Y no quiero morir…

Y lo que filósofos y poetas y similares han especulado alrededor de la Gran Interrogan­te. Fue alguno de los tales quien formuló es­ta síntesis admirable de lo que viene siendo la muerte: Entramos, y un llanto. Un llanto, y salimos. Y no más. O como Epicuro hace siglos: Si somos, la muerte no es. Si la muer­te es, nosotros no somos. En fin. Esta vez la muerte, mis valedores, y más propiamente: mi muerte propia y particular. La mía.

Porque día que pasa, día que la perci­bo más cerca de mí. La siento llegar a lo subrepticio, como se perpetra un asesina­to. Pero no, feo embuste: ni llega de fuera ni su encomienda es asesinarme. Este en­cargo lo habrá de cumplimentar alguno de mis músculos. Este órgano, la glándula aquella, y a fin de cuentas el corazón. Pero un clamor me surge del hondón más pro­fundo del ser, que expreso con el poeta:

«Y no quiero morir. No quisiera morir: -amo la vida porque está colmada de poesía y de crímenes, y de odio y rabia y lágrimas…»

Es por ello que ante la muerte quisie­ra la astucia de Sísifo, que la burló un par de veces. Amo la vida y no quisiera per­derla por culpa de una glándula capricho­sa. Amo el humano existir porque conoz­co de amores y desamor, de tiempo y des­tiempos, encuentros y desencuentros, de la presencia de la única apenas ayer y hoy su ausencia definitiva. Y alma mía de mi ausente, y ojos que te vieron ir…

Tengo apilados aquí, sobre mi me­sa de trabajo, estos gordos tratados de tanatología que me dicen cómo he de morir, cómo he de prepararme, cómo puedo sen­tirla apenas, cuestión de ponerme flojito. Pero no, yo no quiero morir todavía por­que en el estreno de mi quinta juventud sé que a la vuelta de la esquina ella va a estar aguardándome, y que enlazados los bra­zos habremos de alejarnos rumbo a nues­tra Utopía particular. Mi única…

«Porque como iba diciendo y lo repito, –¡tanta vida y jamás! ¡Tantos años, – y siem­pre, mucho siempre, siempre, siempre!»

Tanta vida y jamás. No quiero morir­me porque tanto me falta por escribir, por hablar a mis valedores, porque…

¡Mentira! Mentira vil. No es por idea­les tan nobles que quiero seguir vivien­do. Por morboso; por rencoroso y por ven­gativo, por eso no quiero dejar de existir. Es por eso que pido a quien corresponda me permita prolongar mi existencia unos años más. Y hasta eso, no demasiados. Tres, cuatro, tal vez. Con eso habrá queda­do satisfecha mi morbosa curiosidad. Por­que, mis valedores…

Si logro vivir hasta el 2010, 2011, voy a saber…

Para entonces ya estaré enterado de lo que habrá de decir la Historia respecto al que haiga sido como haiga sido durante to­do un sexenio mortal soporté en Los Pinos. Si el personaje de marras conoció un olvi­do piadoso, si contra todo pronóstico logró trascender, y cómo, y por qué, si se trataba de un soberbio candidato para ser arrum­bado en el desván de la Historia y en el de la histeria. Quiero estar vivo para gozar del desprecio de la pública conciencia cuan­do el hombre haya dejado de ser, devuelva la banda presidencial y torne a la nada de donde nunca debió haber salido. Tal vez.

Que yo, rencoroso, viva para enterar­me de cómo lo van a tratar esos mismos vocingleros que hoy, desde radio, TV y prensa escrita, tocan a rebato jurando que alzas de precios, torpezas para enfrentar una crisis y asesinato de sindicatos lo pin­tan de verdadero estadista.

¿Qué irán a decir del ausente los gran­des capitales que lo encaramaron hasta Los Pinos y a los que hoy exhibe de gente co­rrupta y desleal? «¡Todos ustedes, a pagar impuestos!» ¿Del horror en los tiempos del cólera (de la influenza), que por andar sal­vando a la humanidad propinó un hachazo mortal, o casi, a las finanzas públicas?

¿Y los intelectuales orgánicos a los que hoy da de mamar (del presupuesto)? ¿Y la cúpula de ese clero que como nombre de pila lleva el de «politiquero», más conoci­do por su alias de «católico»? ¿Qué irán a decir de él los dirigentes de los organis­mos corporativos de control obrero? ¿Qué los observadores internacionales? ¿Qué, sobre todo, las masas sociales? ¿Burla, des­precio, indignación? ¿Indiferencia total, olvido misericordioso? ¿Qué?

Ya el hombre arrumbado en el desván de los trastes viejos, ¿cómo, a toro pasado (a beato pasado), comentarán el incidente aquel donde «se cayó de la bicicleta» y se desconchinfló el brazo izquierdo, lo único que de izquierdo se le conoce? ¿Haciendo ejercicio, o haciendo lo que hoy no pasa de cauteloso rumor? Desde entonces que­dó tan impedido que para la obra negra y el trabajo sucio tuvo que utilizar su «Nue­va Izquierda», imagínense. (Mañana.)

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