A dónde me llevarán las veleidades de mi cucaracheta. En esta ocasión me fue a tirar por allá, en el corazón del barrio bajo o en el más apartado de sus entresijos. Era de noche; yo venía de regreso después de una visita de la cual no he de entrar en detalles, cuando, de súbito, la carcacha me la hizo de tos, por el mofle se echó tres eructos de gasolina, y hasta ahí llegó el volks. Yo, el desconsuelo en el ánima, eché pie a tierra en procura del taumaturgo que reviviera mi carcacha, pero nada. Y aquella soledad, y el silencio, y la amenaza de lluvia. Caminé al azar, y la taquicardia: ¿dónde será? ¿A la vuelta de la esquina, en el parquecito oscurecido? ¿Atorón, levantón, arma blanca, revólver? Animas santas…
Cuadras después de errar sin aliento y sin rumbo, con las anginas taponándome el gañote (¿no me las rebanaron hace años?), avizoré el cuajaron de luces y la discreta nata de comejenes humanos que deambulaban en círculos al amor de las luces de la feria de barrio. En las orejas me chicoteó el sonsonete del maullido que oculta la urgencia de la entrepierna: «¡Ay quiéreme, porque ya creo merecerte!» (Mira, mira…)
Y sí, después de la lobreguez de unas calles desiertas, qué alivio: la plazuela hervorosa de gente Hacia allá enfilé mis botines (de orejeta, no como los botines de esos hijos de toda su reverenda Marta.) Y allá voy, pajareando en procura de algún portón con facha de taller mecánico. Ahí, recargado en el muro, aquel individuo alto, flaco, rostro afilado y aguileña nariz. Me arriesgué: «¿Habrá por aquí algún taller mecánico, señor?»
Silencio. Ya me alejaba cuando su voz emerge de entre las sombras: «Observe esa curiosa metáfora del quehacer político».
¿Metáfora del qué? ‘Yo no veo más que una feria de barrio».
– Aprenda a mirar. ¿Qué ve ahí?
La rueda de la fortuna. Vieja, desvencijada, como todo el equipo de las viejas ferias de los barrios viejos. «Pero sus canastillas copeteadas de feriantes. Mire a esos que suben, y al subir aplauden, echan porras y enseñan su mazorca de dientes. ¿Reconoce a la robusta del huipil oaxaqueño? Los que vienen bajando, en cambio, caras desencajadas de espanto y desolación: la perrada de los chuchos. Canastillas más arriba, en caída libre, esos beatos que al dar el bajón se vienen meando (agua bendita) de rabia, sorpresa, desilusión.
– Y cómo rechinan los fierros oxidados de la rueda de la fortuna…
– Cuáles fierros, son los dientes del encargado de la feria, aquel chaparrito, peloncito, jetoncito, de lentes. Ora mire el tenderete del tiro al blanco, con esas hileras de patitos de hojalata. Chinche tino de Manlio, Gamboa Patrón y congéneres; No yerran una: diputaciones, gubernaturas, alcaldías…
Y el pregón del cotómpintero, campo y tablas, en la lotería de cartones. Con su montoncito de frijoles, los jugadores. «¡El valiente!» Un frijolito en la carta de Gómez Mont «El soldado!» «¡Me la pela!», gritó el Chapo Guzmán. «¡La muerte siriquiciaca!» «¡Y lotería con la muerte, o sea con Germán Martínez!», gritó César Nava. Rufo, Espino, Creel y Corral se levantaron echando frijoles. (El chaparrito sonreía.)
Allá, sobre un paño blanquiazul a ras de pavimento, la suerte de los aros. De premio, un puerco ventrudo, alcancía preñada de monedas. El chaparrito distribuyó los aros, su circunferencia más estrecha que la del puerco. Creel, Corral, Espino, ávido el rostro, arrojaban el aro, ¿pero podrían ensartarlo en la alcancía? En eso llega César Nava, y el chaparrito le da un aro de hula-hula. Y que a la primera se ensarta al puerco, y ahí se terminó el juego. ¿Los perdidosos? De madre a arriba. Shhh…
– Y qué elocuente el juego de la justicia (yo nada advertía más allá de un vulgar volatín). Mire quienes montan los caballitos de adelante.
Los Fox, los Bríbiesca Sahagún, los Salinas, los Montiel, la Marcia Gómez pariente de Margarita Zavala, en fin. Montando sus caballitos seis filas atrás, García Luna, Medina Mora, el Ortiz de la Suprema Corta(e) y el procurador de Hermosillo, Son. «Caballitos a vuelta y vuelta en el volatín, ¿cuándo calcula que la justicia alcance a los tales bergantes?» (Nomás me quedé pensando). «Ahora que usted, como periodista, ¿no va a entrarle al tírele al Peje? Bola ensalivada de bilis negra. El chaparrito paga bien».
– ¿Yo? ¡Un momento, yo tengo las vergüenzas en su nidal, y me estorban para lanzar el pelotazo! Y yo al Peje tampoco yo le pudiera atinar, porque…
Volví el rostro. ¿Y el desconocido? Ese, andavete Me la persigné. Y yo con mi cucaracheta muerta a media calle (De esto, después.)