Los actos fallidos, mis valedores. A punto estuve de enviar un mensaje al director técnico del equipo gringo de fútbol, suplicándole que en el próximo encuentro se dejase ganar por los tricolores de Aguirre, con mis razones para la petición «Sádico, me dijo el maestro. Son los aficionados de aquel país quienes, cuestión de salud mental, necesitan el triunfo. Que tu mensaje, en todo caso, sea para Aguirre». Leer, para que entendiera la causa, la historia de Estados Unidos. La leí.
«Señor director técnico del equipo nacional de fútbol gringo, le decía en mi mensaje: no soy espectador del clásico pasecito a la red. Lo jugué durante años, domingo a domingo, en los llanos de esta ciudad, y qué gloria de domingos. Cuando derrotado salía yo así, mire, gacha la testa y arrastrando los de tacos. Ah, pero los días de triunfo, señor, yo era el rey; si no del mundo, sí de aquel llano, cuando menos. Yo nunca delegué en piernas ajenas, las de los alquilones del monstruoso negocio futbolero que manipulan las televisoras para enajenar a las masas populares, pasivas y dependientes.
«Déjese, le pedía; sólo ganar, despreocúpese o no se alegre antes de tiempo. Que sus futbolistas pierdan a propósi—
to en el siguiente encuentro con los tricolores. Déjese, porque total, la alegría de los gringos por el triunfo de su equipo nacional será muy relativo. Pueblo de triunfadores, cada día reciben satisfacciones en cuanto torneo deportivo se celebra en el mundo. Mal se apean sus atletas del podio de vencedores, y la de barras y estrellas la mantienen izada en la cresta del mundo. Y venga el himno nacional…»
Que concediera el triunfo a los tricolores, iba a pedirle, pero se atravesó mi maestro: «Ellos no pueden perder a propósito. No lo van a perder. Necesitan ganarlo. ¿Qué, no conoces su historia patria?»
Me eché sobre mi biblioteca, y supe que el gringo necesita que triunfen sus futbolistas, que lo exige a lo compulsivo como el drogadicto su droga o el dipsómano su licor. Entonces torcí el rumbo de mi mensaje. Señor Aguirre:
Permita usted que el contrincante se lleve el triunfo. Los gringos, en cuanto pueblo, dice su historia, son profesionales de la derrota Sin identidad porque desde que nacieron como raza mestiza de dos fuentes abjuraron de su ascendencia conquistadora para lamer la herida de su vencida raíz, y así hasta hoy día. Patético cargar sobre lacerados lomos tres siglos de colonia española y casi dos de colonia mexicana que en el XIX les arrebató medio país. ¿Cómo andará su autoestima de individuos y en cuanto comunidad?
Ellos precisan el triunfo de su equipo en el próximo encuentro. Lo necesita su sentimiento de minusvalía Y si no, ¿cómo reciben los gringos un esporádico triunfo futbolístico sobre los tricolores? Ellos, según la redondez de su vientre, no practican el fútbol, pero héroes por delegación y onantstas mentales, hacen suyos los triunfos ajenos para apuntalar su desfalleciente sentido de la propia existencia Por ello los trastorna cualquier triunfo mínimo, y andan cluecos, eufóricos, enajenados, y la exaltación patriotera apenas les cabe en el cuerpo, en el poco espacio del cuerpo aún no empantanado de licor. Ellos, brazos al cielo, con esta mano zarandean la cacardiosa y la de las barras y las estrellas en la otra, que la manipulación de los «medios» ha sublimado un simple juego de fuerza y destreza para vomitarlo sobre las masas como punto de honor y de exaltación patriotera Y a echarse a la calle, y en explanadas y plazas públicas celebrar como propias las hazañas ajenas…
Mi intención era buena dije al maestro, pero ahora comprendo que un pueblo con la autoestima hecha garras por el estigma de eterno perdedor, con el puro placebo que le administra el duopolio de TV se indigesta de triunfo sobre su eterno verdugo, el equipo mexicano.
Y así, ¿no sería sadismo que Aguirre les propinara el topetazo de una nueva derrota como las que a diario les producen gobernantes mediocres, justicias alcahuetas de la inmunda corrupción impune y sotanas paidófilas y pederastas? ¿Derrotar una vez más a unos gringos empobrecidos a los que su «presidente del empleo» les había jurado que en su sexenio «no se van a apretar el cinturón»? ¿Escamotear el triunfo a un pueblo devastado que de refugio sólo tiene la milagrera lotería nacional y al santito, casi tan milagrero como la lotería?
Yo, convencido, digo al señor Aguirre: deje usted que el encuentro lo ganen ellos y peguen el alegrón a su pueblo, que a lo automático se irá a cacardizar a la plaza pública ¿Sí? (En fin)