Y retorno a la vida. Hoy me refiero, mis valedores, a la Guatemala dulce y sombría de Cardoza y Aragón, la de héroes civiles de la estatura de Alaíde Foppa uno o dos de sus hijos, y Otto René Castillo, poeta también sacrificado por la bota y el espadón. Esta vez hablo de esa sombría Guatemala que viene de padecer tigres sanguinarios como los milicos Jorge Ubico, Castillo Armas, Romeo Lucas García, Alfredo Ríos Mont. Guatemala.
Aquí la nombre y mi mente se agita, hervorosa de bosques, lagos, rostros, aquel mujerío; trovas como esa que, ardido por la nostalgia, desde su exilio mexicano le entona Cardoza y Aragón: «Cuando aspiro tu refajo de bosques, cuando me hundo en tu huipil de pájaros, me anega tu aliento de maíz y volcán, tu espina aguda de picaflor…»
La Guatemala de los milicos, sombría: en enero de 1980, para implantar un proyecto de desarrollo de industrias transnacionales, el gobierno desalojó de sus tierras a los campesinos. Ellos, en son de protesta, tomaron la sede de la Embajada de España, y fue entonces: los comandos les lanzaron bombas incendiarias. En la hornaza se calcinan 38 paisanos, entre ellos el padre de Rigoberta Menchú. Uno que sobrevivió a la masacre fue secuestrado por los comandos en el propio hospital donde le curaban las quemaduras. Ahí mismo lo asesinaron. Guatemala, En 108 mil kilómetros cuadrados de territorio y con unos 10 millones de habitantes, la sangrienta cosecha de los tigres militares:
Cuatrocientas cuarenta aldeas borradas del mapa, 300 mil exilios, 50 mil viudas, 250 mil huérfanas y miles de muertos y desaparecidos. «A los compas, amarrados, nos aventaron al barranco, contra las piedras. Sólo yo me salvé porque fui a dar a una poza de agua», me dijo uno de ellos ante los micrófonos de Radio UNAM. La Guatemala sombría
Ay, patria – a los coroneles que orinan tus muros tenemos que arrancarlos de raíz -y colgarlos de un árbol de rocío agudo – violento de cóleras del pueblo.
Guatemala: «Cada día eres otra; en recuerdo, en realidad, en esperanza. Sencillo amor como en tu mano la sal y el pan».
Su revolución de 1944 dio la presidencia del país al doctor Juan José Arévalo y seis años más tarde a Jacobo Arbens. Muchos fueron los beneficios que entonces logró el paisanaje, desde leyes favorables a los obreros y una reforma agraria que entregó a los campesinos sus tierras, hasta la construcción de la carretera al Atlántico que liberó al país de la dependencia de unos ferrocarriles propiedad de la United Fruit Co. Y claro, el derrumbe: desencadenadas las iras de la compañía frutera norteamericana, ahí intervinieron la CIA, el Departamento de Estado y aun el Pentágono. Caiga el presidente Jacobo Arbens y trépese el teniente prestanombres Castillo Armas (1954). Semejante historia, mis valedores, ¿dónde la hemos oído antes? ¿Dónde no la hemos oído?
Pues sí, pero para los chapines llegó la esperanza con un proceso electoral y el ascenso al poder de uno que tomaría Guatemala al gobierno civil. Un día antes de las elecciones, la noticia: «Los guatemaltecos tienen confianza en el cambio, que les dará empleos, combatirá la criminalidad y abaratará el costo de la vida. Desde la oficina central de la ONU Kofi Annan pide votar por un gobierno que respete los derechos humanos».
Sería entonces cuando los hermanos chapines caerían en el espejismo de la «democracia» con civiles como Cerezo Arévalo y en estos momentos Alvaro Colom, con todo y su «primera dama», de apellido Torres. Guatemala dulce: «Se oye cuando una garza cambia de pie…”
Pero mal (ario para los pueblos que sólo se atienden a la fuerza del voto, frase con la que las manipulan en el discurso, cuando la realidad objetiva les muestra y demuestra que el puro voto no tuvo fuerza ninguna. Allá, en Guatemala, antes de este Colom de la «primera dama» los hermanos chapines estrenaron el gobierno de un asesino de nombre Alfonso Portillo que llegó con la promesa de «crear un nuevo país, basado en la paz, el respeto a los derechos humanos y mejores oportunidades para todos». Y este Portillo resultó ladrón y anda o andaba prófugo en nuestro país. De ese calibre es la «democracia» que nos cantan al sur del Bravo. Clamaba Alfonso Portillo, presidente de Guatemala:
– ¡Voy a restar poder a los militares! ¡Soy un hombre del pueblo y a mi pueblo me debo como gobernante…!
Días antes de su toma de posesión ocurrió lo que les contaré mañana (Aguarden)