Estado y sociedad

“Para vivir mejor, la sociedad civil crea, como un utensilio, el Estado. Luego, el Estado se impone, y la sociedad tiene que empezar a vivir para el Estado. A esto lleva el intervencionismo del Estado: el pueblo se convierte en carne y pasta que alimenta el mero artefacto y máquina que es el Estado. El esqueleto se come la carne en torno a él. El andamio se hace propietario e inquilino de la casa”.
Y a propósito de ese Estado opresor y represor a su hora, ¿no  conocen ustedes el cuentecillo de El elefante encadenado? De conocerlo, ¿sigue en nosotros la resistencia a pensar, a la autocrítica, a la creación de estrategias para darnos ese  gobierno ideal,  que mande obedeciendo?  ¿O habremos se seguir confrontándonos con ese Estado prepotente y atrabiliario con la pura fuerza del reniego, el verbo e-xi-gir y la toma de la vía pública, para recibir del Poder el desprecio y la mofa: “ni los veo, ni los oigo, ni los siento, y háganle como quieran”? El elefante encadenado, mis valedores…
Para aquellos de ustedes que no conocen el cuento lo relataré después. Porque todos nosotros, a semejanza del proboscidio… en fin.
Porque es el criterio de muchos de ustedes, expresado de viva voz o en sus mensajes telefónicos: sueño guajiro el tuyo,  y no más, me contestan. Tal es la reacción de  ciertos radioescuchas de nuestro espacio comunitario de Domingo 6, que se transmite cada domingo en Radio Universidad, cuando les propongo, como vía para que aflore en nosotros el poder popular que nos capacite para darnos un gobierno al que obedecer como sus mandantes,  la organización celular autogestionaria. “Sueños guajiros, valedor”. Puros sueños guajiros, replican, y ante la propuesta responda el sarcasmo, la ironía, la burleta…
¿Semejantes irónicos no se habrán puesto a pensar, y en un ejercicio de autocrítica caer en la cuenta de que cuando befan y vejan esta propuesta y la tachan de irrealizable se están befando a sí mismos, exhibiéndose de adolescentes mentales incapaces de crecer, de madurar, de hacer algo por sí mismos? Y qué hacer: a seguir delegando, y a seguir soportando las desmesuras del Estado, y a seguir refugiándose en el escepticismo y en la única ley que respetan, la del menor esfuerzo y así  continuar,  inmaduros, con  el reniego puntual, el e-xi-gir  y la mega-marchita nuestra de todos los días contra las medidas del Sistema de poder, tan perjudiciales para nosotros…
Fue el propio Poder el que nos infiltró tan inútiles métodos de defensa. Y si no, ¿dieron  algún resultado favorable para las masas sociales las grandes movilizaciones de médicos, maestros y ferrocarrileros a finales de los años 50? ¿Y ahora? Nunca de nada nos han servido,  juran la Historia y la realidad objetiva. Pero no, que el dogma de fe es más poderoso que toda clase de pruebas. Dogma y prejuicio nos impiden pensar, y entonces llevar a cabo ese ejercicio de autocrítica donde vamos a toparnos con una realidad tan evidente como la inutilidad del reniego, la exigencia y la mega-marchita…
Más tarde, ya en el Poder,  Echeverría nos iba a castrar con su cuerpo de los tres catálogos, vigente hoy mismo entre masas sociales y comentaristas del periodismo: el de agravios:  el poder es malo, muy malo; el de buenas intenciones:  el poder debe ser  bueno,  muy bueno;  el de la acción: exijámosle”.
Y ya. Todo resuelto. Ya para qué leer, pensar, estudiar.  Ya tenemos la suficiente cultura política. (El elefante encadenado, mañana.)

Recuerdos de infancia

Nativo soy de un poblado que en mis años tiernos vivía un tiempo congelado en la rutina del diario vivir que cabía en el marco del canto del gallo y un madrugar de campanas, un día rayonado a ladridos, rebuznos, mugidos de toros en brama para, ya al pardear, allá el cencerro, el olor a majada  y el toque de esquilas que convocaban al ángelus. Y hasta otro día,   calca del anterior y molde para el que vendrá después. La noche de mi región: pacífica convivencia del trasnochado con la bruja, y el ánima en pena, y el derrame de bilis. Cruz, cruz…
Pero  de súbito, mis valedores, la rutina se trizó cierto mediodía cuando,  ojos de azoro, miramos que en penco cuatralbo, con un lucero en la frente, el lucero de la revolución, fusca al cinto y en la testa la gorra norteña “cuatro pedradas”, entraba nada menos que don Pánfilo Natera en persona. Yo, con dos docenas de aturdidos de primeras letras, boca abierta y en la diestra la tricolor de papel, de repente escuché en la troca atascada de músicos… ¡el himno nacional! “¡Mexicanos, al grito de..!”Yo, inflado de tricolor emoción:
– Cuando crezca voy a ser revolucionario.
Como crecer, no fui un Gulliver que digamos, y como revolucionario no pasé de liliputiense, pero la lucha se le ha hecho en lo que llevo de vida. En fin, que crecí en edad y tuve ocasión de escuchar, siempre en horas de excepción y yo siempre en posición de firmes, los acordes del himno patrio. Húmedas las pupilas, una fuerza interna me forzaba a alzarme y soñar en la patria libre, digna como algún día iba a ser su paisanaje. Era mi himno patrio, inaccesible al deshonor…
¿Que si  belicosas las cuartetas que redactó Bocanegra? Tales eran los tiempos mexicanos. ¿Que alabanzas a Huerta el Chacal? Culpas fueron del tiempo y no del bardo: “Del guerrero inmortal de Zempoala – te defiende la espada terrible, – y sostiene su brazo invencible – tu sagrado pendón tricolor”.
¿Que exaltación del “bravo adalid” que terminaría dándoselas de emperador? “Si a la lid contra hueste enemiga – nos convoca la trompa guerrera, – de Iturbide la sacra bandera -¡Mexicanos!, valientes seguid”.
¿Y? Actualizarlo como ahora quedó, y en paz su convocatoria a la guerra. Pues sí, pero aquí mi pregunta, mi preocupación, mi mortificación…
¿Envejecí del espíritu? ¿Después de vejez apátrida? ¿Qué metamorfosis sufrió mi sensibilidad, que todavía hoy tanto me siguen emocionando  los acordes de La Marsellesa, del Himno de Riego, del de la Gran Bretaña, pero no del mío, hermoso como es? ¿Por qué la insensibilidad?  El himno patrio, es obvio,  sigue siendo el mismo. ¿Entonces? Sospecho, mis valedores, que el daño se ubica no en ese que es flor y espejo patrio, pero tampoco en mí. Que la carcoma está en la rutina, en la saturación. Porque ahora resulta que como consecuencia, según he leído por ahí, de alguna disposición (deposición) de doña Margarita cuando la hermana predilecta del hombre de la(s) pompa(s) y circunstancias era todopoderosa, en todas las estaciones de radio, puntualmente, el guerrero pregón me anuncia que finaliza la nocturna  programación, con el último acorde cediendo espacio a un noticiario redactado en un español de masquiña, de pacotilla. Día con día el himno patrio como cortinilla de la programación radiofónica. A la misma hora todos los días. Y qué molestia con tal rutina, que me cegó las fuentes del entusiasmo cívico. Y aquí mi pregunta: ¿sólo a mí me acontece el fenómeno? ¿A alguno de ustedes no?  “¡Mexicanos!” (Bueno.)

Yo, muerto de hambre…

De los infelices a los que el pantano engulló hablé a ustedes ayer, tragedia de la que pude enterarme por el mensaje encerrado en una botella que encontré a la orilla de cierta región pantanosa. Texto de frases nerviosas, describe el tránsito de los desdichados desde que sanos de cuerpo y espíritu bordeaban el barrizal  hasta que fueron presa de las aguas pútridas. Aquí el final del mensaje:
Yo, el último de la comitiva, presencié el momento en que todos, por turno, fueron tragados por las aguas ponzoñosas y pasaron  a mejor vida. Yo quería salvarme. Creía haberme salvado. Lo intenté hasta el agotamiento,   pero de súbito la atracción del barro caldoso comenzó a ejercer una malsana atracción sobre mí,  débil de cuerpo y espíritu. En precario equilibrio sobre esta lengua de tierra firme y prendido al tronco de un arbolillo, mi mente afiebrada ponderaba mi crítica situación. Fatigado  por mantenerme aferrado a la lengua de tierra cuyas riberas muerden unas aguas en oscuro fermento, envidié a los desgraciados que pasaron a mejor vida y fui prisa fácil para delirios y  calosfríos…
Aquí estoy, por asidero el ramaje de este arbolillo canijo, pupilas hipnotizadas por las miasmas del barrizal tembloroso por el chacualeo de algunos lomos loderos, culebras y demás bicharajos que habitan el tremedal. Aquí me sostengo, lamentando mi lóbrega suerte mientras que los otros pasaron a mejor vida. Aquí me esfuerzo por evitar lodos y pudrición,  consciente de que los otros, por dejarse ganar por las aguas inmundas, ya están pisando tierra firme, qué contrasentido. Yo aquí,  zozobra y angustias,  me afianzo en precario equilibro dentro de esta lengua de tierra, las dos manos aferradas a la ramilla de este arbusto sarmentoso. Fiebre y delirios, me doy a calcular las posibilidades de alcanzar la otra orilla y pisar tierra firme. Ultimo recurso, me he puesto a redactar este mensaje que nadie habrá de leer…
Boca amarga, contemplo el aguadal y sus fétidos borborigmos, y reflexiono en lo incierto de mi futuro. Los estremecimientos que bicharajos producen en la piel del pantano me provocan una maligna fascinación. ¿Y si yo también? ¿Si tan sólo soltase mis manos del clavo ardiente? Y de repente, ¿cómo fue? Porque me he decidido, y elijo la pudrición. Yo también elijo pasar a mejor vida. Yo hasta aquí llego, me rindo, no aguanto más, abandono el esfuerzo y decido entregarme, yo también, al arropo ventral de las miasmas, fementida prolongación de un pantano que hasta hoy  crucé sin mancharme.
La suerte está echada, y aquí mi fin. El lodazal, sin límites, es tentación que no cesa. Hoy perdí los arrestos postreros,  y ante el espectáculo de los otros, que así pasaron a mejor vida retozando en el barrizal, humillo la testa y marco unas señas telefónicas
– Santo señor de Los Pinos, le suplico me admita en su corte celestial. Permítame hozar, yo también, en las mismas miasmas, que es decir en la misma nómina. Mi celular aguarda sus órdenes, yo uno más de sus voceros, señor. A mí también, como a ellos,  tutéeme, o aún mejor: twitéeme.  A mí también sobrecito, espacio en la TV y estrellita en la frente. Quiero, yo también, con su coro de validos, a balidos cantarle en tono de sol:
“Bécame – bécame mucho – como si fuera esta noche – la última etc”.
Aquí aguardo su venia para clavarme en el tremedal y, de periodista muerto de hambre,  pasar a mejor vida. Yo también.  ¡SOS!
(Pobre infeliz, ¿no les parece? En fin.)

Daños colaterales

Las víctimas del siniestro, ¿quiénes serían? ¿Serían gambusinos, exploradores, colonizadores, gente de azar y aventuras? A saber. Lo único cierto es que fue el suyo un final espantable: terminar sepultados en el vientre del barrizal, bajo las aguas muertas de aquel pantano sin límites. El Señor los tenga en su reino (los va a tener; los tiene). El mensaje de auxilio (¡SOS!) que de alguno encontré en aquella botella extraviada en el matojal decía: Este es el fin. Mi ánimo se derrumba y doblo las manos. Durante un par de jornadas acaricié la esperanza de que me habría librado del sañudo destino que aniquiló a los demás, pero no; cuando ya creía pisar tierra maciza me veo en la pulpa del tremedal. El de Arriba me valga (me va a valer).
En jornadas interminables acredité con espanto la caída sucesiva de los compañeros de ruta. Sé que es mi turno. Con mil precauciones veníamos avanzando por ver si lográsemos alcanzar tierra firme. Fue aquella una travesía de pánico a través de la tierra marcada por la purulencia, las miasmas, la pudrición. Palmo a palmo, como a tientas, avanzábamos, un pie posando donde habíase apoyado el anterior, tentaleando por dar con las partes menos blandas del terreno, las que pudiesen soportar unos cuerpos que, aunque escuálidos, eran peso brutal para lo fibroso de aquel barrizal tembloroso que chacualeaba a la agitación de algunos lomos loderos: culebras y demás bicharajos que habitan el tremedal. Con espanto contemplaba la muerte en redor, y era tanto el desaliento que llegué a envidiar al reptil de las miasmas que regüeldan burbujas de venenosos fermentos, materias orgánicas en descomposición. El reptil, en las dichas miasmas, su elemento. El aguadal…
Llega la noche y las cosas se engrifan de brillos fosforescentes;  el barro caldoso regurgita,  retiembla y se cimbra en soterrados sacudimientos en derredor de las raíces de unos arbolillos fantasmales, leprosas ánimas de esta tierra purulentosa. Luego despunta el día ya pizarroso o ya violento de sol, y entonces a tientas comienza a avanzar el malaventurado entre la peste y la descomposición, aliento anudado en el gañote al pisar, al dar el paso adelante, al resbalar. Al resbalar a lo pútrido, horror…
Porque he visto enterrarse en el lodo, uno a uno, a los otros. De súbito se derrumbó el infeliz resbalándose en el pantano como en oscura vaselina. Con un repentino clamor lo miramos desaparecer, brazo en alto de erizados dedos, ojos brotándose o párpados remachados. El Señor los tenga en su seno (los va a tener, los tiene). Quienes quedábamos, mientras tanto, nos santiguamos al contemplar como hipnotizados que tras de succionarlos el barro viscoso volvía a la calma y a regurgitar en el proceso de tornar limo al desdichado. Así hasta que yo,  solo y mi alma, retacado de espanto y de soledad, me santigüé al desaparecer el penúltimo de los desgraciados. El último, yo. Pero un día…
Recuerdo que me vi en lo que tomé por tierra firme; me erguí entonces, respiré a cabalidad, di entrada a la nueva esperanza. Más allá, el paraíso de una tierra maciza de árboles, aves, lomeríos. Dando gracias al cielo eché a andar  (y sonreía desgraciado de mí. ¿Tierra firme?)
Este es mi fin. Me rindo, porque mis últimas fuerzas se han desmoronado. Creí haber salvado el pantano y arañado tierra firme, pero todo fue falsa fachada y esperanza fallida. Bajo la apariencia de tierra sólida todo es pudrición. Me rindo.
(El final del desdichado, mañana.)

Los demonios andan sueltos

Escamoteo de mago chambón, mis valedores. Esa guerra particular que declaró el de Los Pinos, con la que iba a convertir el territorio nacional en un almácigo de 28 mil cadáveres, ahora, de súbito, ocurre que ya no es guerra sino un esfuerzo de todos por la seguridad nacional. Hay que recordar que las atroces e irresponsables acciones guerreras se iniciaron con el chaparrito disfrazado de mílite, ¿lo recuerdan ustedes? Gesto adusto, ceja alacranada, rostro de circunstancias, uniforme verde olivo que le sentó holgado y con la cúpula castrense detrás: Al  encuentro de la historia avanzaba a paso de ganso, remedo del estilo militar. Surrealista, esperpéntico. Calderón.
La guerra como estrategia de legitimación. El recién impuesto a la viva fuerza por los grandes dineros, el púlpito y el cinescopio,  se apresuraba  a ”legitimarse” por medio de una maniobra espectacular, mucho más estruendosa que el “quinazo” de un chaparrito también, y también peloncito, y espurio también, que a costa de lo que fuese intentaba legitimarse. El también. Y ándenle, a aferrarse a los vuelos de una sotana y obsequiarle las relaciones diplomáticas con El Vaticano, y a adulterar media Carta Magna para beneficiar a los grandes capitales y  regalarle el sillón de Los Pinos a algún hijo de mala madre, extranjera de origen. Semejante maniobra iba a hacer exclamar a un neo-panista Luis H. Alvarez, pragmático-utilitarista (a su edad):
– Sus medidas de gobierno han legitimado al presidente Salinas.
El chaparrito de lentes, por alcanzar la “legitimación”, fue más allá del “quinazo”. Su incontinencia y temeridad instrumentaron toda una guerra particular contra el crimen organizado con la idea de aplastar a los capos en cuestión de meses. Fue entonces el tiempo, ¿se acuerdan ustedes?, del desfile y las marchas de guerra, del confeti y las serpentinas, los brindis y las oriflamas. Y cuídense, Chapo Guzmán y compinches. Días de vino y rosas…
Eso, ayer. Hoy, de cara a los comicios del 2012, el guerrero y presidente de Acción Nacional ya no quiere queso, y sale al balcón y llama a consenso, clama por la repartición de los costos políticos de su guerra particular y suplica que entre todos  le ayuden a salir de la ratonera.
Yo, ahora, aturdido con la estridencia de la “campaña por la seguridad nacional”, añoro los tiempos, qué tiempos, en que el país sobrevivía tranquilo, con capos y procuradores en convivencia y pacífica cohabitación. Los Netos aquellos, los Gueros Palma y los azules Esparragoza que se tornaron leyenda popular, lo que no iba a lograr ninguno de toga y birrete  si no fue el malhadado Mario Ruiz Mssieu, el subprocurador de justicia que logró pescar a alguno de los Arellano Félix para que el juez respectivo lo dejase en libertad.

Vida signada por la violencia la de los Arellano Félix y los Ruiz Massieu. Muertos unos, otros en la cárcel, algunos más en el tráfico de drogas y en entredicho la justicia del país, muy elocuente me parece  el acta que levantó Ruiz Massieu cuando Subprocurador de la PGR sobre la aprehensión de Francisco Rafael, uno de los Arellano Félix. Aquí, con su propia sintaxis, el documento, hoy que Calderón habla y habla mientras los Arellano Félix tan sólo actúan.
“El pasado sábado 4 de diciembre, a las 19:30 hora local, uno de los grupos especiales de la Policía Judicial Federal destacados en la ciudad de Tijuana, B.C., para este fin, detuvo al Sr. Francisco Rafael Arellano Félix, junto con cuatro personas más y dos menores. (Mañana.)

La negra noche…

Que me dejó abandonado allá por el norte de la ciudad,  conté a ustedes el viernes pasado. Ya el volks inservible  miré el mundo exótico: barrio desconocido, callejas desiertas, casas a oscuras. Descorazonador.
De repente descubrí allá lejos el pistojear de una lucecilla: la parada del autobús. Me le fui y a codazos logré una orilla del techo que protegía de las lloviznas nocharniegas.  Del mercado cercano, ya cerrado a esas horas, el tufo a ratas, coles rancias, pudrición. El de la chazarilla:
– Chinche micro, que no llega. Y este mal tiempo, esta carestía: leche, tortillas, huevos.
– Deje los huevos en paz.
– En paz los dejé,  que si no ya anduviera con la AK-47 contra Los Pinos.
Alguno suspiró: “Vamos mal”. (Animas del minibús). Un bandazo de viento. La nalgoncita: “Y yo ensopada con la única sopa que he probado en todo el día. Creo que me voy a echar uno, ái compermisito; ¡Ahhh…chís!
Yo me sequé la salpicadura en este cachete, miren. Junto a mi oreja, rancio el aliento: “No, y agárrense”.
– Yo así estoy bien –el de la cotorina.
– Agárrense, porque todavía hay espurio pa rato.
Cruz, cruz. Me la persigné, observé, en la negrura, aquel foquillo de 30 wats con su pinta de lucero, y allá arriba aquel lucero con su pinta de foquillo de 30 watts. A lo lejos, fanales. ¿El autobús? Un Gran Marquís, que hecho la madre pasó sobre el charco y nos bañó el muy hijo de la Gran Marquís. “Me dejó más enlodado que hijo de la Sahagún”.
Suspiré. Pero de súbito el optimista que nunca falta y siempre sale sobrando: “Ya vienen tiempos mejores…”
(¿Que qué?) Silencio. En el cielo, un retumbo. Retador, el ventrudo jetón: “¿Tiempos mejores con el impostor allá arriba?  No joda…
Tres pedradas en la lámina del techo, uno en plena cara.  “Y ora hasta granizo, pa acabarla de tiznar”.
– ¿Tiempos mejores con esa recua de ineptos? (El de barba, arete y cola de caballo).
– Tiempos mejores. Lo sé de muy buena fuente.
Lo distinguí: joven dejaras de ser, y optimista por joven. Dios te oiga. Traté de subir un brazo para persignármela. Una chaparrita bustona: “¡Ora usté, viejo lépero! ¡Conrado, dile que vaya a tentárselas a la más venérea de su cantón, pinche ninfómano!
Qué pena “Los buenos tiempos no tardan. Hay que estar preparados”.
El del morral oaxaqueño: “¿Es usté achichincle del Cordero de Dios, que quita los dineros del mundo?”
– Lo aseguró el mero trinchón, y él no sabe fallar.
– Chale, ¿Calderón?
– No mame. El de mero arriba.
– ¿Dios padre?
– Allá arriba, en Tacubaya. Es un cuate mío que trabaja en el meteorológico. Que vienen tiempos mejores, me dijo.
– ¿Pero ese qué sabe de economía nacional, oiga?
– Tiempos mejores. Que el clima se va a estabilizar, no que estas tormentas y estas inundaciones.  Tiempos mejores, me dijo.
Silencio. A lo lejos, una ambulancia Y ahí, de repente, la voz anónima del anónimo arrabal: “Bueno, sí, ¿pero ese del meteorológico no será del gabinete de Calderón? Porque entonces ya estuvo que nos jodimos con el tiempos de perros que se nos echa encima.
Volvió el silencio. La negra noche tendió su manto… (Y fin.)

This is America!

A Tacho y a Quetita los asaltaron en el desierto de Arizona. A él le dispararon y lo mataron y ella regresó a su pueblo para enterrarlo…
Y es que el extranjero, según la analista Julia Kristeva,  no significa más que una boca de sobra, una palabra incomprensible, una forma de ser y una conducta no apegadas a la norma. Como trabajador ilegal es un desollado. Ese extranjero sangra de cuerpo y alma, humillado, depreciado en una situación en la que sirve de criado(a) a los otros, que molesta si enfermo; es el enemigo, el traidor; la víctima, después de todo…
Y si inmigrante, peor todavía, y si mexicano, macabro, y si en Arizona, siempre al riesgo de cárcel y deportación a un país que lo trató de entenado y donde ni cómo lograr la sobrevivencia. La nota del año anterior:        El DIF local recibió a la niña Elizema, de 18 meses de edad, que sobrevivió a las altas temperaturas del desierto de Arizona, una vez que su madre Yolanda G. Galindo, de 19 anos de edad, falleció por deshidratación en el intento de pasar a EU de manera ilegal”.
Destino el nuestro, el de los pueblos débiles, los que nunca quisieron escuchar las advertencias del Conde Aranda, de Bolívar y  Marinello, del genio americano, José Martí.
El DIF local recibió a la niña Elizema, de 18 meses de edad, que sobrevivió a las altas temperaturas del desierto de Arizona, una vez que su madre Yolanda G. Galindo, de 19 anos de edad, falleció por deshidratación en el intento de pasar a EU. de manera ilegal”.
¿Los peligros que enfrenta el ilegal?  Muros, rangers, ku-klux-klanes y pandillas de xenófobos como un tal Grupo de Resistencia Aria Blanca (WAR), que ha llegado a azuzar de esta forma a los granjeros de Arizona:     “¡Si no es blanco deséchalo! ¡Detener la avalancha de lodo o ahogarse! Necesitamos una frontera de verdad. Primero agarramos a los hispánicos, luego a los asiáticos y por último a los negros. Deportación. Todos se largarán a casa. ¡Violencia contra la avalancha de lodo que nos llega del Sur..!” Mis valedores…
¿Habrán visto la Historia Americana X? Como sacado de la película el dirigente de WAR defiende el genocidio de Hitler, aplaude el terrorismo y celebra que más de 10 millones de africanos hayan contraído el SIDA. Por cuanto a los mexicanos: “¡Logran reproducirse tan rápidamente porque sus mujeres ya nacen embarazadas! ¡A detener esos millones de animales color lodo que sólo saben reproducirse! Desafortunadamente, los hombres blancos se han vuelto cobardes. La salvación de la raza blanca depende de las mujeres. Quizá no tengan la fuerza para blandir un bat de beisbol, pero sí para comprar una lata de gas lacrimógeno para cuando vean un animal de color de lodo.  “Hispano, this is America.!”
Veo los libelos que difunden esos mensajes. Observo los toscos dibujos que ilustran el cliché del mexicano: gordo, seboso, apestoso, borracho. Al pie unos versos: “Moreno y mañoso -nos chupa como una garrapata- Cruza la frontera sin un centavo- los gringos le compran la comida – No quiere aprender a leer- pero tiene los güevos – para garabatear nuestras paredes – Reza a Dios noche y día – Pero roba todo lo que está a la vista – Una  basura de raza –  Sálvate de estos buitres come-frijoles”.     “Buitres”. Laredo, Texas: Tres mexicanas agonizaban en pleno desierto, con temperaturas de hasta 44 grados centígrados. Se preguntó a los migrantes cómo lograron sobrevivir a la insolación: “Sobrevivimos bebiéndonos nuestros propios orines”. México. (USA.)

Tristuras del arrabal

Esta vez la esperanza del cambio, mis valedores, esa esperanza irracional tan arraigada en un paisanaje inmaduro. A propósito…
Fue al  oscurecer de un día de estos; de algún taller de lectura regresaba desde el norte hasta el sur cuando, de súbito, bajo la llovizna nocharniega, el volks. cremita se echó tres falsas, o sea explosiones, y luego un a modo de eructillo por la parte del mofle, y ahí murió el motor. Válgame. Yo, por activar al difunto agoté la batería; por revivirlo, la asesiné. Tiempo después, derrotado,  abandoné la cucaracheta y, pajareando aquí y allá, di con el techo de la parada del autobús, de la micro, vayan ustedes a saber de qué línea y a qué rumbo incógnito pudiesen llevar. Sólo supe que el volks. me había tirado allá por el norte de la ciudad. La llovizna se convertía en un chaparrón que de chaparrón crecía hasta alcanzar la estatura de tormenta. Y allá, por un rumbo que no pudiese ubicar, el relámpago, el trueno, el rayo que sobresalta aquel remoto arrabal. Solté la carrera hasta la techumbre que parecía guarecerse, guarnecerse, como debajo  de un macilento paraguas, bajo la luz del farolillo de la esquina, legaña y bostezo. Al acercarme, la voz de la barriada:
–  ¿Aguaceros en pleno agosto? Qué falta de seriedad de la madre.     – ¿A quién le echa madres, oiga, o a qué madre se refiere?
– A la Madre Natura, qué falta de formalidad.
– ¿Falta de formalidad, o advertencia por la forma criminal en que la maltratamos? Achaques del calentamiento global.
El cielo, trizado. “Trueno del temporal – oigo en tus quejas…”.
Y sí: bajo aquella techumbre con capacidad para unos 10 aspirantes a pasajeros cómodamente parados, se atrinchilaban alrededor de 40 humanos y uno que otro panista, todos pistojeando hacia el rumbo donde entre fumarolas de smog habría de aparecer el vehículo. Mientras tanto, esperar…
Me arrimé a la techumbre. Los que ahí aguardaban me observaron así, miren, de ganchete, a lo desconfiadón ante el arrimadizo. Yo a discretos codazos me forjé un hueco bajo el de lámina, y así me dispuse a esperar el mini, el pesero, la micro o lo que me se me apareciera por enfrente. ¿A dónde me llevaría? Sepa Dior. Lo importante era salir de aquel atolladoro. Entonces, ahí la voz del arrabal, su dejo cantadito. Dos panzones y una flaca más allá de mi flanco izquierdo: “Chinche microbús, cómo se tarda…”
El de la bufanda bicolor: “No, si ya sea ora con Ebrard como antes con  el tabasqueño, esto del transporte colectivo es una tizna, ¿no?”.
– Oiga, no despotrique. ¿Tizna por qué?
– Pos por el hollín que sueltan por atrás.
– Ah, las micros…
– Las micros, las mafias de micros que las controlan o las mafias  perredistas que las controlan a todas, y todas se viven soltando hollín por el hoyín. Y lo que tiznan todos…
La de los mallones: “¡Tiempo de perros!” Un perraco, cuerpecillo caliente (¡no de Nueva Izquierda!) se me untó a las zancas. En mi ánima se lo agradecí. La voz del arrabal, voz anónima: “No, si yo lo que digo: para el fregadaje todo pinta de peor, en más peor. ¿Quién nos asegura que esta lluvia no es ácida?”
El de la reata (de mecapalero): “Ora a aguantarse. ¿No andábamos de culecos con aquello de que a  patadas sacar al PRI de Los Pinos? ¿No votamos  por el cambio? ¡Tengan su cambio! Pero chintetes, ánimas con esa micro…
Del mercado cercano, ya cerrado a estas horas, me llegó un tufo a pudrición, coles rancias, panismo, popó de ratas –ratas comerciantes, Salinas, Sahagunes, Montieles. (Sigo el lunes.)

Fiebre, delirios

Describí para ustedes la semana anterior una tierra inhóspita que en mucho recuerda la Comala de Rulfo, caserío de encantamiento que sobrevive en la entraña del abandono y la soledad. La tierra de que les hablo, doncella recalentada, soporta los envites ardorosos de un sol garañón, y aquí lo inquietante: cuervos y zopilotes han comenzado a estrechar sus círculos en un firmamento estallante de luz. Pero, ¿y aquello? Inaudito: ¿columbran ustedes allá, entre areniscas y roquedales del páramo, aquel cordoncillo de polvo? ¿Efecto del viento? ¿Pero viento cuál?  ¿Un coyote muriéndose de sed, al que los rapaces de pico y garra impiden la tranquila agonía?
No, un coyote no puede ser; un caballo matalote, una res, un hato de bueyes. Pobrines, tan lejos del mundo que habitan el hombre, el agua, la vida cabal. Desde mi escondite veo que las alas negras descienden, siniestro rumor. Descienden los cuervos, bajan las auras, bajan los zopilotes graznando por la carne mortecina. Crrac…
Pero no es un lobo, no es una res, no es un par de caballejos. ¿Qué es eso que levanta un nudillo de polvo en la medianía de un paisaje de lumbre y sofocación? ¡Y se mueve todavía! Eso, lo que eso sea, está en trance agónico y debe estar entreabriendo el hocico, debe lengüetear los belfos con un negruzco pedazo de carne que aúlla de sed, silencioso. Claro, sí, se mueve todavía. Me acerco. Quizá en algo pueda auxiliar al infeliz.
¿Pero a mí también me afectó el calorón? ¿Estaré viendo espejismos? Parpadeo, me los froto, los párpados; los abro, los ojos; lo frunzo, el ceño.  No. Eso no puede ser. Delirios del calor. Alucinaciones. Ya mis sentidos me están jugando malas pasadas. Me niego a reconocer lo que miran mis niñas…
Me acerco, me oculto tras de esta peña, observo al causante de la polvoreada, minúscula a la distancia, y no,  no se trata de un lobo agónico, de un coyote de belfos sangrantes, de un par de acémilas. Bueyes, tal vez. A ver…
Animas de la ficción, de lo real maravilloso. Demencial. Eso que miran mis ojos, ¿lo pasan ustedes a creer? Eso es una a modo de barquichuela semienterrada en el polvo que unos individuos, quizá enloquecidos de sed, de insolación, de soledad, a punta de remos intentan forzar hacia el frente. Ya distingo a los tales. Por su catadura de irracionales parecen integrar un arca de Noé en miniatura. Esa su traza de facinerosos: uno con cara de represor, otro más, de corrupto, de perverso el de las 300 arrobas de peso sobre los lomos, y todos irremediablemente mediocres. Y ocurrió, mis valedores…
¿Qué, quién provocó la chispa?  ¡Prrom!, el bombazo! Dos, tres, varios estallidos que inflaman el horizonte. ¡Prrom!, una quemazón y semejante humareda que amenaza con tiznarlo todo, comenzando por ese   chaparrín que al frente del arca y ajeno a la quemazón otea el porvenir, mano zurda en tejadillo sobre los ojos, empañados los bifocales y una ceja alacranada para aparentar una personalidad que no existe. ¿Le distinguen ustedes ese rostro mofletudo y ese gesto que pretende hierático? ¿Le ven su pequeño y regordete parado, me refiero al índice? ¿Escuchan  eso que a modo de oráculo está diciendo frente a la mortecina soledad y con la lumbre ya llegándole a los aparejos?
– ¡Amigas y amigos! ¡Nunca hemos perdido el rumbo!  ¡En mi gobierno todo avanza, todo sigue adelante!
Yo, azorado, observo el incendio, huelo la quemazón, percibo el calor de la hornaza Pero él por el Verbo Encarnado jura que todo va bien. (Válanos Dior)

De lo real maravilloso

Los caseríos fantasmales, mis valedores, esos antiguos emporios mineros que de repente se agostaron al agotarse los socavones paridores del oro y la plata; los Real del Oro y Veta Grande tan reales que hasta parecen de encantamiento, y que anochecieron prósperos y amanecieron a ser espejismos, delirios y ánimas en pena arrumbadas al socaire de los socavones estériles. Pedro Páramo…
Ahí quedaron y así están en la viva almendra de la soledad,  sarna melancólica de la geografía nacional, mutilados vestigios de un antiguo esplendor: cuadrículas de bardas barbonas de zacate, patios abandonados donde florecen el chicalote, la flor del toloache, el huizapol, los matojos. No más…
He visto esos pueblos afantasmados y se me encoge el ánima al contemplar esas bardas en derrumbe que van derritiéndose bajo atorrenciadas tormentas, y esos zaguanes sin puertas y esas puertas sin zaguán, y unas retorcidas callejas de piedra viva y los esqueletos de casas, carcajes de andamios, horcones y vigas náufragas en agonía de portillos, de polilla y comején. En los patios, antaño hervorosos de vida -de vidas-, se ha aposentado la víbora de cascabel. Junto a la fuente seca ventosean sus crías las ardillas, y en los sombríos corredores se dan los murciélagos y unas mariposas negras de este tamaño, miren. Que anuncian la muerte, dicen…
He visto esa hilera de cuartos que alguna vez fueron dormitorios, y donde en catres de dorado latón se multiplicaba la vida, y esas ventanas, cuencas de calavera, y esas casas, abrojera de esqueletos apiñados en derredor de una iglesia en ruinas como aquella de Luvina, en el relato de Rulfo. ¿Ese rumor? El viento, posiblemente. Algún eco de los ecos que se aquerenciaron en estas ruinas. El rumor del silencio, y no más…
Miren allá esa llanura desértica, geografía desapacible, pariente pobre de Real del Oro o de sus hermanas muertas, árida llanura cercada de lomeríos, y más arriba un sol que al punto del mediodía parece a punto del estallido. Monótono, persistente, ese son de cigarras. Arriba, en la lumbrosa claridad del firmamento, una rueda de cuervos, de auras y zopilotes que otean la lóbrega geografía detrás de la carne podrida Crrac, crrac, el reclamo de los negros pajarracos. Crrac…
Cerros pelones, crestas azulencas, peñascales y lomeríos. Al pie del crestón de roca abismos, gargantas áridas, resolana y sofocación. Un viento de rescoldo eriza la pelleja del llano y alza remolinos de polvo en la lejanía del poniente. Eso en la lejanía, porque aquí, en el primer plano, todo es nopaleras cenicientas, con nidos de coralillos al pie,  y víboras de cascabel. Más allá, chaparrales, huizapoles, y huizcoloteras, toda esa botánica de lo chaparro y mostrenco, lo enteco, y encanijado, y sietemesino, lo que ha nacido muerto de sed; ese yerbajo que se da en la aridez, más allá del pueblo minero que murió desangrado de sus venas auríferas…
Observen los alrededores: un sol como garañón; ahogo y  resequedad, chamusquina y ardores, ahogo y piedras tornasoladas de metal; sobre las piedras, lagartijas de ojillos hipnóticos que se adormecen bajo la carga del sol mientras contemplan,  inmóviles, una geografía que parecen querer aprendérsela de memoria. Tercas, pétreas a fuerza de sol. Pero a ver, a ver, un momento. ¿Y eso?
Por allá, a lo lejos, se ha alzado un rastro, un cordoncillo de polvo. Algún coyote de belfos ennegrecidos y lengua inflamada que anda en agencias de morirse de sed, ya en las boqueadas últimas. ¿O quizá algún..? (Mañana.)

Mefistofélico

A ver, a ver, ¿y eso? ¿De dónde me salió el visitante? ¿Quién le franqueó la entrada? Con lo que  he recomendado a mi ama de casa que a nadie le abra la puerta de entrada. Pero en fin, que ya tenía yo frente a mí al advenedizo. alto, flaco, nariz de alcayata, mirada que me taladraba la mente. ¿Legionario de Cristo, ministro de la Santa Muerte, Testigo de Jehová? Dejé de escribir. “El Valedor, supongo”.
Me dí el levantón. Traté de enfrentarlo, de pronunciar un conjuro. “Su día de suerte. Vengo a afiliarlo a un equipo de caza”.
¿Que qué? Mucho he vivido y muchas invitaciones de todo tipo me han formulado, pero a  un equipo de caza a mí, que nunca he sabido lo que es tener un arma de fuego en mis manos; a mí, cuya religión es el respeto a toda forma de vida, vegetal o animal. A mí,  invitarme a cazar…
– A cazar, sí, pero no cualquier clase de caza, sino al deporte de los nobles ingleses, ¿se imagina?
Y que el equipo se integra con monteros, con rastreadores y guías para dar con la víctima, y que a todos reporta soberbias ganancias. “¿Pero se da usted cuenta? A un pacifista invita a matar. ¿Yo unirme a una partida de sádicos para asesinar inocentes? Pues qué, ¿tengo acaso  pinta de noble inglés?”
– Me temo que no. De  plebeyo, cuando mucho,  pero su aspecto no tiene importancia.
– Ya me veo disfrazado con casaca roja, pechera blanca, botas altas de color café, acicates de bronce y el bombín en la testa. Ridículo.  Me la va a perdonar. Estoy atascado de trabajo y…
El, impertérrito, que para qué bombín, que para qué casaca y botas altas con acicates. “Al natural, con su ropita del diario…”
– Mire, señor: ni  tengo cabalgadura ni nunca mi entrepierna se ha maltratado en los lomos de un penco lomo gateado, imagínese.
– ¿Y quién habla de pencos? Ni caballo, ni uniforme, ni acicates de bronce. Así, tal cual, naturalito. ¿Se integra al equipo de caza?
– ¿Pero yo qué pitos iría a tocar?
– Ni el propio, si no le place. Con todo respeto ¿me permite la confianza? Mire su aspecto, su ropa, su mundo. A su edad, ¿80, 85 años? Porque aparenta más. El hambre es canija. Ahora observe su penumbroso cuchitril. Ni un mal taburete que ofrecer al visitante. Porque vamos a ver: ¿tiene caja fuerte donde guarde las joyas de la familia, su cuenta bancaria, los títulos de sus bienes raíces? Pero qué títulos va a tener, si usted viaja en metro y vive (sobrevive, más bien) como un apestado, sin más compañía que un mísero gato tan desvalido como usted. Sólo y su alma dónde irá usted a caerse muerto…”
Me calenté: “¡Es mi vida y es mi decisión, y a mí ningún sádico va a venirme a afiliar a ningún cartel de asesinos!
– Ni se imagina  los beneficios de quienes han ingresado al equipo; pero ya hemos gastado mucha saliva. ¿Le entra o no le entra a la caza del zorro?
– ¿Caza del qué? ¿De cuál zorro? ¿Me la vio de montero, de rastreador? Y ultimadamente, ¿aquí cuál zorro para cazar?
– Sobran, y aquí es donde entra usted. ¿Qué papel le acomoda? No podenco, es obvio; no sabueso, mucho menos rod-weiller. Chucho de Nueva Izquierda no le iría mal. Mire: al término de la cacería, ¡mmm!, soberbio comelitón se va a dar con los restos del banquete de los nobles. Y en el banco, el cuentón.
– Ah, entonces los zorros que hay que cazar…
– Dos, por lo pronto, El Peje y Martín Esparza, ya en plena  estampida. Ahí es donde entra usted de refuerzo: ladrar, babear, morder, triturar, masacrar, desgarrar.  ¿Qué dice,  le entra? (Ahijuesú)