Corazón bandolero

Dios lo quiso, y la hizo – tan voluble como un ave. – Si me quiso o no me quiso… ¡quién lo sabe! – Mis memorias quedan solas; tu tristeza ya se aleja. – Y en la dulce mansedumbre de tu queja – que las sombras diluyeron – y en perfumes que evapora la distancia, – mi alma aspira la fragancia – de las cosas que se fueron…

Que esto lo escribí el sábado, les dije ayer, a esa hora de entre dos luces que precede a los primeros barruntos de la tenebra Desde la ventana miraba encenderse la luz mercurial cuando, de súbito, el largo son de un silbato despertó la barriada El carrito de los camotes, sí, que de golpe me acarreó un cacho de mi vida anterior, de mi vida interior, que es decir un retazo de entraña del corazón: mi vida con la amantísima No lloro, pero poco me falta…

Ella sí, mi María, que al reclamo del carrito bajaba corriendo los escalones y volvía vuelta un puro chupeteadero de dedos y golosos lengüeteos. Qué tiempos. (¿Lo oyen? Ahora mismo, en el reloj de San Camilito, las ocho en punto y sereno. Para mí terminaron las tristuras del atardecer; siguen las congojas nocturnas. María…)

Pero ocurrió que esta noche de sábado (tal escribí hace tres noches, mil eternidades después de María), escuché el silbato camotero de los tiempos viejos. Pero, ¿y eso? no era el limpio pregón conocido, sino un silbido rispido, cascadón, agargajado. ¿Y ese deterioro? Es que tú ya no estás conmigo, María, pensé, y tantito peor: que yo ya no estoy contigo. Y fue entonces…

Me cimbró la nostalgia, me atacaron las remembranzas. Abrí la puerta y me eché al encuentro del camotero simpaticón, viejo amigo mío, y llevaba el corazón aquí, miren, en el gañote Y entonces: «¡Éitale, babotas!»

¿Y ese agrio recibimiento? ¿Y esa acida expresión? Lo atribuí a mi propia exaltación; a un corazón con voleo de campana que ahora llevaba en la boca como si el retorno del carrito camotero me trajera un trasunto del amor perdido. «Gusto de verlo, mi amigo. Váyame dando el que traiga más aguadito». Y al decirlo apachurraba con este dedo un enmielado, un achicalao, ese plátano macho. «Quiero dos de estos. Me va a surtir…»

¡Me lo voy a surtir como no deje de tentaliar la mercancía, puerco!

¿Que qué? Reculé tres pasos, observé al que fue gentil camotero de los viejos tiempos, de un carácter tan cálido y enmielado como los achicalaos de su bandeja «¡El bandejo lo será usté, y si no compra no mallugue, saqúese!»

Aguarde, por su mamacita

Y refregándomela pior. Mejor se borra si no quiere que se la parta.

Mientras me despachaba en el buen sentido del término, lo observé: Dior, que me lo cambiaron; un cambio brutal en apenas dos años y meses de no verlo. Cómo fue que el altivo Dr. Jekyll había caído en un vil Mr. Hyde: su gorro, de papel periódico (y de un periódico reaccionario, para acabarla de atrasar); su bata, como de tablajero; su carro, como después de un choque con el tren ligero; el fogón, un pu­ro rescoldo; el agua escurriéndose. Y los camotes, Dior, esos camotes: de aquí para acá crudos, y borrachos de allá para acá, requemados. Ah, y los plátanos: si esos son plátanos machos yo soy Gengis Khan. Unas tiznaderitas así, miren, como mi dedo meñique, y en vez de leche carnation, atolito con el dedo. Le hablé por las buenas, le di una enmielada propina lo amansé, recobré al camotero de los viejos tiempos.

Me la va a perdonar, pero la neta, mi señor. Hasta güegüencha me da andar tostoniando estas chifladeras, pero qué tiznaos hago, si al negocio este se lo cargó la hingada ¿Sabe que en la bolsa ya bajaron mis bonos? Hasta agujereada mi bolsa esta de atrás. Voy derecho a la quiebra, mi señor.

Se nota El carro, desvencijado. La mercancía, un naufragio. Cómo en tan poco tiempo se le haya arruinado su plátano, sus camotes…

Menos de tres años y se fueron a la jodida por culpa del güey que se vino a hacer cargo, que se cargó mi negocio. Mírelo bien ¿No se le afigura que está viendo a México en persona? (No entendí.) Mi carrito, ¿ve qué ruina de carrito? Pues así dejó en menos de tres años todo el país. Ese pelao está salao, está embrujao, está empachao de Peje. Uta ese mala suerte haga de cuenta intestino: tomó mi negocio y le hizo lo que las tripas a los camotes. Mire nomás mi carrito. ¿No le parece que está viendo a México.

Iba a preguntarle a quién aludía con tanto rencor, pero él pegó un rabioso empujón al país (al carrito camotero, quise decir) y allá va mentando madres. Remoliéndolas entre dientes. Cerrando los ojos lo dejé pasar…

¿El del mal fario quién podrá ser? (A saber).

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