Yo, de fisgón

El rito de los afeites, mis valedores. ¿Habrá presenciado alguno esa liturgia del maquillaje que oficia cada día alguna de las tantas matronas que se arropan en la penumbra donde se ha rebasado el medio siglo de edad? Yo sí lo visto. De fisgón lo miré hace algún tiempo. Ya que el baño de mi depto. de Cádiz da al dormitorio de mis vecinos del 24, rayando el día pude captar la escenilla que aconteció entre don Evaristo Corvera y su estimable consorte, doña Queta, Kati o Kity, que por ahí va el diminutivo. Hasta aquí, bien, pero…Varón de sesenta y tantos ayeres, don Evaristo se advierte correoso todavía, todavía enterizo, apretado de vigor y con una zumbona ironía que le rebrilla como manada de chivos en las pupilas. Doña Queta, Kati o Kity, cincuentona, al parecer, acostumbra andar siempre muy relujada, emperifollada, luciendo trapos muy a la moda, con galas y afeites que una sota moza veinticinco ayeres menos que doña Kity luciría de manera soberbia. Y conste, yo no soy ningún criticón.

¿A dónde se dispondrían a salir don Eva(risto) y su señora consorte? ¿Un viaje, un desayuno, una conferencia de prensa, qué?

– Apúrate, nena, o la especialista te va a recibir en la cárcel.

¡La cárcel! ¿Droga, tal vez? Ájale. Desde la ventanuca del baño yo, a lo vouyerista, observaba aquel cacho de habitación donde doña Queta, Kati o Kity, frente a la luna (del tocador) ponía sus cinco sentidos -y el 6o. de toda mujer- en el ritual del maquillaje; ceremonia que avanzaba lenta y morosa, minuciosa y prolongada, como para probar la paciencia del que aguardaba en el sillón.

– Viejo, ¿crees que esta me disimula las lonjas?

Resoplaba al rigor de la faja, que resoplaba en la misión imposible de aplanarle las zonas abajeñas. «¿Cómo ves, me irá a quedar de avispa?»

– Con que te extraigan la lanceta. Y apúrate. Oye, si serás exagerada. ¿Para qué esos afeites, si tú vas no a una fiesta, sino como paciente a que te metan cuchillo?

Y accionaba el control remoto. ¿De qué «comunicador» del duopolio, que es decir del Sistema, que es decir de Calderón, me dejaré ver la cara?

– Creo que este negro tan chiquito no me favorece. ¿No se me transparenta? ¿Tú qué dices, cómo me lo ves desde ahí?

El aludido alzó la vista, arruga la frente, frunce el ceño, menea la testa y volvió al televisor, donde a sofismas y demás embustes, un una pandilla de caras conocidas contestaba las preguntas a modo del obsecuente entrevistador.

– Creo que me voy a poner este otro brassierito. Me levanta más, ¿no Eva? ¡Evaristo, no me tires a lión! Como que va más con mi personalidad, digo.

Una personalidad total y definitivamente castigada por Cronos, nuestro padrecito cruel.

Por disimular el fruncimiento de la piel ahora se enjaretaba hasta docena y media de pulseras de algún metal imitación plástico, y en el cuello una mascada de colorines, y luego ese suéter de cuello de tortuga que intentaba el remoto prodigio de disimular el cuello de tortuga de doña Cata, en plena faena de tlapalería contra su propio rostro.

– ¿Tú crees que dos manos serán suficientes?

–  Dos te han sido suficientes, ¿No? Y apúrate, o perdemos tu cita.

– Manos de panquéic, no te hagas. ¿Tú crees que..?

Impaciente, don Eva «¡Apúrate, que es tardísimo! Caracho, voy a tener que rasurarme de nuevo».

– Es que estas condenadas postizas….

– ¿Cuáles, mujer? ¿Ahora me sales con que son postizas? Y yo en la creencia de que…

Las pestañas. Esas, y algo más, mañana. (Ya vuelvo.)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *