Ignorantes y crédulos

Las festividades de Navidad y fin de año, mis valedores, esa sañuda cultura de la embriaguez y el comelitón que en días pasados logró desplazar temas tan acuciantes para la comunidad como la sangre derramada, las propuestas de reforma política y el incremento a la gasolina que habrá de encarecer los productos de la canasta básica mientras que los aumentos al salario mínimo que habrán de regir en el presente año no alcanzan a arañar el 5 por ciento. Es México

Problemas aparte, nada ni nadie pudo interferir en la cultura del comer hasta el empacho y beber hasta el vómito. Y aquí lo más inquietante, mis valedores: en la perniciosa relación entre alcohol, adolescentes y jóvenes, ¿cuántos de ellos celebraron el rito de la Navidad y Año Nuevo dentro de los cánones de la religión que profesan? ¿Cuántos de ellos, más allá de creencias religiosas, se habrán iniciado en el licor? Pre-posadas, posadas, Navidad, Año Nuevo, ¿cuántos de esos incautos, al pretexto de tales fiestas, se habrán internado en el mundo destructivo de la botella? ¿Cuántos arrancan hoy esa minuciosa carrera rumbo a la dipsomanía? Todo con el pretexto de una festividad religiosa y el inicio de un nuevo calendario. Siniestro.

¿Por qué semejantes incautos tan temprano se entrenan en el sub-mundo del alcohol? ¿Por qué no fueron capaces de calcular los tremendos efectos de la intoxicación etílica en el propio organismo, en la familia, en el entorno social, en todo? ¿Por temeridad, por imitación, porqué? ¿No sería porque el alcohol, una de las drogas más perniciosas, es permitido de manera oficial, y acostumbrado socialmente sin que su consumo se considere práctica vergonzosa, clandestina y castigada por ley como otros intoxicantes? ¿Porqué la botella confiere a los borrachines «nivel social»? ¿El bebedor novato estará contento del riesgo que corrió al vaciar su primera copa en los brindis de Navidad y Año Nuevo? Nada me aclara la respuesta del especialista:

-La primera razón por la cual la juventud tiene dificultades en reconocer el alcoholismo es por el hecho sencillo de ser joven.

Y qué hacer. Pero hablando del alcoholismo, mis valedores, hoy que las demás drogas constituyen la piedra del escándalo y el motivo del horror colectivo mientras la botella mantiene su nivel de aceptación social siendo que como todas las demás es motivo de ruina, desgracias y derramamientos de sangre, ¿padecen ustedes la presencia, la influencia mortificante de algún aficionado al licor? Pero un momento, que no todos los problemas aluden a la botella. No, que existe otro achaque social…

Otro azote lacera a los pobres de espíritu. Por si no fuera bastante con el problemón embotellado, existe uno más, tenebroso para los inseguros, los indefensos, los débiles de carácter: estos días iniciales del año son buen pretexto para el florecimiento de la subcultura de la superstición, la abyecta industria de la superchería y la engañifa que en los días, los años y los sexenios de crisis (todos, para los mexicanos) medra con la debilidad de los espíritus encanijados.

Y es que el ignorante, a decir del filósofo, vive tranquilo en un mundo supersticioso, poblándolo de absurdos temores y de vanas esperanzas; es crédulo como el salvaje o el niño. Si duda alguna vez prefiere seguir mintiendo lo que ya no cree; si descubre que es cómplice de mentiras colectivas, calla sumiso y acomoda a ellas su entendimiento. (Sobre el asunto del supersticioso sigo mañana.)

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