De héroes y purulencias

¿Y no nos avergonzamos? El guante brillante que Michael Jackson usó al presentar en 1983 su paso de baile moonwalk en la TV se ofrecerá en subasta. El guante es llamado «el Santo Grial de los artículos de colección de Michael Jackson». Y no, no nos avergonzamos…

¡El Santo Grial! Lo que no haga el imperio con unas masas colonizadas y acríticas que a lo delirante elaboraron su duelo ante la muerte de un engendrillo andrógino y drogadicto, homínido aberrante que ha terminado una desnaturalizada existencia en precario equilibrio entre el hombre y la mujer: voz adulterada, adulterado color, rasgos faciales adulterados. ¿Y esa muerte mereció el chillido de unas muchedumbres aturdidas, manipuladas y dependientes de los medios de condicionamiento de masas? Vergüenza ajena me ha provocado la escandalera que acaba de generar ese cascajo de cadáver aún insepulto porque sobrevive en la memoria de unas mentes dementes a las que se les embombilló (bitoque de lavativa) en calidad de ídolo, las hienas amarillistas del periodismo cebándose en una carne cuyo proceso de descomposición comenzó en vida. Nauseabundo.

Semejante degradación me recordó la de un narcotraficante tijereteado como el andrógino para alterarse los rasgos del rostro, aunque a diferencia del alfeñique figurín el hampón intentaba hurtarle el cuerpo a la policía Amado Carrillo, grotesca piltrafa purulentosa, rostro espantable de ver, ojos animalados, entreabiertas fauces, engendro de la literatura gótica. Ese, ya muerto, es la viva imagen de la corrupción física y moral. Es pudrición, albañal, pestilencia. Vivo fue la ejemplificación de la podredumbre moral; muerto, basura suciedad, degradación mortal. Deshecho desecho.

Dije vergüenza ajena pero es vergüenza propia que humano soy también yo, y qué hacer. Pero ánimo, que aunque del mismo barro, uno optó por los trajines del escarabajo excrementoso y otro por el vuelo del águila real.

Ernesto «Che» Guevara, pongamos por caso, y aunque abomino el culto a la personalidad, en la crónica lo recuerdo tendido en la tierra boliviana bolivariana y con el poeta digo de él: «Su cadáver estaba lleno de mundo».

(«Ahí estamos los tres. Nostálgicos. Reverentes. En el muro, un cartel con la vera efigie de la inmarchitable juventud Rostro iluminado. Luminosas pupilas siempre abiertas a la luz. Gorra guerrillera con esa estrella en la frente: Sierra Maestra, Bolivia…»)

A Ernesto Guevara lo asesinaron en alguna escuelita perdida en La Higuera, tierras bolivianas. Tenían miedo del eco que su voz hubiera levantado desde la sala de audiencias; tenían miedo de comprobar que el hombre que ellos odiaban era querido en todo el mundo. Ese miedo contribuirá a perpetuar su leyenda y a una leyenda no le entran las balas. Un milico lo remató, tenientito borracho y pusilánime.

Mario Terán se llamó en vida aunque dudo que nunca haya vivido. Dudo que viva todavía. A la hora del asesinato lo vieron acobardarse. El héroe:

Póngase sereno y apunte bien. Va a matar a un hombre.

La Habana La imagen y los recuerdos de Ernesto «Che» Guevara siguen presentes en el lugar donde se localizó su cadáver, por lo que se ha convertido en una especie de santuario debido a que decenas de turistas y admiradores han llegado a la localidad de Vallegrande, en el sudeste de Boliva, para depositar una flor, prender una vela o recoger como recuerdo un poco de tierra de la fosa común donde se halló al Che y otros seis guerrilleros.

Jóvenes, mujeres y hasta niños encuentran el modo para bajar a la fosa y llevarse algo de la tierra donde estuvo por casi 30 años el cadáver del guerrillero. Manos anónimas colocaron una cruz de madera con una sola inscripción: «El Che vive».

Vive, aunque el guerrillero había aceptado morir en cualquier instante. Solía decir que su sacrificio no significaría nada no sería más que un accidente en el curso de la revolución mundial, que más tarde dependía de cada uno de nosotros hacer de su sangre simiente. Hay hombres todavía más peligrosos muertos que vivos, aun si aquellos que les tienen miedo cortan las manos de su cadáver, incineran su cuerpo, esconden sus cenizas. Para nosotros el Che empieza ahora a vivir…

«Hombre nuestro que estás en los cielos -del estaño y de) cóndor-santificado sea tu nombre, venga a nos tu reino – de paz, de pan y de justicia – hágase tu voluntad de hombre vivo -porque no podemos tenerte muerto. No».

(Y la paz.)

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