Guijosa y los huevos

Héctor Guijosa, sí, ese individuo que anocheció delegado virtual y amaneció diputado local, teje-manejes de una politiquería tan parecida a vientos y ríos, que soplan y fluyen con la basura encima. A ese, mis valedores, envío este mensaje público que mucho tiene de púbico. Sr. Guijosa. Presente.

Le manifiesto mi rencor personal Usted, en sus tres años de gestión como delegado de La Magdalena Contreras, a mí y a muchos más nos resultó un bueno para nada que no sean las prácticas del Kama-Sutra. Yo nunca voté por usted. Si no tenía una mejor opción, votaba en blanco, en azul en tricolor, en amarillo. Todo, menos dárselo a usted, que tuvo quién se lo diera, aunque a resultas del regalito salieron ambos embarazados, ella en sentido biológico y usted como sinónimo de abochornado. A usted no lo olvidan, y a su mamacita, vecinos de La Magdalena, y más concretamente de Héroes de Padierna, y aun más concretamente de la calle Michoacán. ¿La recuerda usted, la conoció tan siquiera? Sí, un par de cuadras apenas, con sus escalones de piedra y su hornacina en plena acera, donde El Buen Pastor carga encima una ovejuela en cuyos ojos relucían paz y satisfacción por estar acunada en tan seráficos brazos, la única oveja que en este barrio podía vivir en paz. ¿Sabe que ahora ni el Buen Pastor lo perdona, Guijosa? Él mucho menos, qué lo va a perdonar…

Michoacán: apenas dos cuadras, pero ya quisieran barriadas enteras abarcar el catálogo de problemas que concentran dos cuadras rabonas. ¿Qué clase de problemas, pregunta usted? Ya para qué enumerárselos, si cuando delegado no los quiso o no los supo enfrentar. Humillante sería para mí contabilizarlos ante un individuo como usted, que como delegado nos fue a salir con que sus únicas habilidades rivalizan con las del fauno y el sátiro, el morueco y el garañón. Y el éxtasis…

Señor Héctor Guijosa, diputado: ya usted con la sede de la delegación habilitada de leonerita particular, una y otra vez vecinos diversos se me acercaban imaginando que yo pudiera tener alguna clase de influencia ante usted. Luego enfilaban rumbo a la leonera y pliego petitorio en mano, ilusos de buena fe, esperaban que usted atendiera su petición. Todo inútil Usted no se dignaba recibir a los implorantes; entreabría la puerta de su despacho y en ropita de abajo les dejaba ir la de Salinas:

– Ni los veo, ni los oigo, ni los siento, y háganle como quieran.

Ellos, conmigo: «Nada de nada, mi valedor. El Guijosa se negó a escucharnos. Horas y horas de esperarlo, y él haciendo gogin».

Almas cándidas. Ellos tomaron jadeos, sudor y chonchines a media zanca como la maniobra de cambiar de ropa después de correr en la pista de Los Dinamos. Lo que es el candor.

En fin, que relámpago en seco ahí restallaba el rencor vecinal en mentadas a la mamacita Guijosa. Señor semental y ahora pronto ya diputado:

Corrió, sí, pero no en Los Dinamos, «Aquella noche corrí – el mejor de los caminos, – montado en potra de nácar – sin bridas y sin estribos», que dijera García Lorca, y «animal de dos espaldas» hubiera llamado Shakespeare a usted y a su proveedora de huevos, la señita Emelia Hernández, a la que dejó llorando un cariño y arrastrando un Guijosito, válgame Cómo iba usted a solucionar nuestros problemas, si con uñas, esfínteres, dientes y lengua se avocaba al humanísimo ejercicio de la carnalidad clandestina. A toda hora. A toda hormona A todo pulmón. A toda cesta de huevos, que entre resoplidos forjaba para futuro sketch en la Asamblea Legislativa. Bien hayan los suyos, diputado garañón.

Yo tengo un muy buen amigo laborando de cuíco federal. Alguna vez, él de visita en mi casa, le pedí ayuda a nombre mío y de unos vecinos exasperados. «¿Cómo? ¿Invadir territorio ajeno y tomarnos atribuciones que no nos corresponden?»

– ¡Pero él anda a estas horas haciéndole hijos a la patria mía!

– ¿Y qué, nosotros estamos impedidos? ¿Quién te dice que nosotros no andamos en las mismas danzas?

Claro, nosotros no somos tan güeyes como el verraco Guijosa. Un hule como Dios manda, y a evitar la cesta de huevos.

Mis valedores: qué otro recurso me quedaba, mexicano de mí. Oscura la mañana me escurrí hasta la hornacina de El Buen Pastor y me le puse en suerte así, miren: de rodillas y los brazos en cruz. «Que soluciones los problemas del vecindario. Tú puedes». Y válgame, que fue entonces. ¿Y eso? ¿Y esa? La ovejita patiabierta y llorosa en brazos del Nazareno, acongojado también. «¿Qué yo puedo? A deshoras de la noche pasó por aquí Guijosa el bergante mayor al frente de la pandilla de bellacos». Y las palmaditas en el lomo de la recién desflorada «Ya, ya pasó todo». (¡Cruz, cruz!)

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