Conócete a ti mismo

Tal fue la exhortación que tomó Sócrates del oráculo de Delfos y adoptó como objetivo central de su vida, para lo cual tramó una teoría filosófica con la que nos legó las bases del conocimiento humano. «Conócete a ti mismo» mirándote, al propio tiempo, en el espejo del arte y en el laberinto de símbolos y rituales que te ofrece la mitología, en este caso la greco-romana.

Héroes y dioses arrancados a los mitos han trascendido hasta la cultura popular: el ave Fénix, que renace de sus cenizas, Venus, diosa del amor, el travieso Cupido de las flechas aviesas y un gigantón Hércules-Heracles destructor de monstruos de tierra, aire y mar. Uno más del dominio popular es el rey Midas, del que cualquiera va a señalar: «una especie de Slim cualquiera, que convierte en oro todo lo que toca». Qué envidia, dirá el que no advierte el símbolo. Midas, un rey desgraciado.

De tal existe una historia real como soberano que fue de Frigia siglos antes de nuestra era y, mucho más interesante, el mito del codicioso que, de castigo, al  trocar en oro todo lo que toca se ve en peligro de muerte. El mito:

Un día de aquellos, paseando por su jardín, Midas se topó con un cierto sátiro  que dormía su borrachera, y habiéndolo reconocido como Sileno, del cortejo de Dionisio, lo alojó en su palacio y lo colmó de agasajos hasta que el dios del vino y la vid acudió a recogerlo. Por agradecer el favor, Dionisio ofreció un don a Midas, y el codicioso pidió convertir en oro todo lo que tocase. Pues sí, pero llegó la hora de comer, y comida y vino se le convierten en oro, y ahí el pavor. Pero en fin, que Dionisio accedió a retirarle la maldición del oro, y hasta ahí, bien.

Pero en su trato con dioses no escarmienta el humano. Marcias el sátiro, instrumento en mano (la siringa, y no me lo tomen a albur) había cometido la osadía de retar a Apolo para dilucidar cuál de los dos era mejor músico. El vencedor dispondría de la vida del derrotado. Y sí…

Marcias se lleva a los labios la siringa, y su melodía encanta a los espíritus del monte que fungen de jueces. Apolo tañe su lira y fieras y aves del campo se detienen a escuchar. El veredicto de los espíritus: Apolo fue el triunfador. ¿El castigo a la hibris, la desmesura de la criatura que osó retar a un dios? Desollado vivo. (Buscar los símbolos.)

Ahí, con Marcias en carne viva, terminándose el incidente, pero Midas, ahí presente, no estuvo de acuerdo con la decisión. «El triunfo fue de Marcias«. ¿Ah con que sí? Apolo a castigar al imprudente.

Y fue así como a Midas le crecieron orejas de burro, qué mortificación. Para ocultar su secreto el atribulado monarca usó turbante, y se dice que inventó el gorro frigio con que siglos más tarde se iba a representar la diosa de la libertad. Pero qué secreto puede durar todo el tiempo…

Fue un barbero; por casualidad descubrió el secreto de  Midas con orejas de burro, secreto que, no atreviéndose a revelar, le pesaba hasta el ahogo, y fue entonces: el discreto indiscreto caminó hasta un campo solitario, abrió un agujero y embrocando la boca: «¡El rey Midas tiene orejas de burro!»

Que alivio. Ahora a tapar el hoyo y regresar a la ciudad, pero cuándo lo hubiese imaginado: al hoyo nacióle un macizo de juncos y el aire, al pasar a través de ellos, divulgó el secreto: «¡El rey Midas tiene orejas de burro!» Y hasta aquí el mito.

Pues sí, pero a mí el viento en los juncos me contó el final: el barbero, un chismoso carácter de malvavisco, fue forzado por Midas a pegar estridente reculón, y entonces: «Pero compatriotas, ¿cómo pueden creer lo que dije del rey? ¿No advierten acaso, que padezco demencia senil?» Así de lúcido confesaba su falta de lucidez. Un castrado, un indigno, un redrojo moral. A escupirlo, y a seguir adelante.

Pero el viento en los juncos susurra que al peso de la noche y en la negrura de la tenebra el ancestro de Galileo tomaba la bacía, la nica, la escupidera, y embrocando su boca al cacharro:

– ¡Por supuesto que el reyecito tiene orejas de burro, ojillos de apipizca y cara de chupacabra! Ese chaparro pelón, hijo de toda su repelona, es el bandido que se cogió la mitad d e la cuenta secreta, si no es que tantito más, y recompartió con sus hermanitos patibularios, carne de presidio los tres. El bandidaje de Midas permanece impune, pero no me admiro de él como del aguante de todas sus víctimas, los agachones habitantes de Frigia, estado de derecho. ¡Ellos propician las sinvergüenzadas!

Ya habiéndose masturbado y después del orgasmo oral, a la camita; a dormir el sueño de los justos. De los justos que no padezcan insomnio. Y ya. (Puag.)

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