acuérdese. ¿Usted no se reconoce entre ellos?

Que mi tiznada no sé que, y fue ahí  donde peló la cuchilla. Yo, el valiente, di el cerrón a la puerta, de dos en dos trepé la escalera y me encerré en mi cuarto. Desde la ventana, a gritos:

– ¡Tiene usted la mecha más corta y menos capacidad de crítica que el tal Calderón!

– ¡Tizne a su m..!

(¿Quién?)

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