¡Viva Cristo rey! ¡A implantar un orden social-cristiano! ¡Vamos a imponer la contrarevolución! ¡Viva la Virgen de Guadalupe…!
Tal el pregón cristero. Una madre, al entregar su hijo al movimiento: «Prefiero llorarlo muerto antes que verlo convencido en un convenenciero y traidor. ¡Ay, señores, yo sí me siento loca de cariño hacia ustedes! ¡No tengo más que mis hijos, y con gusto los lego a la patria!»
Si no es en este sexenio, cuándo. Cuándo, si no en el sexenio del Verbo Encarnado, de los cristeros tardíos y sus continuadores sinarquistas y yunquistas del presente gobierno. «¡El sinarquismo es el instrumento de lucha de las nuevas generaciones! ¡El sinarquismo destruirá la Revolución y restaurará el orden cristiano! Porque hay dos ideas contrapunteadas: ser patriota y ser revolucionario!» Todo esto, mis valedores, en el estado laico que nos legaron Juárez y sus liberales del XIX. En fin.
Al movimiento cristero aludí el pasado viernes. Uno podría suponer que ese episodio negro de la historia quedaba atrás, pero el pasado miércoles me fui a topar aquella noticia de miércoles que publica la más reciente edición del órgano oficial de la Conf. del Episcopado Mexicano: que el fanatismo cristero mantiene en pie, contra la Constitución de 1917, una contienda que en el pasado (1926-29) sembró en el país un almacigo de 70 mil cadáveres.
Pero sí; en mayo del 2000 los cristeros festejaron la maniobra con que los obsequió el Papa: beatificarles hasta 24 de ellos. «Con eso, el pontífice le dice al mundo que este movimiento fue legítimo y sigue vigente, como vivo el proyecto de impulsar a través de este gobierno panista la censura, la oposición a la educación sexual y laica, así como al aborto y a la igualdad dé la mujer.
¿Repercusión que la forja de beatos a escala industrial tuvo en la vida de movimientos como los cristeros y su lógica prolongación, el sinarquismo? Que mal proclamaba el Papa la beatificación de los 24 belicosos cuando ya en plena plaza de armas de la ciudad de Querétaro, en la cercanía del Teatro de la República (donde en 1917 se promulgó la Constitución, qué simbolismo), los recién resucitados a punta de beatos, militantes todos ellos de la difunta Unión Nacional Sinarquista se dieron a festejar a los tales, y lo festejaron con el ondear de viejas banderas todavía pringadas de sangre añeja, polvo de aquellos cristeros lodos, y el grito fanático y sinarquista:
«¡La reacción es el único sector mexicano que tiene derecho a la vida!»
Como en las épocas negras, rojas de sangre recién derramada Recordé aquel retazo de juventud que viví en la Guadalajara que fue, reaccionaria y devota la de Orozco y Jiménez, cristero y obispo. Guadalajara. Tardes aquellas que fueron las de mi juventud, con sabor a tejuino, rumorosa de esquilas. Mi padre, revista Unión entre manos, se exaltaba al exaltar las vidas hazañosas de los sinarcas, sus andanzas «patriótica» y cierta epopeya que tanto lo emocionaba la «Colonia María Auxiliadora delirante utopía de aquellas familias que, para colonizarla, el sinarquismo había lanzado contra Baja California. Yo, todavía por aquel entonces ayuno de toda teoría política, miraba las fotos de aquellos alucinantes alucinados que en lejas tierras y en nombre de Cristo Rey le andaban queriendo sacar a las peñas agua y al desierto rosas.
«Imponente, ¿no, mi hijo? Dios me conceda la dicha de verte convertido en todo un varón de virtudes y un sinarquista cabal. Algún día cuando crezcas. Para que así, cuando la hora te llegue, mira derechito a sentarte a la diestra de Dios padre». «¿Y desplazar de esa silla al Nazareno, padre?»
Cuando crezcas, me dijo. Yo, mis valedores, como crecer, mal calculo cuánto haya crecido, pero sí lo suficiente para alegrarme de que años más tarde a mi padre, cuando la muerte vino a sonsacármelo, ya lo encontró perfectamente desencantado de los sinarcas.
Muerto y sepultado suponía yo al sinarquismo, que a leguas olía a difunto como ya en vida apestaba Pero de repente, milagro de Felipe de Jesús, los Lázaros se levantan y echan a andar. Gracias al Papa anterior y su mazorca de beatos levanta cabeza ese sinarca que en su momento clamó: «¡Hitler es el gran azote de Dios, un genio militar!. Cuando cumpla su misión, la destrucción de Rusia, se romperá en dos pedazos. Pero Franco es otra cosa La salvación de México está en reafirmar su espíritu católico, su tradición católica, y como ésta la recibimos de España, nuestras ligas con España son las ligas con Franco, que restauró la hispanidad».
Yunque, sinarcas, Felipe de Jesús. (Dios.)