Los homosexuales y los transexuales no entrarán jamás en el reino de los cielos…
¿Que qué? ¿Y esa tufarada de mal aliento quién la pudo ventosear? Todo un cardenal de la Iglesia Católica, ni más ni menos; ese mismo Lozano Barragán que hace años fuera obispo de mi Zacatecas, de donde Juan Pablo II se lo llevó a El Vaticano para asuntos de salud pública o algo por el estilo, Dios.
Al enterarme de la sentencia de miércoles que el pasado jueves dictó el cardenal se me vinieron encima criterio y declaraciones de la Iglesia Católica frente a la pandemia del Sida, los pacientes de la enfermedad y la indispensable protección que debe otorgárseles. Hace unos años la Organización de las Naciones Unidas solicitaba a la Iglesia Católica de nuestro país, dueña de un descomunal e inmerecido ascendiente sobre la mayoría de los mexicanos, que se sumara a la lucha contra el Sida. La respuesta de El Vaticano:
«La espectacular ceremonia presidida por el cardenal Otunga, que quemó preservativos en público, sigue siendo el símbolo de la actitud general de la Iglesia Católica hacia este método profiláctico, confirmada por el criterio de los obispos del mundo entero».
La protección Beatriz Gómez García, de la Facultad de Medicina de la UNAM:
– El Sida ha causado la muerte de 25 millones de personas. Es la primera causa de mortalidad en adultos entre 15 y 59 años de edad.
Del reportaje de prensa: «Alma espera con la mirada baja, recriminatoria, su torno para recibir varios medicamentos tan extraños como la forma en que contrajo una enfermedad que le carcome el alma. Su marido, que sin saber que era portador del «VIH-Sida regresó del extranjero. Hoy, en su hogar son noches de llano, incertidumbre, desesperanza…»
Y escalofriante la nota que llega de Guadalajara, Jal.: en el albergue Beata María de Jesús las misioneras del «Corazón de Cristo Resucitado» maltrataban o maltratan a los enfermos. «Las personas infectadas están recibiendo un castigo por sus pecados sexuales». Y la indignación que exhibía el por entonces nuncio apostólico de El Vaticano en nuestro país, aquel Jerónimo Prigione interlocutor de narcotraficantes: Me indignan las promociones que se han hecho para el uso del condón Es darle medios a los jóvenes para que se sigan revolcando en el lodo.
No van a la zaga los aspavientos de un José Melgoza, por aquel entonces obispo emérito de Cd. Nezahualcóyotl: «¡Para la Iglesia, el Sida es un gravísimo problema de moralidad pública, y esto es lo que nuestro gobierno no quiere reconocer, y limita el problema al ámbito de la salud, imagínense…!»
Pues sí, pero no, que el Sida, según lo afirma el filósofo Mark Platts, «no es un asunto de moral, sino de salud pública». Y que más allá de lo que la Iglesia Católica diga de nuestra conducta privada, la del Sida es una situación conflictiva que las autoridades de salud pública tienen obligación constitucional de atender de inmediato. ¿Y? ¿Qué hacen esas autoridades para detener la propagación del Sida? Pero, sobre todas las cosas: ¿qué hacemos nosotros para no ir a dar de cabeza en la mortal pandemia?
En México, los obispos: «Contra el Sida, castidad es el mejor remedio. ¿El condón? Mucha gente lo usa, ¿pero está permitido de acuerdo con la doctrina católica? Definitivamente no; el condón no es éticamente permisible.
Las repercusiones de la tufarada de halitosis que ha lanzado el Cardenal no terminan aquí. (Sigo el lunes.)