Acteal, herida que no cesa

Los hoy muertos y heridos estaban rezan­do de rodillas. Los balacearon por la espal­da. Jesucristo Nuestro Señor, Príncipe de la Paz, el Verbo que vino a poner su mora­da entre nosotros, fue rechazado por las ti­nieblas…

Años más tarde la Suprema Corte de Justicia de la Nación determina la libertad de los indígenas acusados de participar en la masacre de Las Abejas, comunidad de Acteal, en Los Altos de Chiapas, perpetra­da el 22 de diciembre de 1997, donde fue­ron asesinados 45 indígenas entre niños, varones y mujeres embarazadas. La libertad de los detenidos no se debe a que sean inocentes, sino a que su proceso está vicia­do de origen. Yo cada diciembre recuerdo aquí mismo a los mártires de Las Abejas. Hoy, porque una «justicia» burriciega trae a Acteal en los labios, aquí las vivas pala­bras de monseñor Samuel Ruiz, que en su Carta pastoral de la Navidad de 1997 se di­rigía «a todo el pueblo de Dios que pere­grina en nuestra sufrida Diócesis de San Cristóbal de las Casas. A todos nuestros hermanos. Agentes de pastoral»:

«Por si acaso hubiéramos olvidado que la verdadera Navidad se da en un contex­to trágico de opresión y dominio, de inseguridad y puertas cerradas, de persecu­ción y exilio y aun de verdadero genocidio, los acontecimientos de estos días en Chenalhó nos lo vienen a recordar. La dicha más grande que el mundo ha conocido: el nacimiento en nuestra carne del Verbo de Dios, aconteció en el marco doloroso del mayor sufrimiento. La luz verdadera irrumpe en medio de la más densa niebla. La Navidad de este año es para el pueblo cristiano de nuestra Diócesis, de nuestro estado y del país entero, una Navidad luc­tuosa. No sólo es ignominioso el número comprobado, hasta el día de hoy, de muer­tos (45) y de heridos (25), muchos de ellos menores de edad, sino sobre todo el clima de violencia creciente e impune denuncia­do acuciosamente a las autoridades que lo podían haber frenado, con anterioridad a este indignante desenlace.

Son tantas las circunstancias agravantes que hacen de este doloroso aconteci­miento un verdadero crimen contra la humanidad. El hecho de que el ataque fuera perpetrado por hombres adultos, arma­dos, contra un grupo mayoritariamente de mujeres y niños desarmados. El hecho de que ese grupo victimado sea uno que ha hecho profesión pública y desde hace tiempo de su opción por los medios civiles, pacíficos y no violentos para la consecu­ción de sus demandas, aun cuando viven y trabajan en el corazón de una zona donde la violencia se ha enseñoreado. El hecho de que las víctimas fueran un grupo de personas recientemente hostigadas hasta el punto de ser obligadas a abandonar sus casas y poblaciones, pues en Acteal se en­contraban ya en calidad de desplazados.

El hecho de que el ataque se haya ve­rificado en un momento en que estaban reunidos en la ermita del poblado, oran­do por la paz; y seguramente orando por quienes les perseguían. Conocemos que tal es la calidad cristiana de esos hermanos y hermanas. ¡Qué horrible paradoja que el mismo día en que pudieron ser abiertas algunas ermitas que hablan estado cerra­das y ocupadas por grupos armados de civi­les y de policías, en este mismo día, en una ermita de la zona de Los altos hayan si­do masacrados todos estos cristianos! En el espacio de lo sagrado irrumpe la vio­lencia. ¡Y para este pueblo tan hondamen­te religioso! Toda la tradición judeo-cristiana, secular, de que los templos son San­tuario para los perseguidos, ha sido aquí pisoteada.

El hecho de que hoy, a muy temprana hora, las autoridades del estado hayan ordenado recoger todos los cadáveres, quizás con argumentos jurídicos o sanitarios funcionales (podrán hablar de la necesidad de practicar autopsia o evitar una peste), viene a convertirse en un agravio más, y no menor, a los sobrevivientes de la masacre. Ellos han venido hasta nosotros, suplicantes:

– ¡Queremos enterrar a nuestros muertos! ¡No dejen que se los lleven!

Quien conoce el alma indígena sa­be hasta qué punto es existencialmente indispensable hacer el duelo, llorar a los muertos. ¿Será que hasta ese consuelo les va a ser arrebatado? Sólo por la fe y con ayuda de la revelación podemos comprender que así es la Navidad verdadera. Esta, y no la de la sociedad de consumo, es la que permite entender a fondo el misterio de la Encamación. Aquí, en Chiapas, algo nuevo está naciendo, y no concluirá el parto sin estas dosis estrujantes de dolor…

Cuánto trabajo nos cuesta, en este momento, decir: ¡Feliz Navidad! A nuestra sensibilidad humana nos parece que el Ni­ño nace muerto…»

Acteal. Los masacrados viven Y reclaman (Óiganlos.)

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