Esta vez el ajedrez, mis valedores. ¿Conocen ustedes el juego? ¿Lo practican, lo jugaron alguna vez? Los estudiosos afirman que en su forma original nació por el siglo VI en la India por más que algunos, los más modestos, juran que el ajedrez es un regalo de los dioses. Sin más. Su historia, de todos modos, habla de Persia, de Bagdad, de los musulmanes, del mítico Harounal Rachid, que obsequia un juego de mármol a Carlomagno. De ahí a la España de la Edad Oscura, donde va a toparse con Dn. Alfonso X, el Sabio y de ahí a Dña. Isabel la Católica, personaje que, según estudiosos, inspiró la figura de la reina en el tablero de ajedrez. Hoy Occidente mueve torres y alfiles, y todos contentos. Menos los perdidosos, por supuesto.
¿Las figuras del ajedrez? El rey, en primer lugar, siempre acosado por rivales furiosos, a cuya sobrevivencia se avocan la reina o dama, las torres y los alfiles, los peones y los caballos, todo en las 64 casillas de un tablero que representa el campo de batalla medieval, donde los ejecutantes guerrean a base de ataques y contraataques, avances y retrocesos, gambitos y otros engaños, hijos legítimos de técnicas, tácticas y estrategias que lleven a dar jaque mate al rey, y ahí terminó la partida Mis valedores…
Yo jugué el ajedrez. Jorobado sobre el tablero llegué a conocer victorias sobre el rival. Pero reculé a tiempo y logré salvarme porque abandoné para siempre la práctica del ajedrez. Porque han de saber quienes no lo conocen que no existe hasta ahora juego más absorbente, más apasionante, que el ajedrez, inspiración de relatos, novelas, leyendas y cintas cinematográficas donde el protagonista termina enloqueciendo, si no es que se salvara de enloquecer con tan sólo que en el cautiverio dibujase o imaginara un tablero, y se concentrase en los movimientos de torres, caballos y alfiles en afanes de salvar a su rey. Esto, en pleno Auschwitz…
Abandoné el ajedrez porque me ocurría que la reina con todo y torre, alfil, peón o caballo, como el propio rey, todos se me tornaban humanos. Yo, penduleando de la excitación a la compasión y la angustia, ya aborrecía la agresividad del caballo rival, ya me espantaba la sesgada movilidad del alfil o el avance protervo de la torre contraria, y esto era dolerme en lo vivo por la impotencia de mi dama en apuros, de unos caballos trotando a lo desatinado y de ese patético avance de los peoncitos, tan humanos ellos que no tenían más remedio que caminar hacia su muerte mientras se antellevaban al rival. En mis huestes en derrota me reflejaba, me daba y me daban lástima por su destino, sentenciado por la mano indecisa de un pusilánime como yo…
Y qué experiencia ver desplegados a los dos bandos de humanos en lucha, 16 y 16, dispuestos a desgarrarse entre ellos, cada uno con sus humanísimas formas de ser, y contemplar el fragor de la batalla, y llegar a escuchar alaridos de espanto, gritos de impotencia y dolor, clamores
de victoria. De pronto me percaté de que abandonaba gajes de mi oficio: cuento, novela, ensayo, periodismo, por consagrarme al ajedrez y sus damas, que me sorbían los sesos, cuando al lado tenía la vida y sus damas, que me sorbían los esos (perdón; no, ¿por qué?) Fue así como logré abandonar, como los vicios aborrecibles del tabaco, el licor y la televisión, el magnífico embrujo del ajedrez, con sus hechizos del jaque mate. En un rincón del cuarto de los trebejos se quedaron cuacos, alfiles y demás rijosos, y hasta hoy. A propósito:
Pienso de súbito en dos jugadas del ajedrez; una es la del pobre peoncito, impedido de avanzar más de una casilla a la vez, que tarde o temprano caerá en la contienda con el peoncito rival. Es su destino. Para él no existe más que cierto recurso, verdadero portento: que si consigue llegar vivo, casilla a casilla, hasta el tope del campo rival, habrá de ocurrir la metamorfosis; el humilde de la infantería se va a convertir en reina, torre, alfil o caballo, según convenga a la estrategia de lucha.
La segunda jugada: la política es un juego de ajedrez, donde a cada ataque va a corresponder el contra-ataque rival, y aquí dos preguntas: esa partida de ajedrez que contra un solo adversario juegan gobierno y partidos políticos, el gran dinero, radio, TV y clero político, ¿no degrada la nobleza del verdadero ajedrez? Y otra más: ¿esos protervos que mueven su innoble peoncito, esperpento del surrealismo tropical, lograrán coronarlo como rey de burlas en Iztapalapa? Con semejante espantajo, ¿jaque al auténtico rey? ¿Podrán algún día decretarle el jaque mate? ¿Esos chambones del ajedrez? Yo lo dudo, aunque… (A ver.)