Tal es el título que planta Jacobo Zabludovsky a su columna Bucareli del pasado lunes. ¿El candidato? Claro, sí, nada menos que Ernesto Cordero, flamante titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, bien hayan los buenos amigos, para quienes la mediocridad no representa un obstáculo. Y en la expresión del ranchero, mis valedores: ¿con ese tercio podrá levantarse el Cordero de marras? La pura amistad de quien lo quitó de donde daba dinero para ahora arrebatarlo, ¿habrá de hacerlo crecer o lo va a conducir al rastro y al matadero?
En fin. La conclusión del articulista: «La mayoría de las opiniones coinciden en que el señor Cordero no tiene la dimensión ni la solidez para llegar a la Presidencia ¿Y? ¿Cuándo tales carencias han sido un obstáculo?» Yo, a mi vez, por todo lo que nos va de por medio en materia de sucesión presidencial, sigo con mis preguntas:
¿Cuál es, para ustedes, el bueno o el menos malo para Los Pinos? ¿Ebrard, López Obrador?, ¿quién? Hasta yo, después de lo que hemos presenciado durante los nueve recientes, penosísimos años. En fin.
Que no salga con tan necias preguntas, va a interpelarme el vivo de genio. Que calme mis ansias, que aún es temprano para especular. Y yo le contesto:
Vaya, pues. ¿Cuál considera que es a estas horas el devaneo principal de la clase política? En el pasado priista la sucesión se iniciaba meses antes de terminarse el sexenio, pero esta vez arrancó el día primero de diciembre del 2006, cuando el «Juanito» nacional, colándose por la puerta excusada del Congreso y arropado por todos los guardias de seguridad de que ese día se pudo echar mano, la banda tricolor terciada entre pecho y espalda juró ante la Nación que haiga sido como haiga sido él era el sucesor de Fox en Los Pinos. (Él, si me guío por sus dichos y acciones, hubiese preferido jurar ante los estatutos del Opus Dei frente a la vera efigie de José María Balaguer Y Escribá, según el fundador se alcanzó la humorada de encajar esa Y copulativa entre los dos apellidos, y que fuese una monja del Verbo Encarnado la que le aprontase los susodichos estatutos. No olvidar que el nuestro es un Estado laico y un Estado de derecho; no irlo a olvidar). El hijo desobediente, a tenor de su obra musical favorita, no columbraba el berenjenal en que se metía, tan penoso e insoportable para su ánimo fruncido, que el pasado fin de semana, en merienda donde compartió con algunos panistas su escaso PAN y su sal abundante, Felipe de Jesús ya no pudo soportar el martirio, y se desahogó, y suspiraba:
«Gracias a Dios que este año se acaba…» De su temple, entereza y carácter qué dirían, qué pudiesen opinar, de escucharlo, estadistas de la alzada de Lázaro Cárdenas, sin ir hasta el siglo de los liberales de Juárez…
Ante el precoz y procaz espectáculo del Cordero de tufillo yunquista y la rebatinga que nos aguarda presenciar en las enrarecidas regiones de la grilla politiquera pensé en la ignorancia que exhibimos en torno a nuestra herencia indígena, y cuan alejados nos hemos situado de la sabiduría que los mexicas nos legaron, de su conocimiento de lo humano y lo divino y del tino con que elegían a sus dignatarios. Admirable el remate que sabían aplicar al afortunado que durante un tiempo determinado hacían sentir, actuar y vivir como el dios al que representaba aquel denominado Tracahuepan (El remate, mañana.)