¿Calderón? Como relojito…

Malhaya esta mi costumbre de cumplir años, hábito pernicioso que va a dar conmigo en la tumba. El viernes pasado, mis valedores, les hablé del cumpleaños aquel en que mi Nallieli (y ojos que te vieron ir…) ciñó en mi muñeca un hermoso ejemplar de Cartier, tepiteño de origen: «Para que mires la hora en que te sigo amando, mi valedor». Ella, la única (no lloro, nomás me…)

Y qué bello aspecto del Cartier, y qué precisión con la que arrancó a galopar, precisión que sostuvo el tanto de seis, siete horas, porque ya después… Acudí al relojero, y él: «En dos días lo va a tener marchando como relojito». Tres meses después pude abrochármelo (el reloj) en la muñeca. Pues sí, pero tras un arranque indeciso, el tepiteño ya atrasaba, ya adelantaba, ya se negaba a dar un paso más, hasta que en mala hora dejó de funcionar. Yo, por teléfono:

– ¡Se me paró, señor! ¡A las 11:43…!

Y que lo viera por el lado positivo, y que el vaso medio lleno. «Dos veces al día, a las 11:43 de la mañana y la noche, su mollejón va a darle la hora exacta. Algo es algo, dijo el diablo, y… ¿Se sabe el albur?»

Colgué. Pero yo no soy de los que se rinden. Ahí me tienen con el cebollero en la diestra (cachicuerno, 16 pulgadas de largo, con un letrero que dice: «guárdame ái»). Y esto fue menear resortitos, jurgunear engranes, ajustar áncoras, bornear manecillas y enchuecar espirales, hasta que el diminuto universo volvió a caminar. Perfecto. Como caminar, mi molleja camina, sí, pero ya adelanta al caminar, ya acelera, ya recula, ya trota o se frena, ya galopa o gazapea, o se para de pronto y el súbito arrancón, en estampida; luego avanza a media rienda corcoveando como cuaco pajarero, y se adormece y se muere para revivir con una marcha pareja, uniforme. Sí, pero todo esto en reversa, reculón que no fuera. Ah, pero qué hermoso mirábase ceñido a mi zurda, con su legión de romanos (los números), su carátula de un blanco marfil y su hechura escandalosamente nacional. Y «lo echo enM exico esta vie necho«…

Mis valedores: ayer fui solicitado para una entrevista de prensa con cierto corresponsal extranjero de apellido Yoshio, Tétzu, Matzumoto, Matzutula o Tulas de esas. Y qué ocasión más propicia para exhumar mi Cartier. Fanático de la puntualidad, llegué a la cita con hora y cuarto de retraso; y es que el mollejón me juraba ser ligeramente pasado el mediodía, cuando el mediodía estaba más pasado que chavo con bolsa de chemo contra las chatas. Impaciente, el nipón me susurró algo en su lengua; por aquello de las dudas se lo reviré en la mía. Y que enciende la Sonny, y que comienza la entrevista.

– ¿Jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?

Por Tula, mi madre, tuve que jurárselo. El Matzumecha «El presidente del empleo que no iba a subir los impuestos, ¿ha cumplido a los mexicanos?»

Tragué saliva. Lo notó el Matzurita. «El juramento, acuérdese. Con un gabinete presidencial donde caben Lujambio, Ruiz Mateos, Chávez, Lozano y García Luna, ¿cómo marcha el gobierno? Decir la verdad, acuérdese».

¿Decir la verdad? Por decirla me han chispado de mis espacios en tele, radio y periódicos, que sólo un cachito de Radio UNAM me dejaron. Pero cómo zafarme del juramento. Seguí chiquiteándome el negro fuerte y bien caliente (el café). Y qué hacer. Ilumíname, Santo Cristo del Veneno. Y sí, me iluminó. De ganchete observé mi Cartier. «¡Con Calderón el país marcha como relojito! Como este, mire. Lo juro».

– ¿Por su madre, señor?

– Y por la suya para que refuerce. ¿Geisha? ¿Cómo ejerce la profesión?

– Extraño. Desde el exterior observamos un gobierno mediocre. En fin. La justicia ¿se aplica en México? He oído que los Montiel, los Salinas y los hijos de toda su reverenda Marta andan libres, y que a Ignacio del Valle y vecinos de Atenco les echaron un siglo en El Altiplano. México, ¿un estado de derecho? El juramento, acuérdese. ¿Cómo marcha en México la justicia?

– Como relojito, señor Matzukaki. Como mi Cartier.

–  En síntesis: ¿cómo anda México con el gobierno de Calderón?

– Como relojito -di unos discretos manazos a mi molleja, que se acababa de atascar-. Como este, como mi Cartier.

– Really? El juramento, acuérdese. -Me atraganté, tosí, me metí dos dedos: y es que con los manazos al tepiteño se le habían cuatrapeado las manecillas, y caído en la taza el segundero. Al chupetón me lo fui a sacar de la epiglotis. Disimuladamente me zafé el mollejón.

– Con un estadista como Calderón, mi país como este relojito, lo juro. Hasta pensamos reelegirlo. No al relojito, sino al estadista

Bajé la mano y acá bajita la mano tiré el mollejón debajo de la mesa. A la escupidera (Total…)

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