Humo y niebla, mortífero

El tabaquismo,  mis valedores. Que a partir del 2011 al adicto habrá de costarle siete pesos más la cajetilla. Como respuesta, las tabacaleras transnacionales amenazan con dejar de invertir en el país, pero sus amenazas no importan, que importan el 80 por ciento de los tabacos con los que el país convierte millones de pesos en humo y niebla, y no más.  Esas transnacionales  mal generan unos 5 mil empleos, cuando en  los 80s. se destinaba a la siembra mil veces más superficie, y lo que pagan de impuestos equivale a  la cifra que la Sec. de Salud invierte en el tratamiento a las víctimas del tabaquismo. Total, que el impuesto al precio del humo salvará hasta 60 mil vidas…
Yo en un tiempo fui una de sus víctimas. En bofe propio conozco los males que acarrea el cigarrito, y cómo no conocerlas, si media juventud la viví pegado al cancerígeno para, aturdido que soy, tender una cortina de humo a mis problemas personales. Calmar los nervios, sí. Estabilizarlos. Cándido de mí, porque a amamantones de nicotina cuál problema iba a solucionar, que sólo se me encrespaba, y préndete otro, y a humearte los bofes, bofes ahumados. Mortífero…
Y ocurrió (para mi mal, pensaba, pero fue una bendición) que de Guadalajara fui aventado hasta esta ciudad, y vine a dar al cuarto de vecindad en la Plaza del Estudiante. Engentado, azorado, pistojeaba en derredor, y como me decía la suriana del trabajo doméstico: “Así andaba yo, que nomás no me hallaba…”
Me hallé, y hallé a la estudiante de lentes con la que coincidía en el cine Sonora, que así, desdeñosa, me mantenía a distancia al igual que las tantas más que antes de ella me habían rechazado. Traté de arrimármele. Me frenó:
–  De lejecitos está mejor.
¿También ella? ¿Ella también? Le confesé mi frustración: ese era mi destino, el rechazo de la mujer.
– ¿Y aún no sabe por qué lo rechazan? ¿No se ha puesto a pensar? Oiga, ¿por qué fuma?
–  Para calmar unos nervios atirantados porque ninguna muchacha acepta que me le acerque. Mis intenciones son sanas, créamelo.
– Sus intenciones puede ser, pero no su aliento, ese condenado hedor.
¿Mi qué? ¡Lo vine a saber entonces, rayo que me estalló en seco!
– ¿Pues cómo se le van a acercar, con ese su aliento rancio, acedo,   que  a mí me tiene a punto de vómito? Oiga, ¿y si dejara de fumar..?
Mucho lo había intentado: poco a poco retirarme del vicio, chupar pastillas de nicotina, chupar caramelos, chupar pomo, chuparme este dedo, este otro,  rezar. Todo inútil. Nada lograba zafarme del cancerígeno, ese que se me tornaba segunda naturaleza. Pero, mis valedores,  qué vicio se le resiste a semejante bochorno, a vergüenza como aquella que una estudiante de lentes me hizo pasar…
Arrojé por delante toda mi fuerza de voluntad, arrojé un escupitajo, arrojé el cigarro, la cajetilla, me lavé la boca, y hasta hoy, suertudo como soy de que me tengas contigo, Nallieli mía, mientras (mi aliento rechinando de limpio y nunca de los nuncas un humazo ni  gota de licor) miro llover sin mojarme, pero sí con tristeza: las campañas de segregación y desprecios, discriminación, reglamentos, multas e impuestos que se abaten sobre los fumadores, con las heroicidades de tantos  por desahijarse del humaredón, mientras las maniobras oficiales para deshollinarlos se tornan vanas. Lástima.
Por cuanto a las autoridades que intentan liberar a lo fumadores de plaga tan perniciosa, ¿se habrán puesto a pensar el origen de tal adicción? De ello hablaré después. (Aguarden.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *