No lo perdono, señor

Yo le perdonaría todo el mal que nos causó a tantos con el fraude que fue a encaramarlo a Los Pinos. Le podría perdonar que para embrocarse la tricolor se valiera de toda clase de tretas, “dados marcados” y una abominable “elección de Estado”. Se lo perdonaría, señor.

Y también que para treparse, primero, y mantenerse después, sin provocar una insurrección en las masas, invierta una enorme tajada de nuestros impuestos manipulando a pobres de espíritu aturdidos con una propaganda aplastante. Que lo hayan trepado los enemigos históricos del país: la Casa Blancay los mayores capitales de este país, pasando por  los cristeros tardíos de El Yunque, los púlpítos de los Rivera Carrera y el duopolio de la televisión. Le perdonaría que con su nefasta política de arropar y ser arropado por sotanas, casullas y capas pluviales, siga emporcando un estado laico mientras (la banda tricolor entre pecho y espaldas) convierte el  país en basílica del Verbo Encarnado.

Todo esto le perdonaría; que mi país sea manejado por usted,  un individuo ayuno de todo carisma, de toda personalidad, mediocre hasta el tuétano de los huesos. Esa su voz que ventosean todos los medios de condicionamiento de masas, ese su aspecto de burócrata poquitero, esa su cortedad de expresión, su cortedad de miras (¿usa bifocales?), su cortedad de físico, donde todo lo que se eche encima le queda grande. (Aún traigo en la menta su disfraz de mílite, con un  chaquetín cuartelero todo guangoche, y que se haya dejado encasquetar una gorra color verde olivo con cinco estrellas, atuendo que a usted le sentó como a la de la fábula un par de aretes, tan impropio ya no de un estadista, ni siquiera de un buen gerente de la sucursal México de la matriz en Washington.)

Yo le perdonaría que después de un proceso electoral turbio, pantanoso y  mostrenco, su  medida de gobierno inicial fuese correr a Washington, y con la oferta de continuar imponiendo a las masas populares el azote neoliberal se haya puesto a las órdenes de su jefe nato por aquel entonces, el Bush genocida de la Casa Blanca.

Perdonaría que haya incumplido todas sus promesas de campaña y que  en lo que va de su gobierno el país se  haya endeudado y retrocedido en los rubros de política económica y financiera; que con sus políticas erróneas lo haya desacreditado casi tanto como con esa estúpida guerra que  por afanes de una legitimación imposible decretó contra el narcotráfico, guerra que tiene perdida y a usted lo acabó de perder, que acabó por desacreditarlo, y de paso al país, y orillado a ser motejado de estado fallido, y perder el control de grandes áreas del territorio patrio.

Le perdonaría, señor, que haya dejado de ser jefe de gobierno para tornarse jefe de partido. Su manejo torpe  de la crisis, el  desempleo, el empobrecimiento de las masas populares, una canasta básica inaccesible…

Todo se lo perdonaría  si de sus manos no chorreasen lloraderos de sangre inocente, esa misma que usted, a lo zafio, denominó “daño colateral”, y para colmo de lo insensible, fijándole una cifra: “apenas” (Dios) el 10 por ciento de la mortandad. Por la carnicería de mujeres y ancianos, de jóvenes y adolescentes, de niños. De criaturas. Por esos cadáveres, señor, yo no lo perdono. Nunca lo perdonaré. Y ya usted está por irse al desván de la historia, si sigue vivo, mientras que yo, si vivo,  seguiré en situación de acusarlo por el derrame de sangre inocente que clama justicia a los cielos. Atroz.

Es cuanto. Vale, y firmo para constancia. (Total…)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *