Los futbolistas paraguayos Vera y Barreiro fueron víctimas de extorsiones telefónicas. Tienen la intención de dejar el país en cuanto sea posible, con todo y familia.
No creo que esos futbolistas deberían preocuparse hasta el grado que lo expusieron el pasado jueves. Ellos viven una “justicia” particular, mexicana. Baso mi creencia en dos hechos ocurridos hace algunos ayeres: el secuestro del padre del entonces futbolista Jorge Campos, y simultáneamente el de Primitivo, un hermano de Sor Ruperta Díaz, misionera franciscana. Yo, ante la clase de justicia que se aplicó a ambos secuestros, envié a la monja este mensaje que a Vera y Barreiro los puede aleccionar:
Madre franciscana: “Todos somos iguales, pero unos son más iguales que otros, afirma Orwell. Por otra parte, ¿sabe de futbol? ¿Sabe que un equipo se forma con 11 jugadores? Las atribuciones del jugador son juventud, estatura, fortaleza, técnica y mucho amor a la camiseta. Y cómo no amarla, si ahí, entre pecho y espalda, porta la propaganda de las transnacionales que lo enriquecen hasta la náusea: aguas negras, tabaco, cervezas, en fin.
No sólo dólares le regala el jueguito; fama también, y honores y distinciones, y la adoración de la Perra Brava, ese hincha que hincha las arcas de los alquilones y demás mercachifles del jueguito manipulador con el que los pobres de espíritu se sienten héroes por delegación. El ascendiente que logran de una fanaticada ávida de hazañas que no puede o no quiere realizar por sí misma, júzguelo por este detalle: a cierto jugador de un equipo de esos le acaban de secuestrar a su papacito, un tal Ñoño Campos. ¡Al padre del portero de la selección mexicana del clásico pasecito a la red! ¡Inaudito!
Madre Ruperta: ¿hasta su reducto religioso le llegaría la convulsión, la compulsión nacional? La escandalera y el cacareo que alzaron radio, TV y periódicos llevó a la Perra Brava a arrodillarse, alzar los brazos y orar, llorar, darse golpes de pecho, tomar litros de licor y tomar como propia la tragedia del jugador priísta y su ñoño padre, más priísta todavía. Madre Ruperta:
Toda la policía, en brama y desbozalada, se echó tras los rastros de los secuestradores, y pronto apareció el Noño priísta gracias a la presión de todos los mexicanos (menos yo, madre; de tantas cosas tengo que avergonzarme, pero de esa no). ¿Los dólares del rescate? Tres juegos en la cancha y ahí están. ¿Y los secuestradores? Ya en la cárcel. Justicia pronta, expedita, mexicana…
Madre: a su hermano lo secuestraron desde hace meses. Puso usted la denuncia ante las instancias correspondientes, y aun dio los nombres de los presuntos secuestradores. ¿Y? Las autoridades se niegan a girar una orden de aprehensión. “Es que no nos consta que hayan sido ellos”. ¿Y radio, TV, periódicos, madre, ellos tan estrepitosos con el caso del Ñoño Campos? Con la tragedia de Primitivo, silencio. ¿Ve, madre, lo que sucede en este país con una justicia supeditada a la fama de la víctima y al criterio de los “medios”? ¿Por qué Primitivo Díaz Camacho, secuestrado desde hace meses y tal vez sacrificado a estas horas, no fue portero de fútbol? Clamó el cursilón del periódico, con el Noño ya de vuelta en el hogar:
“Y Campos volvió a sonreír…”
¿Comprende ahora, madre, por qué en México hay que saber de fútbol, jugarlo y volverse tan importante para la justicia mexicana que de inmediato se avienten a rastrear, morder, torturar, hasta en cosa de días liberarle a su Ñoño padre? (Conque, futbolistas Vera y Barreiro… en fin.)