¡48 las víctimas!

– Hasta ahora van 48 víctimas de la guardería

Achis, achis, ¿Don Tintoreto se equivocó al contabilizar las víctimas? Espejo fiel del país, en la tertulia de anoche se habló de una corrupción gubernamental que así, con las 47 criaturas quemadas en la guardería también se incineró la justicia «Y si no, ahí tienen el caso de Ignacio del Valle y compañeros de Atenco, por una parte, y por la otra el de los apellidos Bours y Gómez del Campo«.

Y que «Pasta de Conchos sin resolver», y que sangre derramada entre los maestros de la Sección 22 y los aguerridos de la APPO, y que las víctimas de la News Divine y los niños perdidos en Casitas del Sur. «¿Ven? El de Los Pinos incineró la justicia«. Habló el Cosilión:

– Deberíamos publicar un desplegado: «¡los abajo firmantes exigimos!» (Miré a los contertulios y entendí que el pequeño universo de la tertulia representa a las masas sociales del país: renegar y exigir, y una vez que exigimos renegar otra vez.) El maestro:

– Exigimos, claman las víctimas; demandados, los deudos; reclamamos, los damnificados, y el reniego de todos los mexicanos. Ante la mazorca de problemas que chicotean un país que diríase contagiado de la mala sombra, el mal fario, la salación del de Los Pinos, los huérfanos de la justicia se tornan un puro reniego y una pura exigencia «¡Exigimos, reclamamos, demandamos!», sin que el beato del Verbo Encarnado los vea ni los oiga. Y qué a la medida el ejemplo de Pancho Papadas. ¿Recuerda alguno el relato que les conté hace años? (Pensé: para cuentos estamos.)

– Para cuentos estamos (¡Me adivinó el pensamiento!) Mientras no tengamos conciencia del enemigo histórico del cambio que precisamos en esta horrible situación, y que haremos nosotros o nadie lo va a hacer por nos, a los golpes que reciben, las masas no discurren medida mejor que la de exigir. Como si Calderón y compinches fueran nuestros aliados. Por eso viene a cuento Pancho Papadas. Escuchen, por si algo aprendemos.

Ocurrió que al pueblo aquel llegó cierto día un cilindrero, y el máistro Delfino, cuetero de profesión: «¡Un tostón por tu mono!» «Vale tres pesos». Un tostón, y el máistro cargó con el animalito. Todo fue verlo llegar, y los chamacos: «¡Mi pápa compró un huasteco!» «¡Préstenlo acá, pa’ quemarle un buscapiés o una sarta de saltapericos!»

De ahí en adelante el infierno para el desdichado. Los guerrosos le tronaban cohetes y le amarraban a la cola mechas ardiendo. «¡Y ora a aventarlo a las tinas fermentadas. Y cómo hace górgoros. Se va a poner bien pando, como mi pápa! ¡De clavado, pa’ que se hogue!» Ahogándose, el mono alcanzaba el borde de la tina, y adentro, otra vez. «Pa’ que te llenes la panza!»

El monito se quedó ñengo, trasijado, medio muerto; como que apenas aguantaba la vida Pelando los ojillos permanecía en aquel rincón, pobre carcaje de pelos y huesos. ¿Y no se les ocurrió meterle un chicloso entre las muelas y un chile en el cicirisco? El mono aquellas maro-

­mas, sin saber a cuál tapón atender primero. «¡Ora toques eléctricos! ¡Miren cómo se retuerce!»

Aquel día el máistro Delfino, al llegar de la calle: «¡Suelten ese animal y a trabajar, güevones, que hay muchos pedidos para las fiestas de la iglesia!»

Trabajaron hasta cebarle el nitro al barril. «¡Tengan cuidado al moler la pólvora, brutos! ¿No ven que el barril ya tiene el nitro? ¡Pónganle la señal!» Sí, un listón blanco. Toda la runfla a la cocina, a comer.

Sólo y su alma en el taller, bolita de pelos, huesos y sufridero, el monito se mantuvo quieto, nomás mirando. Sombra ya de sí mismo, algo miraba a lo inmóvil, sin pistojear, como si el sufrimiento lo hubiese forzado a pensar. (No a exigir a los dañeros. ¿Toman nota, contertulios?)

Y ándenle, que de repente se enderezó, se dejó ir hasta el barril de pólvora, le desenredó la tirita blanca y con ella corrió hasta el corral vecino y se trepó a la más alta rama del guamúchil Al rato, luego de la comida «los bergantes entraron al taller pa’ seguir chambiando. El máistro Delfino, como no vio ninguna señal en la manivela del barril, se fue a darle vuelta con todas sus ganas. ¡Ni siquiera el nitro le han puesto, güevones! Y güevones fue lo último que dijo, porque ¡brrumm!, en mil pedazos el cohetero y su mundo».

– ¿Moraleja? Aprender a pensar e ir a la acción. Sin pólvora Para darnos ese gobierno que mande obedeciendo sólo necesitamos organizamos en células autogestionarias. ¿O ante tantos chicotazos de los fascinerosos nunca seremos capaces de aprender a pensar, contertulios?

Los miré, me miraron, pensé: con estos yo no veré el cambio en el país. (Lástima)

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