Del esperpento

Ayala ha mostrado cómo el poder usurpado corrompe una sociedad, haciéndose vehículo de encadenados delitos…Y este Francisco Ayala acaba de morir. Su muerte precoz, como todas las muertes, lo encontró creativo, lúcido y en la flor de su edad a los 103 años de vida. Entre dos fechas y dos ciudades, su biografía: Granada, 1906, y Madrid, 2009. Entre esas dos fechas novelas y ensayos, relatos, poemas y crónicas. «Lo vamos a tener para una larga posteridad, resistiendo la erosión del tiempo y la corrosión del olvido, quedando para las generaciones futuras como ejemplo de lo que fue una palabra libre, insobornable, creadora». Francisco Ayala.

Arrojado de su España cuando la guerra civil, el escritor anduvo exiliado por diversos países de acá entre nos: Argentina, Puerto Rico, Estados Unidos, y de ellos aprendió usos y costumbres y soportó dictaduras como la de los milicos en Argentina, y fue entonces…

A la manera del esperpento, Ayala reprodujo la tragicomedia de cierto paisillo imaginario cuyos destinos rige un espadón de nombre Antón Bocanegra, dipsómano que trata los asuntos de gobierno sentado frente a unos ministros que permanecen de pie. Sentado, sí, pero en la taza del lugar excusado, mientras los funcionarios se mantienen erguidos, que es una forma de culimpinarse ante el dictador. Qué país.

Que el espadón rige los destinos de la república, dije allá arriba, pero dije mal: quien manipula toda la vida pública no es el presidente, carácter de jericalla que disimula con mano ruda a la manera de la bota y el espadón cuartelero, sino una cierta Concha Bocanegra, la «primera dama», titulejo copiado a los gringos, que por halagarla le endilga una prensa servil. Así es la tal Bocanegra, mujeruca apenas ayer insignificante, trepadora famélica de poder cuyas dotes de audacia carente de escrúpulos la encaramaron en el poder. (¿Semejanza con alguna Marta de por acá? ¿Mera coincidencia?) Ya como «primera dama», Concha desnuda su pasión por el rastacuerismo y el derroche ostentoso. Sangre caliente y hormonas a flor de entrepierna, la Concha aquella termina por echarse encima un amante, cierto efebo Tadeo bienamado del dictador. La pareja teje su telaraña de compinchajes y complicidades, intrigas palaciegas y maniobras politiqueras. Tadeo va a aderezar con veneno la copa del dictador. Lógico.

Recuerdo, mis valedores, aquel caso de conciencia para la Concha católica, mojigata y disoluta. En la plaza de armas se montó una exposición de artesania popular. Entre las obras expuestas al público se exhibía un niñito Jesús recién nacido. Lo ven las damas pías y horror, qué sacrilegio. En parvada van hasta el palacio de la primera dama a querellarse y acusar al artesano. Blasfemia, desfiguro, herejía

Pues sí, pero con qué palabras explicarle a la beata, cachonda y católica primera dama la infamia que el artesano perpetró con el Jesús niño. Concha en persona tuvo que ir a comprobar el horror. Y sí…

Niñito Jesús de nacimiento navideño, en su desnudez exhibía un erecto alarde viril no concerniente a su edad ni a su carácter de Dios niño. Escándalo, anatema. Concha, indignada, hace venir al de la artesanía popular y le ordena que rebaje todo lo sobrante de la divina entrepierna. La respuesta del artesano:

– Ese es un nudo de la madera Se lo dejo tal cual o se lo saco de raíz, y entonces dejamos al Niño en situación de divina infantita ¿Qué…?

Ahí el dilema, mis valedores. ¿Cómo resolvió la Concha tal caso de conciencia? Lean Muertes de perro, obra maestra del esperpento iberoamericano. Pero ya pensándolo bien: localizar la novela puede resultar difícil, y su costo tal vez no esté al alcance de alguno. No, mejor, mucho mejor, arrímense al esperpento nacional. Lean en los diarios la epopeya de Juanito y su estatua que transporta en un diablito cada día, y en un poste del Paseo de la Reforma la encadena «para que los perros de la Brugada no me la vayan a arrebatar». Pero más regocijante el esperpento de país bananero en la crónica lloriqueante de la melcocha color de rosa claveteada de magnolias:

«La zona de cruces y olvido se transformó en zona de luces y magnolias. El baldío se convirtió en un campo florido, con arbustos provisionales y reflectores portátiles… El Parque de la Luz… «Estarás presente dondequiera que haya una sonrisa». Y la lágrima viva Mouriño…

El esperpento tropical. Dentera me produce, y vergüenza ajena ¿Ajena? En fin. Francisco Ayala (A su memoria)

2 opiniones en “Del esperpento”

  1. Excelente obra con plena vigencia en pleno siglo XXI y aquí en el México donde la política de los conservadores es un esperpento.

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