Sociedades de Convivencia

Fue en el 2006. Aquel amigo me solicitaba un apunte sobre lo que cualquiera pudiese decir a los integrantes de la Asamblea Legislativa de aquel entonces. Porque el tema me fue de interés, pero sin ánimo de publicarlo, pergeñé las siguientes líneas, que hoy cobran renovado interés. Juzguen ustedes.

En referencia a la presentación de la iniciativa de Ley de Sociedades de Convivencia, que se presenta a debate ante esta Asamblea, permítanme la referencia histórica:

«En acabado de hablar David, el alma de Jonatás quedó prendada del alma de David, y Jonatás le quiso como a sí mismo, y celebró alianza con David, pues le estimaba como a su propia persona».

Y la conclusión de este pasaje histórico: «Los filisteos mataron a Jonatás, y entonces David entonó esta elegía: ¡La flor, oh Israel, muerta sobre tus colinas! (…) ¡Muerto Jonatás sobre tus collados! Angustia siento por ti, Jonatás, hermano mío, para mí tan grato. Era tu amor para mí más preciado que amor de mujeres…» (Por demás elocuente.)

Las mujeres. Aquí el arrebatado poema que un alma enamorada dedicó a una de ellas: «Corriendo por mis venas – sutil llama vivísima – no bien te miro, siento. – Y en mi inmensa delicia – a los dulces transportes – que siente el alma mía – la lengua a hablar no acierta – y la voz juzgo perdida…(…) Feliz quien a tu lado – por ti sólo suspira – y el hondo placer goza de oír tu voz divina…»

En el primer caso de amor, es obvio, de inmediato identificaron ustedes a los protagonistas del bíblico suceso: Jonatás, hijo del rey Saúl, y David, sucesor en el trono. Por cuanto al poema de amor: se trata de la «Oda a una hija de Lesbos» compuesta por una que mucho la amaba: Safo, la célebre poeta griega encabalgada entre el 600 y el 500 antes de nuestra era. Poema, sí, de una mujer a otra mujer, de la que estaba enamorada…

Pero ya en nuestro tiempo, sobre el amor y los amorosos escribe Octavio Paz «Tras de la desaparición de la Unión Soviética, en Occidente se repitió el fenómeno de la postguerra triunfó y se extendió una nueva y más libre moral erótica. Este período presenta dos características: una la participación activa y pública de las mujeres y de los homosexuales; otra, la tonalidad política de las demandas de muchos de estos grupos. Fue y es una lucha por la igualdad de derechos y por el reconocimiento jurídico y social; en el caso de las mujeres, de una condición biológica y social; en el caso de los homosexuales, de una excepción. Ambas demandas, la igualdad y el reconocimiento de la diferencia, eran y son legítimas…»

Por cuanto a la eclosión del 1968: «Su herencia fue la libertad erótica. En este sentido el movimiento estudiantil fue la consagración final de una lucha que comenzó al despuntar el siglo XIX. ¿Pero qué hemos hecho de esa libertad? Hemos dejado que la libertad erótica haya sido confiscada por los poderes del dinero y la publicidad…»

Asiento aquí lo que en torno a las preferencias sexuales establece la ley en el Artículo 206 del Código Penal del Distrito Federal:

«De uno a tres años de prisión, así como de cincuenta a doscientos días de salario mínimo, como multa, al que provoque o incite al odio o a la violencia, excluya a algún usuario, o niegue y restrinja los servicios a personas que se distingan por su orientación sexual».

David, Jonatás; Safo y sus acompañantes femeninas en la isla griega de Delfos: cuántas historias como esas, que a diario ocurren entre nosotros: su elección sexual fue diferente a la nuestra, y con ello pasaron a formar parte de una minoría castigada, vejada discriminada. Se los dice un heterosexual. (Es México.)

Guijosa y los huevos

Héctor Guijosa, sí, ese individuo que anocheció delegado virtual y amaneció diputado local, teje-manejes de una politiquería tan parecida a vientos y ríos, que soplan y fluyen con la basura encima. A ese, mis valedores, envío este mensaje público que mucho tiene de púbico. Sr. Guijosa. Presente.

Le manifiesto mi rencor personal Usted, en sus tres años de gestión como delegado de La Magdalena Contreras, a mí y a muchos más nos resultó un bueno para nada que no sean las prácticas del Kama-Sutra. Yo nunca voté por usted. Si no tenía una mejor opción, votaba en blanco, en azul en tricolor, en amarillo. Todo, menos dárselo a usted, que tuvo quién se lo diera, aunque a resultas del regalito salieron ambos embarazados, ella en sentido biológico y usted como sinónimo de abochornado. A usted no lo olvidan, y a su mamacita, vecinos de La Magdalena, y más concretamente de Héroes de Padierna, y aun más concretamente de la calle Michoacán. ¿La recuerda usted, la conoció tan siquiera? Sí, un par de cuadras apenas, con sus escalones de piedra y su hornacina en plena acera, donde El Buen Pastor carga encima una ovejuela en cuyos ojos relucían paz y satisfacción por estar acunada en tan seráficos brazos, la única oveja que en este barrio podía vivir en paz. ¿Sabe que ahora ni el Buen Pastor lo perdona, Guijosa? Él mucho menos, qué lo va a perdonar…

Michoacán: apenas dos cuadras, pero ya quisieran barriadas enteras abarcar el catálogo de problemas que concentran dos cuadras rabonas. ¿Qué clase de problemas, pregunta usted? Ya para qué enumerárselos, si cuando delegado no los quiso o no los supo enfrentar. Humillante sería para mí contabilizarlos ante un individuo como usted, que como delegado nos fue a salir con que sus únicas habilidades rivalizan con las del fauno y el sátiro, el morueco y el garañón. Y el éxtasis…

Señor Héctor Guijosa, diputado: ya usted con la sede de la delegación habilitada de leonerita particular, una y otra vez vecinos diversos se me acercaban imaginando que yo pudiera tener alguna clase de influencia ante usted. Luego enfilaban rumbo a la leonera y pliego petitorio en mano, ilusos de buena fe, esperaban que usted atendiera su petición. Todo inútil Usted no se dignaba recibir a los implorantes; entreabría la puerta de su despacho y en ropita de abajo les dejaba ir la de Salinas:

– Ni los veo, ni los oigo, ni los siento, y háganle como quieran.

Ellos, conmigo: «Nada de nada, mi valedor. El Guijosa se negó a escucharnos. Horas y horas de esperarlo, y él haciendo gogin».

Almas cándidas. Ellos tomaron jadeos, sudor y chonchines a media zanca como la maniobra de cambiar de ropa después de correr en la pista de Los Dinamos. Lo que es el candor.

En fin, que relámpago en seco ahí restallaba el rencor vecinal en mentadas a la mamacita Guijosa. Señor semental y ahora pronto ya diputado:

Corrió, sí, pero no en Los Dinamos, «Aquella noche corrí – el mejor de los caminos, – montado en potra de nácar – sin bridas y sin estribos», que dijera García Lorca, y «animal de dos espaldas» hubiera llamado Shakespeare a usted y a su proveedora de huevos, la señita Emelia Hernández, a la que dejó llorando un cariño y arrastrando un Guijosito, válgame Cómo iba usted a solucionar nuestros problemas, si con uñas, esfínteres, dientes y lengua se avocaba al humanísimo ejercicio de la carnalidad clandestina. A toda hora. A toda hormona A todo pulmón. A toda cesta de huevos, que entre resoplidos forjaba para futuro sketch en la Asamblea Legislativa. Bien hayan los suyos, diputado garañón.

Yo tengo un muy buen amigo laborando de cuíco federal. Alguna vez, él de visita en mi casa, le pedí ayuda a nombre mío y de unos vecinos exasperados. «¿Cómo? ¿Invadir territorio ajeno y tomarnos atribuciones que no nos corresponden?»

– ¡Pero él anda a estas horas haciéndole hijos a la patria mía!

– ¿Y qué, nosotros estamos impedidos? ¿Quién te dice que nosotros no andamos en las mismas danzas?

Claro, nosotros no somos tan güeyes como el verraco Guijosa. Un hule como Dios manda, y a evitar la cesta de huevos.

Mis valedores: qué otro recurso me quedaba, mexicano de mí. Oscura la mañana me escurrí hasta la hornacina de El Buen Pastor y me le puse en suerte así, miren: de rodillas y los brazos en cruz. «Que soluciones los problemas del vecindario. Tú puedes». Y válgame, que fue entonces. ¿Y eso? ¿Y esa? La ovejita patiabierta y llorosa en brazos del Nazareno, acongojado también. «¿Qué yo puedo? A deshoras de la noche pasó por aquí Guijosa el bergante mayor al frente de la pandilla de bellacos». Y las palmaditas en el lomo de la recién desflorada «Ya, ya pasó todo». (¡Cruz, cruz!)

El Vaticano y el homosexual

La Ley de Sociedades de Convivencia, mis valedores. Apenas ayer transcribí aquí mismo diversos párrafos de algún desplegado de prensa en donde una Fundación Vida y Valores se oponía a que se aprobase tal ley, y su conclusión:

«Pretender que la actividad homosexual y sus consecuencias sean legalizadas, cuando por sí misma constituye una perversión moral, violenta el principio de justicia. Nadie tiene legitimidad alguna para pretender la protección jurídica a comportamientos inmorales e irracionales. El homosexualismo no es fuente de derecho». (Sic.)

Pues no, pero lo fue. Contra campañas de El Vaticano, Norbertos Rivera, Providas y fundaciones dogmáticas de ultraderecha, sí se pudo. Contra todos ellos se pudo, cómo no se iba a poder. Fue un mes como el que vivimos hoy, pero del 2006, cuando la Asamblea Legislativa del DF aprobó la hasta entonces postergada Ley de Sociedades de Convivencia, que legaliza las uniones de compañeros del mismo sexo y de la misma preferencia sexual. Se pudo. Mis valedores:

Con el inválido, la mujer y la empleada doméstica, los denominados «grupos lésbico-gays» han sido hasta hoy víctimas propicias de marginación, mofa y befa, desprecio y piedra de escándalo. Hoy mismo, si ustedes revisan el revuelo que en el alto clero, los providas y agrupaciones ultraderechistas de padres de familia ha producido la dicha ley. «¡Es un lobo con piel de oveja!», claman. «Tus hijos se verán afectados por acciones y leyes consecuentes que permiten que niños sean adoptados por parejas homosexuales, talleres dirigidos a niños que inculcarán la homosexualidad en escuelas, y si dos homosexuales actúan de manera impropiada públicamente, la ley los defenderá, sin importar lo que tus hijos están viendo…»

Tal clamaban y claman, sepulcros blanqueados, los protectores y cómplices de sacerdotes paidófilos y pederastas. Se escandalizaba un Scott McClellan, de la Casa Blanca en tiempos de G. W. Bush:

El matrimonio es una institución sagrada entre un hombre y una mujer y no transigirá en la cuestión del matrimonio entre homosexuales…

¿La razón de la homofobia que padece esta machista sociedad? Así la explica José Francisco Gilberto Escobedo en su Identidad latina, ensayo aún inédito en nuestro país:

«Aun cuando Pro Vida y sus religiones dice que somos enfermos, no puede probarlo, son sólo afirmaciones gratuitas. Lo absurdo, lo paradójico es que la iglesia católica que como toda religión de Estado, nos odia a los homosexuales, se sirvió de miles de artistas homosexuales en la historia para fabricar sus maravillosos templos y palacios. Miguel Ángel es un ejemplo.

Nuestra historia mejicana está henchida de pasajes grandilocuentes en este rubro, en este campo tan delicado de la homosexualidad. En el siglo XVI el Soldado Cronista conquistador de Méjico-Tenochtitlan, don Bernal Díaz del Castillo, en su mayestática obra maestra de la literatura universal denominada Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España (…), dice que habiéndose reconciliado después de encarnizado pleito con el señor Gobernador de Cuba don Diego Velásquez de Cuéllar, durmieron juntos para señalar su entrañable amistad estos concuños, pues eran casados con dos hermanas.

Jerónimo de Aguilar aprendió la lengua maya después de haber vivido como esclavo de un cacique en Yucatán. Jerónimo cuidaba las indias del serrallo de ese reyezuelo del sureste mexicano, pues se caracterizaba por ser piadoso y respetarlas totalmente, amén que andaban ellas todas desnudas.

Estamos ciertos que sólo son eufemismos para evitar declarar que era homosexual. Evidentemente no tenía pulsión por la mujer este dulcísimo hombre; por ello en los libros españoles, que son los documentos con los que contamos, suelen emplearse términos cristianos como piedad, virtud y respeto, pues de quien siquiera se insinuara que era gay acababa en las mazmorras del Tribunal Del Santo Oficio de la Inquisición, quien después nos pasaba a la Sala del Tormento y finalmente al cadalso o a la hoguera, sólo porque nosotros vamos contra los designios divinos del dios según las religiones judeo-cristianas, quedando aquí comprendida la mahometana».

Nuestra historia mejicana está henchida de pasajes grandilocuentes en este rubro, en este campo tan delicado de la homosexualidad. Los argumentos a favor del homosexual, muy pronto. (Aguárdenlos.)

¡Acribíllenlos!

El Día Internacional contra la Violencia hacia la Mujer, mis valedores, instituido en conmemoración de aquel 25 de noviembre de 1960 cuando en la República Dominicana de Leónidas Trujillo, el dictador, fueron asesinadas en forma salvaje las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal. Veintiún años más tarde, en el Primer Encuentro Feminista de Latinoamérica y el Caribe, realizado en Bogotá, Colombia, fue elegido oficialmente el 25 de noviembre como Día Internacional contra la Violencia hacia la Mujer, que es decir contra el maltrato que a puños del macho padece la mujer. Pues sí, ¿pero nada más la mujer? ¿Y los grupos marginados en una sociedad hipócrita, de doble moral? ¿Y los homosexuales, por ejemplo? ¿Qué hay de esa feroz andanada de descalificación, de satanización, que contra la preferencia sexual distinta ventosean la sotana, la capa pluvial y los políticos del Verbo Encarnado? Tal campaña se recrudece ahora mismo, cuando en esta ciudad se legalizan las uniones de convivencia entre homosexuales. Y la nota de prensa:

El Vaticano va con todo contra bodas homosexuales. Inicia dura campaña mundial. Su pregón de combate: «Las inclinaciones homosexuales, graves depravaciones. Esas uniones, gravemente inmorales. Están fuera del plan de Dios». El Vaticano busca «iluminar la actividad de los políticos católicos. ¡Permitir esas uniones, gravemente inmoral y nocivo para la sociedad! ¡Porque los gays son unos depravados…!»

El documento viene firmado por un Joseph Ratzinger, inquisidor.

Y el resultado: Mérida, Yuc., Graves irregularidades contra enfermos de sida Negligencia criminal en el suministro de medicamentos. El titular de cierto albergue Oasis de San Juan de Dios lo afirmaba en el sexenio de Fox:

– ¿Para qué defienden a los sidosos, si de todos modos se van a morir?

Por este tiempo cierta Fundación Vida y Valores A.C., de Guadalajara, Jal., publicaba un desplegado de prensa del cual transcribo, tal cual, los siguientes párrafos:

«El homosexualismo es intrínsecamente perverso. El homosexualismo, instigador y promotor de las actividades y prácticas sexuales entre dos personas del mismo sexo y de su aceptación pública, constituye una grave y absurda oposición a los designios divinos en relación con la realidad sexual, por lo que es intrínsecamente perverso al pretender equiparar la actividad homosexual a la expresión sexual del amor conyugal.

Dios crea al hombre y a la mujer, y en la unión conyugal de éstos, por la complementariedad natural de los sexos, cooperan con Él en la trasmisión de la vida mediante la recíproca donación esponsal; el hombre y la mujer en el matrimonio cumplen con el designio divino de una unión de amor capaz de dar vida. La actividad homosexual (…) representa una aberrante oposición a los designios divinos, toda vez que cualquier tipo de relación que el homosexualismo consiga concretar, jamás podrán llegar a constituir ningún tipo de unión complementaria capaz de trasmitir la vida.

San Pablo, doctrinalmente catalogada quien actúa como homosexual entre aquellos que no entrarán en el reino de Dios, presenta el comportamiento homosexual como un ejemplo de la ceguera en que ha caído la humanidad. Refiriéndose a la idolatría que conduce a toda suerte de excesos en el campo moral, entre los que figura la suplantación de la armonía originaria entre el Creador y las criaturas, San Pablo encuentra el ejemplo más claro de esa desavenencia en las relaciones homosexuales.

Frente a las pretensiones del homosexualismo, la Fundación Vida y Valores postula que la igualdad ante la ley siempre deberá estar presidida por el principio de justicia, misma que demanda tratar lo igual como igual y lo diferente como diferente, dando a cada uno lo que le es debido en justicia. Este principio de justicia se violentaría si se otorga a los homosexuales activos un tratamiento jurídico semejante o equivalente al que corresponde al hombre y la mujer. Pretender que la actividad homosexual y sus consecuencias sean legalizadas, cuando por sí misma constituye una perversión moral, violenta el principio de justicia. «Nadie tiene legitimidad alguna para pretender la protección jurídica a comportamientos inmorales e irracionales. El homosexualismo no es fuente de derecho». (Sic.)

Por ese mismo tiempo, en Mérida, Yuc., dos enfermos de sida fallecieron por negligencia médica. Y el titular de alguna comisión de derechos humanos exigió a las autoridades correspondientes:

– Que confinen a los infectados. Disparen a matar si rebasan la línea de seguridad.

Cristianismo puro. A la mexicana (Laus Deo.)

Madero y Ricardo Flores Magón

El general Díaz, con su mano de hierro ha acabado con nuestro espíritu turbulento e inquieto y ahora que tenemos la calma necesaria y que comprendemos cuan deseable es el reino de la ley, ahora sí estamos aptos para concurrir pacíficamente a las urnas electorales…

Exacto, mis valedores. Semejantes conceptos humo son del copal que en 1808 y ante el altar del dictador, depredador y genocida (Tomochic, indígenas yaquis, Cananea y Río Blanco, etc.) quemó un espiritista y vitivinicultor a quien tocó en suerte iniciar, para la historia oficial, el movimiento revolucionario de 1810, gloria y honor de los hermanos Flores Magón. Yo, en contracanto de esa versión oficial de la historia, hablé ayer de Ricardo Flores Magón como el iniciador del estallido revolucionario de 1910. Hoy me refiero a Francisco I. Madero como admirador de Porfirio Díaz., a quien forró de elogiosos conceptos en La sucesión presidencial. Hoy, apenas rebasado el 20 de noviembre, va aquí esta pedacera del libro que nos legó el iniciador oficial del movimiento armado de 1910. Juzguen ustedes:

«Pertenezco, por nacimiento, a la clase privilegiada; mi familia es de las más numerosas e influyentes en este estado; y ni yo, ni ninguno de los miembros de mi familia, tenemos el menor motivo de queja contra el general Díaz, ni contra sus ministros, ni contra el actual gobernador del estado, ni siquiera contra las autoridades locales. Los múltiples negocios que todos los de mi familia han tenido en los distintos ministerios, en los tribunales de la República, siempre han sido despachados con equidad y justicia…

La obra del general Díaz ha consistido en borrar los odios profundos que antes dividían a los mexicanos y en asegurar la paz por más de 30 años, que (…) ha llegado a echar profundas raíces en el suelo nacional, al grado de que su florecimiento en nuestro país, parece asegurado».

Y muy a propósito como para leer entre líneas:

«Ahora que el general Díaz no tiene más que temer que el fallo de la Historia, ni más que desear que la gratitud nacional, no será remoto que procure atraerse a esta última y asegurarse un fallo favorable de la primera, respetando en sus últimos días la voluntad nacional y cumpliendo todas las promesas que antes hiciera a la patria (…) Ante la Historia podrá justificarse diciendo: Con mi permanencia en el poder, maté al militarismo, acabé con el espíritu turbulento, hice que en todos los ámbitos de la República se respetase la ley; consolidé la paz, extendí por todo el país una vasta red ferrocarrilera, construí grandiosas obras materiales; favorecí la creación de cuantiosos intereses privados, aumenté la riqueza pública; de mi patria, turbulenta, pobre, sin crédito, he hecho un país pacífico, rico y que goza de un justo crédito en el extranjero.

Es posible que para llevar a cima esta obra, haya yo cometido algunas faltas; todo el mundo está expuesto a errar, pero esas faltas han sido de buena fe y la prueba de ello es que la principal que se me puede imputar: que me haya colocado arriba de la ley, sólo la he cometido mientras lo he juzgado indispensable para llevar a feliz término mi obra, puesto que ahora que creo que ésta está terminada, que el país está apto para ejercer sus derechos, devuelvo a la ley su imperio, su majestad y yo mismo me coloco debajo de ella, a fin de que en lo sucesivo sea la ley, la guardiana de la paz, la que asegure el progreso indefinido de mi patria, pues creo que no podré tener sucesor más digno. Los últimos días de mi vida los consagraré a defenderla, a consolidar su prestigio, poniendo a su servicio todo el mío, y ¡ay de quien quiera atentar contra la ley que yo seré el primero en respetar!

El prestigio del general Díaz llegará entonces a tal grado, que en donde quiera que se encontrara sería considerado como el arbitro de nuestros destinos y la gratitud nacional hacia él no tendría límites (…) Porque el general Díaz no ha sido un déspota vulgar y la Historia nos habla de muy pocos hombres que hayan usado del poder absoluto con tanta moderación».

Moderación, dijo Madero del carnicero de Tomochic y los indígenas yaquis y mayas; del reguero de fuego y muerte de huelguistas de Cananea, Puebla y Río Blanco, que le merecieron el siguiente juicio: «En esas huelgas podemos encontrar cuál es la opinión que el general Díaz tiene de las necesidades de los obreros y hasta dónde llega su amor hacia ellos.» Mis valedores… ¡Basta!

Ricardo Flores Magón, mientras tanto… (Ah, México.)

De héroes y tumbas

Quien ve más lejos en el pasado más lejos podrá ver en el porvenir.

La historia oficial, mis valedores, esa trampa con la que el Sistema de poder nos distorsiona el pasado de nuestra comunidad. Ahora mismo, cuando ese Sistema se dispone a conmemorar el Centenario de la Revolución y el Bicentenario de nuestra Independencia (aberrante derroche de recursos económicos) habrá que recordar que la historia siempre es un proceso, que no fue uno solo sino diversos los movimientos de independencia, y que no comenzaron con Miguel Hidalgo, como tampoco las revoluciones de 1910-17 con Francisco I. Madero. Muy malagradecidos hemos de ser si olvidamos a los precursores cuya hazaña como iniciadores de los movimientos libertarios pagaron con prisión y grilletes, y aun con la propia existencia.

La revolución es el único acto que puede transformar las condiciones sociales intolerables, pero también puede conducir a la creación de estas situaciones sociales intolerables. (A. Camus).

A propósito de los precursores de la revolución: El Valedor, programa que tarde a tarde transmito por internet, he recordado a los heroicos visionarios que en 1808 intentaron la independencia del país, y que en

la empresa tuvieron que enfrentar el poder y la furia de los peninsulares, y pagarlo con la vida Muchos fueron los mártires. Vale la pena consignar aquí algunos nombres.

Francisco de Azcárate, Primo de Verdad, Mariano Michelena y aun, algo lógico, un cura de un bajo clero descontento por los fueros y desmesuras de la jerarquía: Manuel Ruiz de Chávez, párroco. Y qué alto destaca la figura de un fraile, Melchor de Talamantes. El, peruano de nacimiento, a punta de escritos y prédicas encendió la fogata independentista hasta dar directamente en una de las tinajas de San Juan de Ulúa, donde pasó el resto de su existencia hasta perderla entre vómitos y «fiebre prieta». Y meditarlo, mis valedores:

Al peruano que aventó por delante su vida por la independencia de su país de adopción, a la hora del sepulcro tuvieron que desprender del cadáver grilletes y cadenas. Pero el tamaño del agradecimiento oficial: cuando se habla de la independencia de México el discurso conmemorativo comienza el nombre obligado: Miguel Hidalgo. Es la historia. Es México. Mis valedores:

Muy semejante a fray Melchor de Talamantes, los textos de historia reiteran, machacan, que el iniciador de la Revolución del 1910-17 fue un cierto vitivinicultor espiritista de nombre Francisco I. Madero. Pocos, a la hora de los discursos, otorgan el mérito a los verdaderos iniciadores de la eclosión revolucionaria los hermanos Enrique y Ricardo Flores Magón (Jesús, el tercer hermano, va aparte).

Ricardo Flores Magón. Vidas paralelas la suya y de fray Melchor, el visionario de la Revolución fundó un periódico y un partido político y fue el inspirador, el instigador de movimientos de insurrección tan decisivos en la explosión revolucionaria como las huelgas de Cananea y Río Blanco. ¿Su destino final? Una celda en la prisión norteamericana de Leavenworth, Kansas, donde ciego y debilitado terminó su vida de guía, de baqueano, de iluminado al que sus beneficiarios hemos olvidado, o casi.

Asi pues, estoy condenado a cegar y morir en la prisión, mas prefiero esto, que volver la espalda a los trabajadores, y tener las puertas de la prisión abiertas al precio de mi vergüenza No sobreviviré en mi cautiverio, pues ya estoy viejo; pero cuando muera, mis amigos quizás inscriban en mi tumba «Aquí yace un Soñador». Y mis enemigos: «Aquí yace un Loco», pero no habrá nadie que se atreva a estampar esta inscripción: «Aquí yace un Cobarde y un Traidor a sus ideas…»

Flores Magón murió completamente ciego un par de años más tarde, el 22 de noviembre de 1922, en la prisión de Leavenworth, Kansas, EU. Aquí, para conocer al héroe, para reconocerlo, estos fragmentos de la correspondencia del prisionero, precursor e ideólogo de la Revolución, ya cuando estaba a punto de muerte en su celda penitenciaria:

«Mis males no ceden, y cada vez me siento más debilitado, corporalmente, por supuesto, pues por lo que respecta a mi voluntad, es la misma de siempre. Yo me doy ánimo para ver si mi pobre carne reacciona y puede resistir victoriosamente la temible tuberculosis que está amenazándome, y detener por algún tiempo la pérdida total de mi vista Mi única esperanza de poder recobrar mi salud es la libertad, el cambio de clima y de régimen de vida pero esta esperanza es tan débil…»

Contrapunto obligado con Ricardo Flores Magón, mañana aquí mismo, los ditirambos que el iniciador oficial de la Revolución Mexicana dedicó en su momento a Porfirio Díaz, dictador. (Aguarden.)

Dr. Jeckyll y Mr. Hide

¿Conocen la fábula, mis valedores? Yo, cuando iba a imaginarlo, la escuché de labios de uno de sus protagonistas. Y aquella tristura. Y cuánto lastima tomar como propias las desdichas de los demás. (¿Escuchan en la piquera? «Porque ya creo merecerte – porque ya logré ponerte».) La crónica de los hechos, que ocurrieron en aquel callejón de barrio bajo, ya al pardear.

Cacho de acera cercana a la taberna. No lejos, variopintos reclamos de los buscavidas: jugos, tacos, se visten niños Dios. Masajes y similares. Llame, nosotras vamos.

Yo estoy a las puertas de la piquera de airoso título: «Acá pulquito, botanas de chilacayote». Recargados en el muro de la piquera, él y yo: «Gracias, mi valedor. Salucita». Cacarizo, el muro, tatuajes y costurones: «Maras». No anunciar. Te amo, Cosita. Puto yo (ájale) y, grosero dibujo del crayón, los sexos cual sañudos escorpiones, que dijera el poeta «Gracias, me vino a resucitar».

Con un eructo me lo agradece. El segundo amamantón, de náufrago. Alagartado en la banqueta el teporochón (miseria, soledad, mugre químicamente pura) chupetea el titán de grosella que le acabo de ofertar, y cuyo fuerte sabor ha rebajado con alcohol del 96. Se desatora del gollete, y aquel remedo de sonrisa, mueca desmolada.

– Qué a toda madre es la vida cuando es vida de a de veras, ¿no, mi señor?

Lo observo: cedió el temblor de las manos. Entre pitaña y arrugas los ojillos rebrillan, y tales rasgos faciales macerados de tiempo, soledad, vida arrastrada «¿Me permite?» Otro amamantón, luego el regüeldo, el humito del tabaco, el carraspeo, el escupitajo. «Cuidado, sesgúese o se lo estampo».

Me lo estampó. «No se preocupe», le digo. Y venga un chupete más. «¿Y su familia, señor?», le pregunto.

– ¿Familia? ¿Y eso qué es? No, mire, aquí donde me ve, yo soy solo y mi alma en el mundo. Padre no conocí, y eso que fueron tantos. Madre no tengo ni siquiera para que me la mienten ¿Un hijo mío, para el apellido? Nada. De mí quién se duele, de mí quién pregunta si vivo o muero. Si me muero quién me llora. Vida, madrastra de desdichados…

Su briaga autocompasión. Pues sí, pero algo me reblandece acá adentro. Se contrista el espíritu, se fruncen las telas del corazón. Hago el impulso de apretar esa mano y darle a entender que donde hay hombres no mueren hombres, pero un cierto pudor…

– Aquí donde me ve, a mí también me parió una madre. De no creerse, ¿verdad?

A lo lejos el largo son de una locomotora que rompe en adioses, y ojos que te vieron ir. (Silbato camotero, perdón.) Aquí, en la entraña del arrabal, perracos y hedores, bandazos de viento que desparrama tristuras de amor, y esos dolorimientos. «Para darte tres regalos…» (Pienso en ti, mi única, ausente para nunca más.)

– Pero a mí la que me vino echando a la vida airada fue una decepción.

Suspiré. No me quedó otro remedio. Mi Nallieli. «Entiendo, sí. Una hembra que se le ausentó».

– ¿Una qué? No mame. A mí las hembras pa esto, mire.

El ademán procaz; el desdén misógino.

– Fue por un amigo la decepción. Un amigo nomás, pero el que es todo, y tantito más, un mundo de punta a punta; ese amigo que Dios nos dio aquel día en que amaneció de buenas y sin rastro de cruda. El amigo que viene a ser cómplice, hermano, paño de lágrimas. La otra mitad de uno mismo, para que me entienda; uno mismo con otro cuero, que dijo aquél. Mi amigo, nomás mi amigo. Dios…

Y el goterón, que se trasmina en los pitañosos, y el apalancón a un titán ya en las últimas. Un súbito clamor de parturienta primeriza la ambulancia, que lleva en su vientre a algún desdichado que cayó en su momento de mala fortuna. En los bandazos de viento la voz en brama «Ay, quiéreme…». El del vicio besó el gollete.

Sorbió. A la pitaña había asomado el lagrimón Ahora esos escurrimientos. «¿Sabe? El amigo pasó a mejor vida. Salucita».

– Mi pésame, señor. ¿Cuánto hace que falleció su amigo?

– Ni se me murió ni se ha muerto, el muy cabrón. (Y a soltar broncas palabras mal amansadas.)

Y fue ahí, mis valedores, donde escuché la fábula del Dr. Jeckyll y Mr. Hide, pero en contracanto, al revés de como la cuenta Stevenson. «El hijo de buda pasó a mejor vida pero ni se murió. Ora que para mí, mire: como si estuviera dos metros abajo. (La remembranza, el meneo de testa) El que fue mi amigo, qué tiempos…»

En la bocacalle el rechinido de frenos. Furioso, el claxon dejó ir sus cinco toques, como Dios manda. «Con ése las borracheras eran un puro contentamiento, regocijamiento del primer trago a la cruda. Porque aquí donde me ve, yo con mi amigo conocí tiempos mejores. Yo y él, los dos. Fue entonces cuando nos dimos a la buena vida».

– La vida en familia

–  ¿En familia? No mame. ¿No? (Hasta mañana)

De bustos y nalgas

¿Conque ése era yo? ¿De veras? Ah, tiempos aquellos, los de mi primera juventud, tiempos que fueron los de la abundancia de ideales y la carencia económica; de la escasez de ropa y la prodigalidad de una greña que escurría Glostora. Aquellos tiempos, mis tiempos, que fueron los del primer amor (todos los amores son el primero), la sota moza deambulando por el parque arbolado y uno acá, bebiéndosela con los ojos, el sudor en las manos y la taquicardia en un corazón lacerado de ansias amorosas. Ya lo canta el Kama Sutra (¿o fue Nietzsche?): «Las goza quien las merece, que yo con verlas descanso». Guadalajara.

Pero no todo se me iba en mirar de lejos y suspirar. De vecino tenía San Juan de Dios, por aquel entonces claveteado de antros, piqueras y mancebías, enfermedades venéreas, doctores abortistas y la iglesia de San Juan para el harponazo de penicilina espiritual. Las noches de sábado yo, hormona alborotada, de turbio en turbio las pasaba encuevado en el muy honorable salón para familias La Nalgada (la moneda con la que usted pagaba a la bailadora daba el derecho de pegarle sabrosa palmada ya en la derecha, ya en la zurda, a escoger). Y venga en la sinfonola «Pachito e’ che», y el Benny: «Pero qué bonito y sabroso». Almendra, danzón. Qué tiempos.

Ya va amaneciendo, ya el etílico malestar (no era mi caso, que conmigo el licor topó en tepetate) se enrosca en el vientre y trepa a la cabeza: la hora ha sonado de aliviar la panza con pancita caliente y dejar sitio a la media de ostiones, y a volver a vivir. No lloro, nomás me acuerdo. Llega el domingo; a misa de doce y, liviana la conciencia, vamonos a tirar dos que tres clavados. No en los dineros públicos como los Salinas, Montiel, Bribiesca, Sahagún y cáfila de bandidos hijos putativos de unas leyes alcahuetas (ya, ya, cálmate). No clavados en el erario público, sino en la pública alberca, sede de gloriosos panzazos. Cuando menos acordaba, la noche, y ya de noche y al amparo de la oscuridad cómplice… Mis valedores: ¿los estaré aburriendo? Por sí o por no, aquí aderezo el guisado con una salsa sicalíptica:

Yo arriba, resoplando; ella abajo, jadeante, y la pareja, que no tenía para cuando acabar. Aclaro: yo, desde lo alto de la gayola, miraba debajo de mí la pantalla del cine Regís, donde para la pareja del Gordo y el Flaco todo era correr, brincar, caer, alzarse, volver a caer, y ya tropiezan, ya derriban el jarrón, la lámpara, la fuente de frutas; y ya resbalan en ese plátano, chillan, se soban, hacen muecas, visajes; y que sigan los tumbos y los mojicones. A mí, todavía con la sangre dulzona sin llegar al punto de la diabetes; a mí, que aún conservábame virgen de cultura política, cantatas de Bach y los clásicos lobanillos del áspero oficio del diario vivir una vida arrastrada a veces, y a veces nomás agónica, las chistosadas del cómico me los reblandecían, me humedecían de risa ojos, belfos y algún esfínter. Qué joven fui una vez…

Fanático fui del cine mexicano, con sólo que la película fuese mala a morir, que entonces me hacía vivir, y siendo, como eran, cintas mexicanas, ¿cuál abstenerme de ver? ¿Cuál, Charito Granados? ¿Cuál, Maritoña Pons? Todas eran mis favoritas: esta comedia, la tragicomedia, el dramón pasional, la tragedia de involuntario humor, todas. Fanático fui del mal cine, sí, pero hasta el blanco y negro llegué, que aquellas malas películas algo tenían rescatable, mientras que las de color -¿hay excepciones?- no me parecen malas películas, no, sino estúpidas, cretinas y a la medida de los pobres de espíritu que asisten al cine para (asco, horror), mascar y rumiar bolsas de palomitas entre comentarios de lo que ven en la pantalla. Yo, hoy adicto al cine de Eisenstein, Bergman y cercanías, ¿soportar las creaciones de semejantes talentos con mis vecinos de asiento remoliendo palomitas y lo que hoy se vendan en las «fuentes de sodas»? Deserté de la sala de cine; me rendí, de plano, y no más. Pero añoro, y cuánto, las cintas de cómicos, comenzando con Laurel y Hardy, genios de una comicidad que degeneró hasta la náusea con los Viruta y Capulina. Mis valedores…

Estómago tuve para el mal cine de comediantes baratos, pero después de la cáfila de pésimos cómicos que gesticulan en la función pública, ¿soportar a pie firme y a puro valor mexicano ese abominable espectáculo (harina, pastelazo, robo de cámara y de dineros públicos) de payasos tan esperpénticos, zafios y ridículos como los mediocres Juanito y estatua, Mouriño, bustos y duelo mujeril, estrepitoso, estrambótico? Yo, a lo morboso, ¿indagar en qué sitio levantarán la estatua de las doloridas nalgas de «Ale» Guzmán? ¿Yo? ¡Nunca! Paso sin ver. He dicho. (¡Puagh!)

Material Tres Equis, cuidado

Que me la perdonen las beatas del Verbo Encarnado. Que me la persignen, porque tantito más, por un pelo (por un macollo de pelos) hubiese yo caído en la carnosa tenta­ción. Y es que la carne es débil, pero de una fuerza tal que resulta casi irresistible, glo­rioso contrasentido. Resistí. La crónica:Noche de miércoles. Por callejas del barrio caminaba para bajar el comelitón que me sirve el modelo neoliberal: bueyes, camellos y un burro de este tamaño, mi­ren. Galletas de animalitos, que me pasé por el gaznate chiquiteándome un negro bien caliente y tan fuerte que toda la no­che me iba a mantener despierto y remo­lineándome en la cama (un café, garban­zo de a libra). A lo despreocupado avancé, cuando en eso: ‘Pst, pst…”

Yo, distraído, percibía el silencio de la noche, su desierta soledad, el farolillo mor­tecino y aquel desgarrado adiós de la loco­motora que desgaja y separa amores, desti­nos, vidas. Alma mía de mi ausente, y ojos que te vieron ir. Pero a ver, un momento: ¿silbato de locomotora? ¿Pues qué, no las malbarató Zedillo a sus patrones gringos? Ah, silbato de carrito camotero. ¿Pues qué, todavía no los malbarata ese que en venta de cochera está rematando todo el equipo de Luz y Fuerza del Centro? Seguí caminan­do, y aquel discreto eructillo…

«Pst, pst». ¡Ave María! ¿Asalto, atorón, levantón, secuestro? El espanto me chicoteó el coxis, zacatón que soy. Lo apreté, el paso. Lo apreté, el gañote Lo apreté; un apretade­ro. La saliva, burro a medio digerir, se amar­gó de bilis. «Pst, pst». Santo Niño de Atocha. Algo más quise apretar, pero ya sólo me res­taban los párpados. Y aquella taquicardia ‘Pst, pst.» Pero un momento: ¿un asaltante, un secuestrador, un sardo torturador iban a hacerme: «pst, pst»? No, que ellos, direc­tamente al madrazo, aunque a fin de cuen­tas el Madrazo fue para él, pregúntenle a la Gonflo. De ganchete miré una cucaracheta que se me había emparejado (rosa, tafiletes fiusha). ¿De la Federal de Seguridad, de Gar­cía Luna? ¿Pero Genaro en un volks color de rosa? No, que ése ya me hubiese ventoseado la primera ráfaga de AK-47, táctica copiada a los Zetas. Santo Niñito… – Pst, pst Sí, tú, papito.

¡Una mujer! Uno a uno comencé a aflojarlos. De reojo una rápida ojeada: prieta ella, ventruda, peluca azafranada con rayos guindas; postizas de este tama­ño (pestañas); rímel que hagan de cuen­ta contingencia ambiental; ojeras de sombreador en las ojeras de edad, desveladas y depravación; uñas lilas en manos y pies; ligas para el ligue; faja para el faje; mini-mini atacada y atacados chonchones color mamey. Simple ojeada «Papi…»

Va a querer su domingo, pensé. Acele­ré el paso. «Ven, trépate, yo no voy a lasti­marte, como él». ¿El? ¿A qué «él» se refiere, qué «él» me ha lastimado nunca, hetero­sexual de mi? Seguí caminando. Ella, ser­piente del paraíso: ‘Yo lo que te prome­to te cumplo, no como él. (¡A mí ningún «él» me ha prometido nada!) «Este cuerpo de élite todo tuyo, míralo. ¿Te vienes?» Ca­miné más aprisa ‘Yo sí soy profesional y no fui impuesta ni soy una improvisada que ande regándola, como él». Tragué sa­liva ‘Ven, que yo sí te voy a cumplir, no como él, que te dejó encuerado y muerto de hambre». Resollé hondo, acopié valor. «Yo no te voy a lastimar como te lastimó el gordo». Dios, aclárale a la señorita que yo soy honesto. En lo que cabe. (Reculo. Aquí no cabe ni un alfiler.) «Yo no te voy a car­gar la choricera de impuestos: el IVA al 16 por ciento, el ISR al 30, y que el celular, y que tu depósito bancario, y que puertas, perros y ventanas, López de Santa Anna de pacotilla. Déjateme venir».

Sin mirarla y por desvanecer el equí­voco: «Necesitamos aclarar paradas». «Esas son mi especialidad». ‘Prímero: no soy su papá; segundo: no la conozco; ter­cero, no apruebo su tuteo. Cuarto…» «Ese sí lo pagas tú». «Cuarto, digo: yo nunca he tenido trato con ningún ‘él'».

– ¿Que no? A ver: ¿eres periodista ven­dido, o nomás comprado, de los que por el módico chayo se ceban en un inicuo lin­chamiento de electricistas?

– ¡Señorita, me confundió, y eso ya ca­lienta!

– “Lo caliente yo te lo bajo. Anda, que no me he persignado».

Flaca es la carne, después de todo. La mía, cuando menos. Me trepé, toqueteé su carne gorda, sus colinas y valles, sus rin­cones umbríos, y fue en aquel rincón don­de ¡tíznale! «No le saques, papito». «¡Me salió usted varón!» «¿Vas a fijarte en meti­culosidades?». Fue a eso a lo que le temí: a las meti-culosidades. Y que pego el brinco y me la pelo, y al sobarme mi rodilla veo que el color de rosita aceleraba, y la seño­ra tentación me mandaba un postrero sa­ludo: brazo extendido y un jalón del ante­brazo. Válgame. Vi que el rosita se perdía a lo lejos. (Feo, ¿no?)

Domingo 6 – 8 Noviembre 2009

Programa Domingo 6, transmitido el  8 Noviembre de 2009 a través de Radio UNAM, 860AM
En este programa El Valedor habla acerca de los incrementos a los impuestos que aprobaron los diputados y senadores y que van a comenzar a cobrarse en 2010. Dichos impuestos fueron una iniciativa de Felipe Calderón, aunque ahora los diputados se echan la culpa para proteger al presidente.

También habla acerca de los recortes a instituciones educativas y culturales como la UNAM y el IMCINE entre otros.

Del esperpento

Ayala ha mostrado cómo el poder usurpado corrompe una sociedad, haciéndose vehículo de encadenados delitos…Y este Francisco Ayala acaba de morir. Su muerte precoz, como todas las muertes, lo encontró creativo, lúcido y en la flor de su edad a los 103 años de vida. Entre dos fechas y dos ciudades, su biografía: Granada, 1906, y Madrid, 2009. Entre esas dos fechas novelas y ensayos, relatos, poemas y crónicas. «Lo vamos a tener para una larga posteridad, resistiendo la erosión del tiempo y la corrosión del olvido, quedando para las generaciones futuras como ejemplo de lo que fue una palabra libre, insobornable, creadora». Francisco Ayala.

Arrojado de su España cuando la guerra civil, el escritor anduvo exiliado por diversos países de acá entre nos: Argentina, Puerto Rico, Estados Unidos, y de ellos aprendió usos y costumbres y soportó dictaduras como la de los milicos en Argentina, y fue entonces…

A la manera del esperpento, Ayala reprodujo la tragicomedia de cierto paisillo imaginario cuyos destinos rige un espadón de nombre Antón Bocanegra, dipsómano que trata los asuntos de gobierno sentado frente a unos ministros que permanecen de pie. Sentado, sí, pero en la taza del lugar excusado, mientras los funcionarios se mantienen erguidos, que es una forma de culimpinarse ante el dictador. Qué país.

Que el espadón rige los destinos de la república, dije allá arriba, pero dije mal: quien manipula toda la vida pública no es el presidente, carácter de jericalla que disimula con mano ruda a la manera de la bota y el espadón cuartelero, sino una cierta Concha Bocanegra, la «primera dama», titulejo copiado a los gringos, que por halagarla le endilga una prensa servil. Así es la tal Bocanegra, mujeruca apenas ayer insignificante, trepadora famélica de poder cuyas dotes de audacia carente de escrúpulos la encaramaron en el poder. (¿Semejanza con alguna Marta de por acá? ¿Mera coincidencia?) Ya como «primera dama», Concha desnuda su pasión por el rastacuerismo y el derroche ostentoso. Sangre caliente y hormonas a flor de entrepierna, la Concha aquella termina por echarse encima un amante, cierto efebo Tadeo bienamado del dictador. La pareja teje su telaraña de compinchajes y complicidades, intrigas palaciegas y maniobras politiqueras. Tadeo va a aderezar con veneno la copa del dictador. Lógico.

Recuerdo, mis valedores, aquel caso de conciencia para la Concha católica, mojigata y disoluta. En la plaza de armas se montó una exposición de artesania popular. Entre las obras expuestas al público se exhibía un niñito Jesús recién nacido. Lo ven las damas pías y horror, qué sacrilegio. En parvada van hasta el palacio de la primera dama a querellarse y acusar al artesano. Blasfemia, desfiguro, herejía

Pues sí, pero con qué palabras explicarle a la beata, cachonda y católica primera dama la infamia que el artesano perpetró con el Jesús niño. Concha en persona tuvo que ir a comprobar el horror. Y sí…

Niñito Jesús de nacimiento navideño, en su desnudez exhibía un erecto alarde viril no concerniente a su edad ni a su carácter de Dios niño. Escándalo, anatema. Concha, indignada, hace venir al de la artesanía popular y le ordena que rebaje todo lo sobrante de la divina entrepierna. La respuesta del artesano:

– Ese es un nudo de la madera Se lo dejo tal cual o se lo saco de raíz, y entonces dejamos al Niño en situación de divina infantita ¿Qué…?

Ahí el dilema, mis valedores. ¿Cómo resolvió la Concha tal caso de conciencia? Lean Muertes de perro, obra maestra del esperpento iberoamericano. Pero ya pensándolo bien: localizar la novela puede resultar difícil, y su costo tal vez no esté al alcance de alguno. No, mejor, mucho mejor, arrímense al esperpento nacional. Lean en los diarios la epopeya de Juanito y su estatua que transporta en un diablito cada día, y en un poste del Paseo de la Reforma la encadena «para que los perros de la Brugada no me la vayan a arrebatar». Pero más regocijante el esperpento de país bananero en la crónica lloriqueante de la melcocha color de rosa claveteada de magnolias:

«La zona de cruces y olvido se transformó en zona de luces y magnolias. El baldío se convirtió en un campo florido, con arbustos provisionales y reflectores portátiles… El Parque de la Luz… «Estarás presente dondequiera que haya una sonrisa». Y la lágrima viva Mouriño…

El esperpento tropical. Dentera me produce, y vergüenza ajena ¿Ajena? En fin. Francisco Ayala (A su memoria)

El industrial, María, Dios (en ese orden)

El nuestro, lo jura el discurso oficial, es un Estado de derecho, donde la ley se cumple y se hace cumplir. Sin excepciones ni privilegios. Sin más. Y fue en este Estado de derecho donde el pasado 28 de octubre, tres años después de haber llegado a Los Pinos, se dolió en público Felipe Calderón:

– Las empresas que más ganan rara vez pagan impuestos. Apenas un 1.7 por ciento. (Y les rogaba que pagaran aunque fuese un poquito más. Estado de derecho.)

Pero ahí la respuesta de Armando Paredes, presidente del Consejo Coordinador Empresarial: «Cuando haces inversiones importantes, las empresas están invirtiendo. No van a tener necesariamente que re­tribuir impuestos».

Esto en un «Estado de derecho» cuyas señas de identidad son El Yunque y las beatas del Verbo Encarnado. En fin, que allá por 1990 Juan Pablo II visitó nuestro país y se entrevistó con los representantes del gran dinero, y les recomendó misericordia para los pobres. ¿El resultado? Sí, como en el episodio aquel donde Don Quijote amenaza a Juan Haldudo con el lanzón. «¡Deja de golpear a Andresillo, déjalo libre y págale lo que le adeudas, o enfrenta mi cólera!» Y a querer o no, el gañán desata al pastorcillo de la encina donde lo había tomado a varazos. Qué bien. Pues sí, pero apenas don Quijote se alejaba del bosque cuando ya Juan Haldudo volvía a trincar a Andresillo a la encina: «¡Anda, grita pidiendo ayuda al del lanzón! ¡Y para aumentar la paga te voy a aumentar la deuda!». Y duro con la vara en los lomos del pastorcillo, válgame.

Aquí igual, mis valedores. Igual el Quijote gordito de El Vaticano, y la ralea de Haldudos que detentan la riqueza del país sin retribuirle más allá del 1.7 por concepto de impuestos. Es México.

– Lo que me recuerda (le recordó al maestro en la tertulia de ayer) las declaraciones de esos grandes industriales después de la entrevista papal, que se llevó a cabo en Durango, la capital. (Su libreta de las pastas negras). «Aquí la respuesta de Guillermo Villalobos, director del Centro Empresarial:

– Con mensajes como los leídos en Durango y Monterrey, el Papa nos dejó un paquetón. El habla de lo que debería ser, no de lo que es. En fin, habrá para transformar detenidamente cada uno de sus mensajes, para ver qué es lo que sí podemos cumplir, pero conste: sobre transformar el capitalismo liberal, el capitalismo frío y feroz que no ve contexto social, nosotros no somos tan fríos ni tan feroces como las naciones del primer mundo. Gracias a Dios, la visita papal redituó una ocupación hotelera del 100 por ciento».

El industrial Fernández de Castro: «Los empresarios deseamos el bienestar social de todos los que dependen de nosotros. Los empresarios somos un medio del que Dios se vale para la administración de la riqueza temporal».

Chihuahua, Chih. Dirigentes empresariales se manifiestan a favor de revisar la legislación que regula las actividades educativas para la impartición de la enseñanza religiosa en las escuelas, como quiere Su Santidad.

P. Martínez García, de la Cámara Nac. de Comercio: «Nada de salarios elevados. Si bien es cierto que no se puede considerar que la aplicación de un capitalismo extremo permita por sí mismo la regulación de la justicia social, las condiciones de la economía nacional no permitirían el cumplimiento de lo sugerido por el Sumo Pontífice en torno a la retribución al trabajo».

Y otra más: «¿Retribución al trabajo? Bueno, esos principios no pueden ser aplicados en lo individual, sino en un contexto macroeconómico. Si alguien paga el salario mínimo a sus trabajadores, está en una situación de legalidad; si ese pago no es justo, la ley no es justa, pero es la ley. No, en verdad existen muchas trabas de tipo económico para cumplir cabalmente con el mensaje papal. Son las circunstancias…»

El vocero empresarial: «El Papa vino a reafirmar lo que nosotros ya temamos como doctrina social, cristiana, tal como lo expresó Su Santidad en torno al capitalismo, al lucro exacerbado, al amor del dinero y a la mala retribución al trabajo e injusta distribución de la riqueza. De alguna manera nosotros ya lo practicamos, porque nosotros no defendemos el individualismo egoísta que algunos practican. Porque ya saben ustedes: las ovejas negras.

Y otra más: «Bueno, el Papa no dijo que el dinero sea malo, lo que pasa es que, por supuesto, no lo podemos amar al mismo nivel que los empresarios amamos a Dios».

Finalmente, E. García Suárez: «Soy partidario de un capitalismo popular (sic), que como la imagen de María, se intuye y se preanuncia».

Capitalismo popular. (Ah, México.)

De teletones y linchamientos

¿Y ustedes, mis valedores, en lo que va de la semana cuántas horas de su tiempo de vida le entregaron al cinescopio o a la de plasma? Ya están programados, entonces, para linchar electricistas. Y es que el objetivo central de la «industria de la manipulación de conciencias» en las sociedades hoy existentes, es la explotación inmaterial, que consiste en imponer formas de pensar que eliminen la conciencia de ser explotado y las facultades y alternativas políticas de los individuos, para que la mayoría acepte voluntariamente la situación establecida…

De la televisión lo afirma Noam Chomsky: «El 80 por ciento de la población son los espectadores de la acción, el rebaño de los perplejos. A ellos les toca seguir órdenes y alejarse de la gente importante. Ellos son el blanco de los verdaderos medios de condicionamiento de masas: los tabloides, las telenovelas, el fútbol, etc…» (En este etcétera caben, aunque muy ajustadas, las nalgas de la Ale Guzmán.)

Wulf: «La gran mayoría de la población, ese es el auténtico objetivo de los medios, sobre todo de la televisión Por ‘medios’ me refiero a la prensa popular, a la del fútbol, series, etc. Lo único que deben hacer es divertir a las masas, aislarles, separarles unos de otros, inculcarles los valores esenciales de la sociedad: la codicia, el lucro personal, la indiferencia hacia los demás, etc. Saber lo que realmente ocurre en el mundo resulta superfluo, incluso negativo. En un Estado en el que el gobierno no es capaz de controlar por la fuerza a las masas, debe controlar sus pensamientos…»

Chomsky: La distracción de la chusma. Tenemos que quitárnosla de encima. Que preste atención a otra cosa, no a los asuntos públicos No son cosa suya. Que se distraiga con el deporte, la sexualidad, la violencia; con lo que sea, siempre que no sea algo que los ayude a pensar, a participar en el control de sus vidas…

Porque así es de nociva la televisión, así causa devastaciones en unas masas pasivas, inermes, crédulas. Ella se ha convertido en un poder autónomo, al que se han supeditado todos los poderes, incluyendo el político. Esto contradice el principio de que en una democracia todo poder debe ser controlado. «Tengo en mi mente -K. Popper- las consecuencias de la televisión, que están acelerando la corrupción de la humanidad».

Por cuanto a los niños, ¿cuánto tiempo invirtieron ante la tele? Ustedes, el padre y la madre, ¿qué programas les permitieron ver? Ah, entonces esos niños ya están vacunados con los valores que alguna vez les mencionaron ustedes, comenzando por el decoro personal y terminando con el respeto a la vida humana.

«La relación de la TV con los niños, afirma K. Popper, resulta nefasta. Ellos se adaptan si están siempre expuestos a situaciones extremas, pero su adaptación a la violencia es el gran problema. El resultado más lógico de la adaptación: un futu­ro en el que ellos también quieran comprar un revólver. A esa violencia, ¿qué oponemos? ¿A los padres? ¿Cuántos padres hacen eso? ¿Los maestros? Ellos, ante la TV., no tienen alguna oportunidad. Ella es más interesante, más electrizante y capaz de seducir a los pequeños inocentes. La TV. tiene la fórmula irrebatible: acción y más acción. Esa es la filosofía de los productores de televisión. ¿Qué puede oponer un maestro contra eso? Sólo la voz de la razón. No tiene la más mínima posibilidad de contrarrestarla…»

La televisión en nuestro país, ¿el cuarto poder? El primero, digo yo, cuando menos en el sexenio del Verbo Encarnado, según sopeso la influencia perniciosa del duopolio desde el fraude electoral del 2006 hasta la masacre de Luz y Fuerza del Centro, en la cual unas masas populares se han unido, contra su conciencia de clase, al linchamiento de trabajadores del Mexicano de Electricistas. Porque, mis valedores:

En tanto instrumentos, los medios no jugarán otro papel que el que quieran asignarle sus dueños. Podrán ser instrumentos de cultura o de incultura, de dominio o de liberación, elementos para unir a un pueblo o para desorganizarlo; para enaltecerlo o para hundirlo. Es la propiedad sobre el medio la que determina al servicio de quienes éste se coloca, a favor de qué causa, de qué valores, de qué clase social. Sington: Se informa para orientar en determinado sentido y para que esa orientación llegue a expresarse en acciones determinadas. Se informa para dirigir.

¿Tomaron nota, mis valedores? A propósito: ¿ustedes cuánto tiempo le entregaron al cinescopio la tarde de ayer? Ah, entonces ¡viva el teletón, y a masacrar electricistas! México. (Este país.)

Capón

El ignorante vive en un mundo supersticioso, poblándolo de absurdos y temores y de vanas esperanzas. Es crédulo como el salvaje y el niño…

Hasta los viles terrenos de la superstición; hasta ese grado me manipula la tía Conchis, conserje del edificio. Hace unos días me hizo llevarla en el volks hasta por allá, por la basílica, donde estafa a los cándidos una tal hermana Máxima, doctora en temas científicos como el mal de amores, la salación y el mal de ojo. Tras de aguardar con otros ingenuos (la anciana tejiendo) en una sala de espera olorosa a sándalo, sobaquina y entrepierna: «Su turno, hermana. Por aquí. Cuidao con la cortina, no me la acabe de rasgar». (Terciopelo viejo. Dividía consultorio y sala de espera.)

Y que el bigotón se baje los chonchines y se me ponga en cuatro, y que no, que el salado es otro, y que una limpia a control remoto. «Sí, hermana, pero necesito la foto».

La tía Conchis fue desenrollando aquella cartulina que, sostenida a la altura del cuello, le alcanzó a cubrir desde el pecho hasta las zapatillas. Juan Diego de chal y tubos en la cabeza, la presentó ante la Zumárraga de batón. «¿Esta le servirá?» El mapa de mi país, válgame. La vidente lo extendió sobre una mesita y le prendió cuatro veladoras. «Me sirve procedamos a proceder».

Vi ahí, tendida en actitud de convaleciente, a mi patria: impecable y diamantina inaccesible al deshonor, forjada a golpes de marro en la fragua de una historia que ha sido de heroísmos y traiciones, de sangre y rapacidad, a la que unos dan brillo y otros opacidad. «Pero hermana, ¿la tenías en el gallinero?»

Una patria toda tiznada jaspe de manchas rojizas aquí y allá y dondequiera cacarruñas de mosca y ratón. Tufillo acedo. Me dio una lástima. Me di una lástima…

– Te conjuro, éter etéreo: chúpale sus malas vibras y karma negativo.

Mirando mi país tan emporcado sentí que de cuera adentro algo me ardía me hervía se me anudaba se me quería alebrestar. Y este picor en los ojos, y un impulso de acometer, de romper algo, de no seguir de agachón. Por calmarme y disimular desvié la vista y (empañadas pupilas, empeñadas en no lloriquear) observé el jonuco: signos del zodíaco en los muros, en el techo estrellitas de papel dorado y un macho cabrío olfateándoselo a una Venus de barrio bravo. ¡Y que de repente me llega la revelación! Pensé en ese que ensució mi país. «Espere, hermana. ¿Sus poderes mágicos podrían transferir toda la suciedad del mapa al retrato de un individuo?»

– Podría. El arcano todo lo puede ¿De tu chava la foto, del sancho? Ora que el maleficio te va a salir medio carón. Yo cobro según el tanto de las agujas.

Trajo un alfiletero. «La foto, hermano». Yo, de casualidad (gracias al cielo) traía enrollado en la bolsa de atrás el matutino donde vine sentado en el volks. Aún con la huella de mis dos (sanitas, no como las de la Ale Guzmán), se lo mostré. «¿Le servirá esta?»

Ájale. Al encuerar la foto la hermana Máxima reculó, los astros de papel cayeron al suelo, la cortina se acabó de rasgar y el de 60 watts se estremeció, se fundió, y qué olor a corto circuito y cable quemado. En la penumbra «¿Dónde el primer arponazo, hermano?»

Por media testa «¡Por su torpeza como político improvisado!» Y rájale. «Otra en pleno pescuezo, porque de un Estado laico hizo la sacristía del Verbo Encarnado!» Y ándenle, que entre jeta y jeta la hermana Máxima: «¡Por el aumento al IVA, carbón!»

– Oiga que yo no ordené ese piquete.

– Este fue por mi cuenta – Jadeaba al igual que yo. «¡Por el aumento en la canasta básica!» Jadeando, la tía Conchis tomó vuelo, y la aguja en los costillares: «¡Por el cachirul del 2 de julio, carbón! ¡Viva el presidente legítimo!»

En estampida los de la sala de espera se dejaron venir, y a jadear y linchar. La del suéter magenta «¡Esta va por las criaturas que en la guardería mató tu parienta!» Y el pinchazo en pleno corazón «¡El pinchazo, con la Iniciativa Mérida, sigue entregando México al gringo!» Y directo al ombligo. Grotescos, en la penumbra los rasgos del rostro se iban alterando, deformándose a piquetes, y se tornaban ridículos, y ya parecía que intentaba llorar, pujar, ir al bañito. «¡Ábranla! Traigo la mía bien templada en la mano!»

Ájale. Nos hicimos a un lado. Ah, aguja de arria de coser costales. «¿Conque presidente del empleo? ¿Conque ibas a bajar los impuestos, méndigo?» Y hasta la empuñadura «¡Cancha!» La vejancona «¡Mi hijo está entre los 44 mil electricistas que sin tentártelo, el corazón, acabas de echar a la calle, jijo de tu mal dormir!» Y ándenle, en plena entrepierna, que al pobrecillo lo dejó capón. Y cómo no, si la suerte suprema se la echó con la aguja de tejer. Entonces… (Acabóse la cancha sigo después.)

Y no quiero morir…

Y lo que filósofos y poetas y similares han especulado alrededor de la Gran Interrogan­te. Fue alguno de los tales quien formuló es­ta síntesis admirable de lo que viene siendo la muerte: Entramos, y un llanto. Un llanto, y salimos. Y no más. O como Epicuro hace siglos: Si somos, la muerte no es. Si la muer­te es, nosotros no somos. En fin. Esta vez la muerte, mis valedores, y más propiamente: mi muerte propia y particular. La mía.

Porque día que pasa, día que la perci­bo más cerca de mí. La siento llegar a lo subrepticio, como se perpetra un asesina­to. Pero no, feo embuste: ni llega de fuera ni su encomienda es asesinarme. Este en­cargo lo habrá de cumplimentar alguno de mis músculos. Este órgano, la glándula aquella, y a fin de cuentas el corazón. Pero un clamor me surge del hondón más pro­fundo del ser, que expreso con el poeta:

«Y no quiero morir. No quisiera morir: -amo la vida porque está colmada de poesía y de crímenes, y de odio y rabia y lágrimas…»

Es por ello que ante la muerte quisie­ra la astucia de Sísifo, que la burló un par de veces. Amo la vida y no quisiera per­derla por culpa de una glándula capricho­sa. Amo el humano existir porque conoz­co de amores y desamor, de tiempo y des­tiempos, encuentros y desencuentros, de la presencia de la única apenas ayer y hoy su ausencia definitiva. Y alma mía de mi ausente, y ojos que te vieron ir…

Tengo apilados aquí, sobre mi me­sa de trabajo, estos gordos tratados de tanatología que me dicen cómo he de morir, cómo he de prepararme, cómo puedo sen­tirla apenas, cuestión de ponerme flojito. Pero no, yo no quiero morir todavía por­que en el estreno de mi quinta juventud sé que a la vuelta de la esquina ella va a estar aguardándome, y que enlazados los bra­zos habremos de alejarnos rumbo a nues­tra Utopía particular. Mi única…

«Porque como iba diciendo y lo repito, –¡tanta vida y jamás! ¡Tantos años, – y siem­pre, mucho siempre, siempre, siempre!»

Tanta vida y jamás. No quiero morir­me porque tanto me falta por escribir, por hablar a mis valedores, porque…

¡Mentira! Mentira vil. No es por idea­les tan nobles que quiero seguir vivien­do. Por morboso; por rencoroso y por ven­gativo, por eso no quiero dejar de existir. Es por eso que pido a quien corresponda me permita prolongar mi existencia unos años más. Y hasta eso, no demasiados. Tres, cuatro, tal vez. Con eso habrá queda­do satisfecha mi morbosa curiosidad. Por­que, mis valedores…

Si logro vivir hasta el 2010, 2011, voy a saber…

Para entonces ya estaré enterado de lo que habrá de decir la Historia respecto al que haiga sido como haiga sido durante to­do un sexenio mortal soporté en Los Pinos. Si el personaje de marras conoció un olvi­do piadoso, si contra todo pronóstico logró trascender, y cómo, y por qué, si se trataba de un soberbio candidato para ser arrum­bado en el desván de la Historia y en el de la histeria. Quiero estar vivo para gozar del desprecio de la pública conciencia cuan­do el hombre haya dejado de ser, devuelva la banda presidencial y torne a la nada de donde nunca debió haber salido. Tal vez.

Que yo, rencoroso, viva para enterar­me de cómo lo van a tratar esos mismos vocingleros que hoy, desde radio, TV y prensa escrita, tocan a rebato jurando que alzas de precios, torpezas para enfrentar una crisis y asesinato de sindicatos lo pin­tan de verdadero estadista.

¿Qué irán a decir del ausente los gran­des capitales que lo encaramaron hasta Los Pinos y a los que hoy exhibe de gente co­rrupta y desleal? «¡Todos ustedes, a pagar impuestos!» ¿Del horror en los tiempos del cólera (de la influenza), que por andar sal­vando a la humanidad propinó un hachazo mortal, o casi, a las finanzas públicas?

¿Y los intelectuales orgánicos a los que hoy da de mamar (del presupuesto)? ¿Y la cúpula de ese clero que como nombre de pila lleva el de «politiquero», más conoci­do por su alias de «católico»? ¿Qué irán a decir de él los dirigentes de los organis­mos corporativos de control obrero? ¿Qué los observadores internacionales? ¿Qué, sobre todo, las masas sociales? ¿Burla, des­precio, indignación? ¿Indiferencia total, olvido misericordioso? ¿Qué?

Ya el hombre arrumbado en el desván de los trastes viejos, ¿cómo, a toro pasado (a beato pasado), comentarán el incidente aquel donde «se cayó de la bicicleta» y se desconchinfló el brazo izquierdo, lo único que de izquierdo se le conoce? ¿Haciendo ejercicio, o haciendo lo que hoy no pasa de cauteloso rumor? Desde entonces que­dó tan impedido que para la obra negra y el trabajo sucio tuvo que utilizar su «Nue­va Izquierda», imagínense. (Mañana.)

Memento mori…

(Aquí, para ustedes, mi recordación anual de La Descarnada.)Me gustaría vivir siempre, siempre (…) -Porque como iba diciendo y lo repito: – ¡Tan­ta vida y jamás! – Tantos años, ¡y siempre, muchos siempre, siempre, siempre…!

Porque, a querer o no, mis valedo­res: se impone hablar de la muerte; tener­la presente siempre, y esto por una razón vital: vivos estamos, y por esta sola condi­ción es la muerte nuestra segunda natu­raleza y desembocadura natural. La edad no importa. No importa el estado de sa­lud. Nada importa nada frente a la muer­te que, dice el filósofo, siempre es posi­ble, aunque no probable; esa que nos será siempre espantable, y prematura siem­pre, no importa a qué edad sobrevenga; y lo provechoso: si tenemos presente que nuestro destino es morir, más habremos de apreciar este nuestro tiempo de vi­da. Porque mientras nosotros somos, ella no es, y cuando ella es, nosotros ya no so­mos. Y qué tiempo mejor para recordar a la muerte, la propia y particular, que estos días cenicientos de noviembre. Memen­to homo…

Cuando yaces agonizante no mueres sólo de la enfermedad. Mueres de toda tu vida. Aprende a morir y vivirás, porque na­die aprenderá a vivir si no ha aprendido a morir. Si no sabes, no te preocupes: la na­turaleza te dará todas las instrucciones a la hora precisa. Ella tomará por su cuenta el asunto…

A todos ustedes invito a recordar a nuestros difuntos; los invito a detener el tanto de un suspirillo nuestra desafora­da carrera rumbo a ninguna parte, y me­ditar en la única certidumbre que tenemos en esta vida: la muerte. Porque en verdad les digo: para morir sólo se necesita es­tar vivo, y sólo está vivo quien sabe que habrá de morir, y créanme: es más tarde de lo que suponemos; de lo que desearía­mos tantos…

Y no quiero morir. No quisiera morir: -amo la vida porque está colmada de poe­sía – y de crímenes, y de odio, y rabia y lá­grimas…

No; ni el poeta, ni nosotros, sobre to­do quienes ya andamos doblando el Ca­bo de Buena Esperanza Pues no, Pero habrá que morir. Hay que morirse: – hay que irse muriendo a piedra y lodo. – A soledad, a gritos, a poemas: – hay que morirse. Nada más. A secas…

Miguel Guardia Sabines: Mi madre me contó que yo lloré en su vientre. – A ella le dijeron: tendrá suerte. – Alguien me habló todos los días de mi vida – al oído, despacio, lentamente. – Me dijo: ¡vive, vive, vive! – Era la muerte.

Y la figura de la muerte, a decir de Cervantes, en cualquier traje que venga es espantosa, y Octavio Paz «Para el mexica­no moderno la muerte carece de signifi­cación. Ha dejado de ser tránsito, acceso a la otra vida más vida que la nuestra. Pero la intrascendencia de la indiferencia ante la muerte es la otra cara de nuestra indi­ferencia ante la vida», y Sabater el filósofo: «Tan obsesionados viven los hombres por la presencia pavorosa de la muerte, que apenas tienen tiempo para fijarse en la vida (…) Pasan el tiempo -lo matan- tratan­do de alejar de sí la muerte, previniéndola, combatiéndola o viendo morir a los suyos, compadeciéndolos, envidiándoles, calcu­lando el tiempo que les falta para quedar­se del todo sin tiempo…»

La melancólica voz de Nezahualcóyotl: ¿Acaso se vive con la raíz en la tie­rra? – No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí. – Aunque sea de jade se quiebra, aunque sea de oro se quiebra – aunque sea plumaje de quetzal se desgarra. – No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí…»

Pues sí, pero algo que desde los tiem­pos sin memoria obsesionan al hombre: ¿qué es la muerte? ¿Cuál es el misterio sin fondo de la muerte? ¿Cuál? Sabiduría quintaesenciada, la literatura oriental:

«Desearíais saber el secreto de la muerte, pero, ¿cómo saberlo si no bus­cáis en el corazón de la vida? Si en reali­dad queréis conocer el espíritu de la muer­te, abrid bien vuestro corazón al cuerpo de la vida. Porque la vida y la muerte son uno, como lo son el río y el mar…»

Pero fuera tristuras, arriba corazones, estos que anidan vivos dentro del pecho, que lo jura el Popol Vuh: Nosotros somos los vengadores de la muerte. Nuestra estir­pe no se extinguirá mientras haya luz en el lucero de la mañana

Porque muerte y lucero están ahí nomás, tras lomita, vivir; pero vivir a cabalidad, con todos los sentidos vivos todavía; vivir hasta atragantarnos, cada día y en el cogollo de cada minuto. Hoy nada más. Por siempre hoy, por más que el «siem­pre» sea un invento del humano para sus dioses, no para simples humanos. Vivir la vida. Porque habrá que morir. (Memen­to mori.)