Reculón…

Fui demasiado optimista, mis valedores. Yo estaba seguro de que nunca más iba a atreverme a acudir hasta el negocio de cierto par de individuos, ella y él, que viven de hacer lo que a mí me hicieron, yo de ofrecido. Y es que en la ocasión anterior aún guardaba cierto vigor, algún dinamismo y deseos de experimentar por más que doliera. Fue así como me le puse enfrente al individuo, primero, y la damisela, después, y cerrando los ojos y apretando las quijadas me deje desgarrar. Ya no regreso, flojas las piernas y todo el cuerpo descoyuntado, juré: nunca más, y con trabajos logré sentirme ante la computadora para narrar a ustedes tan mortificante experiencia. Pues sí, pero débil que soy: acabo de pegar el reculón y repetir punto por punto los estrujones del tiempo aquel. Dolorido, descoyuntado, tecleo para ustedes mi renovada experiencia. (Ay, mis partes doloridas…)

¿Cómo ocurrió aquella primera vez?

Lo confesé aquí mismo, yo primerizo, y fue así: lo vi, lo observé: joven, fuerte, musculoso. Con las yemas de los dedos se lo toqué, se lo palpé: duro, pétreo, endurecido. Me gustó. Me quité la ropa. “Pero esto le va a costar”, me dijo. Yo, excitado, saqué un rollo de billetes. “Pero no voy a satisfacerme con una sola vez. Quiero que todos los días me repita la dosis de aquí al domingo”. “De acuerdo con que alcance a pagar”. Conté unos billetes, se los di, los contó, se los guardó. “Y ahora tiéndase ahí y respire hondo, pero conste: va usted a quedar todo magullado”. Cerré los ojos y apreté los músculos…

Y válgame, qué enérgicos movimientos, qué rítmicos y acompasados. Un esfuerzo, dos, y apretarlas al máximo, las quijadas, y agarrarlo y desarrugarlo, el ceño. Tragué tarascadas de aire, pujé, y aquel jadeo, el sudor, y un aliento que se me iba y otro que se me venía. Cuánto tiempo haya transcurrido, perdí la noción. Quedé exhausto, dolorido. “Y esto no es nada, ya verá al rato, cuando se acabe de enfriar. Ya levántese”.

Con trabajos me alcé, desgajado por dentro. “Es que hace mucho que no lo hacía”. “Mejor piénselo, porque yo dudo que resiste el de mañana”. Cómo me habrá visto después del zangoloteo que mientras me vestía me hizo la proposición: “Yo tengo una prima política con la que puede probar. Ella es suavecita, tiene bastante práctica con los novatos y los ya vejancones, y puede que no lo lastime”. Yo, insensato, el alarde: “Aquí donde me ve, tan maduro como novatón, para los dos tengo, para ella y usted. ¿Qué le parece si pruebo la de los dos? ¿Su prima política me irá a cobrar muy caro el servicio?”

Total, dije entre mí, no es más que de aquí al domingo, y quiero que el sol del lunes me sorprenda entero, rejuvenecido, como recién resucitado. Acepté ponerme en manos de la política (la prima), y él quedó de traérmela al siguiente día. Que él de la mañana, y Gilda Yamal (así se llama) en la tarde. Pero un momento, mis valedores, que aquí se impone una aclaración.

Todo esto ocurrió en el gimnasio de aquí a seis cuadras, yo frente al Bruslí, entrenados con pesas, barras y tablas para abdominales, que me impuso la primera rutina (pecho-pierna) y ante el cual realicé mi primera sesión de ejercicios anaeróbicos, con todo y que al exponerle la razón de mi entrenamiento durante toda una semana el Bruslí se la rascó, la nuca, y no se quiso comprometer.

-No me ch­´inglés. ¿Una semana y dejarle el físico como para competir en el Mister México? ¿Y eso para qué onda, don? (La respuesta, mañana.)

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