(Que los obreros del país son agredidos por un gobierno pendiente de los ordenamientos de Washington, lo sé muy bien. Que los agredidos son desde siempre renuentes a crear estrategias de lucha contra el atrabiliario, lo sé también, y que los compañeros electricistas anuncian «movilizaciones» con ánimo de rescatar su fuente de trabajo. Por esto es, mis valedores, que la antigua fabulilla de la espada que en su momento dediqué a los «altermundistas» hoy oferto a las recientes víctimas de Los Pinos, por si a Martín Esparza o algún otro cupular sugiriese algo menos estéril para su causa que la consabida «megamarchita». Vale.)
A la advocación del alucinante Alucinado de la Triste figura y los molinos de viento me acojo, vale decir: caballo tordo, duro metal la armadura, lanza en astillero, venablo, lanzón y la espada La espada, naturalmente, esa que, como la Excalibur del adulterino amador de la reina Ginebra, es el arma de combate de todos los héroes de los tiempos idos, adalides que, brazo esforzado, la blanden contra, sus propios molinos de viento. La espada.
Siglos y siglos más tarde, la del Magno de Macedonia, la Tizona del De Vivar y demás legendarios aceros de hazañosos legendarios que cabalgan en olor de leyenda y en los bajíos del mito, la fantasía y la realidad, nefastos algunos de ellos, como el Rodrigo violador de la Cava, que por ello perdió el reino y que, cuando roto y deshecho tras la derrota se acerca a la confesión, los monjes le dan como penitencia convivir en tumba abierta, con bichos y ofidios. «Ya me comen, ya me comen por do más pecado había».
La tizona, supremo símbolo del poderío, la hidalguía, la nobleza, la justicia y el honor, pronta a acorrer viudas, huérfanos y demás desvalidos; la de los poderes mágicos, conquistadora de mundos en la diestra del torvo Cortés, esa con la que el padre de mestizos (a querer o no), impondría esclavitud, mestizaje y religión, o casi, según se practica hoy día. Esa espada que, tinta en sangre de sus víctimas, victima caerla en estertores a los estridentes fogonazos de la bombarda, el mosquete y la culebrina, y asi hasta hoy.
Hasta hoy que, caída en desuso la espada de mi Dn. Quijote (casi tanto como el propio visionario del ideal, el vuelo, la alucinación, el espíritu), ambos renacen de sus cenizas y se rehabilitan en nuestro país y con nuestra gente. El Quijote no tanto, y muy mucho su acero, redivivo en las manos de esos esforzados que se confrontan a estas horas con la ralea de los rapaces proyanquis. ¡Helos, helos por do vienen del Ángel al zócalo, adarga y espada el frente, revividos quijotes de la triste figura! Espléndido.
A ver, a ver: ¿espléndido? ¿Con la exigencia y la mega-marchita como estrategia para lograr la utopía? ¿Con la espada en la diestra, cuando su enemigo histórico maneja el de alto poder? ¿Qué resultados benéficos para los intereses del paisanaje arrojan la «exigencia» y la toma de calles y plazas públicas? Salinas se burló de ellos: «Ni los veo, ni los oigo, y háganle como quieran…»
Ahí, el antídoto contra la marcha como fin, cuando un medio ha de ser, no un fin en sí mismo. A estos modernos quijotes, alucinados con la justicia, pero que intentan conseguir con la espada de la «movilización», ¿qué dicen los resultados, que a fin de cuentas son los que cuentan? Hoy, ayer, hace años, décadas, ¿qué cuentas benéficas les reportan exigencia y toma de espacios públicos? A los modernos quijotes, encandilados con el deleitoso fulgor de la justicia pero que la intentan con métodos obsoletos les falta el atributo principal del revolucionario, o no lo es: la autocrítica, que de tenerla se detendrían a analizar un hecho fehaciente: para sus «movilizaciones» el Sistema sintetizó el antídoto: «¡Ni los veo ni los etc.»!, y ahí derrotó a los marchantes. Digo a los compas del SME:
– Su defensa de la fuente de trabajo es muy justa. ¿Cómo planean lograrla? ¿Con una espada contra el sardo de alto poder?
– Pero con una mejor. Tenemos preparada una espada más grande que la del jueves, de un acero mejor, y de este tamaño. ¡Un millón de marchantes, calcúlale!
¿Espada contra pólvora, compañeros? ¿Así defienden para ustedes y familia la fuente de empleo? Al exigir al proyanqui, ¿con qué poder le exigen más allá del poder de enloquecer el tránsito y hacerse detestar de los automovilistas? ¿Leyes, dicen, justicia, soberanía popular? ¿Podrá lograrla la espada de una muchedumbre de átomos en movimiento espontáneo? Al enemigo no se le exige, se le vence, sin más. ¿Con la espada? (Bah…)