Carroñeros

El linchamiento, mis valedores. Ayer y aquí mismo me referí a la acción de «hacerse justicia por propia mano», ese abominable descenso del hombre en la escala del espíritu humano hasta los aberrantes hondones del primitivismo animal donde algunos son capaces de desgarrar, y desgarran al desdichado al que sorprendieron robándose una santita de yeso de la capilla vecinal o, crimen aún más grave, dos guajolotes en el corral de junto. Y rápido, a continuar la tradición de San Miguel Canoa y San Juan Ixtayopan: repiqúense las campanas, congregúense los lugareños, y a trincar en el tronco de un fresno o en el arbotante de la plaza pública al que debe morir. Piedras, estacas, garrotes, gasolina.

– ¿Quién trae por ahí un encendedor…?

Porque en este poblado agua para apagar un incendio no conseguimos, pero gasolina para incendiar a un infeliz tenemos siempre a la mano un bidón. Y a sudores, jadeos, ardimiento y excitación, a hacer garras de cristiano mientras se experimenta una especie de orgasmo colectivo.

Y ahí, con las llamas de la hornaza humana, brilló la justicia… Linchamientos. Uno de los malandrines que ha recibido, recibe y seguirá recibiendo el más sañudo, el más minucioso de los linchamientos es Andrés Manuel López Obrador. El Peje, o todavía mejor: López. Aquí remato el atento recado que envié ayer a López:

Un poco de vergüenza; un poquillo de dignidad. Ciertos medios de condicionamiento de masas han venido linchándolo a todas horas de todos los días, pero usted no se quiere dar por difunto, lo que es la poca vergüenza. Y qué hacer.

¿Qué hacer? Esos tienen que admitir que usted sigue vivo como ente político, pero entonces juran que no pasa de ser un político patético, vesánico, tiránico, vitriólico, demagógico, protagónico, hiperkinético y esperpéntico; un cizañoso sicópata del escándalo, dictadorcillo de trópico y alucinante agitador de plazuela, un aborto del ejercicio político y un grosero y zafio mesías de masquiña. Usted, López, con su conducta grotesca está masacrando no sólo a los partidos decentes del país, sino aun a los chuchos de Nueva Izquierda, y haciéndolos quedar mal con el de Gobernación, que a su vez queda mal con el de Los Pinos, que va a quedar mal con el de La Casa Blanca. Nomás eche cuentas…

¿Un hombre en su juicio, López, se rebelaría contra el dictamen de Carmen Alanís, titular del Tribunal electoral, porque cambió de última hora el resultado de las elecciones internas del PRD en Ixtapalapa? ¿Y quién es usted para oponerse a la ley del más fuerte? ¿Qué rey lo ampara, López? ¿No ha considerado, infeliz, que Carmen se ha sabido granjear la estimación de toda una «primera dama», que le proporcionó el cargo, la trata como su familiar y acuerda con ella cuestiones de alta política? De Ixtapalapa sin ir más lejos. ¿Y usted, López? ¿Con quién acuerda usted, que no sea con una muchedumbre de los revoltosos que integran su corte de los milagros?

Desaparezca López. ¿Los que lo acuchillan a diario no le dan compasión? Piense que esos no linchan nomás por linchar, sino por interpósita persona y tienen que acarrear la pitanza al hogar. ¿No le arde la cuera cuando le gritan que es, déjeme leer el matutino de ayer: «fascista, grosero, ignorante, impositivo, falso redentor, dios de petate, cartucho quemado y rastrojo del quehacer político», todo esto en un párrafo de diez líneas?

Sensibilidad, López. Vergüenza personal. Si consideración para con el prójimo le hubiese otorgado Madre Natura, ya se habría dado por enterado del obituario, de los cientos y cientos de esquelas de muerto que todos los medios, todos los días y a todas horas le dedican algunos, y se iría a atejonar en su covacha de Copilco o donde ahora tenga su guarida.

Muérase, López. Si no fuesen bastantes los matanceros, ahora se les agregan coyotes de la misma loma, del pelo y la pinta de los colaboracionistas tribales Círigo y Arce, Navarrete y Oliva, Zambrano y Acosta Naranjo, que de traidor no lo bajan. Por todo lo cual, remato aquí mi mensaje con una muy atenta exhortación:

Muérase, López, muérase ya. Cuando un mastín forastero – pasa por una ciudad – chuchos de la vecindad – le van a oler el trasero – El mastín grave, mohíno – ve la turba que babea – alza la pata, los mea – y prosigue su camino. (López.)

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