Una madre menguada

Por la Plaza Miravalle pregunté a ustedes ayer. Que si los árboles aún no habían sido talados. Que si a La Cibeles todavía no se la habían robado u ofendido en su honra. De la propia plaza, que si aún no habían arrasado con ella Les transcribiré el mensaje que dediqué a La Cibeles cuando fui a visitarla. Describí el conjunto escultórico. A la matrona le dije:

A diferencia de los nalgoncillos de bronce que exhibe en su escultura, los nalgoncitos de carne (poca) y huesos van a seguir votando, porque ha de saber que muertos de hambre y criadores de lombrices y otros bichos, estos nalgoncitos sobreviven en la entraña de la democracia, como nos juran 23.4 millones de «spots» que todos pagamos. Carísimos. Porque, señora, no olvidarlo: es México.

Por la magnificencia del grupo escultórico, del acabado y el material, deduzco que viene usted de una tierra próspera, no tan diatiro como la nuestra ¿Pues qué, vuestra revolución os resultó mejor que a nosotros la nuestra, que a 92 millones (hoy ya 109) nos ha valido el ají que se le unta al queso, cuando queso tenemos? Pero eso sí: cómo nos la mientan, que a mentadas se ha tornado pieza oratoria de la más rancia retórica (Ayer, «ábrete, Sésamo» y pretexto de hurtos, transas y depredaciones fue esa palabra revolución. Hoy, aún más dañina la clave de la corrupción lucrativa e impune es democracia)

En fin, que a la hora de presumir nosotros también tenemos estatuas: ecuestres (algunas); pedestres (las más), y erguidas, y culimpinadas, todas de héroes epónimos, falsos y verdaderos, dignísimos exponentes de la cultura de la derrota que forma la historia de mi país; las tenemos alineadas a lo largo de uno que nombramos Paseo de la Reforma, por el paseo que a la reforma le han dado sotanas y capas pluviales que se apoderan del país hoy que en pésima hora llegaron los gobiernos del Verbo Encarnado. Tenemos estatuas a pasto de héroes que fueron pasto de la derrota y que cayeron de cara al sol una vez que pronunciaron su frase célebre: «Si hubiera parque no estaría usted aquí».

(Hermosas estatuas, no fijándose en los detalles, porque a la que no le falta un brazo fáltale un ojo, una zanca o un compañón. No heridas de campaña, que serían heridas heroicas; desidia desdén, olvido, incuria Ruéguele a Zeus que usted no vaya a correr esa suerte; que usted permanezca completa que no me la vayan a coger como objeto de rapiña y entonces vaya a parar al traspatio de alguna residencia de funcionario sexenal. Vale.)

(Otro paréntesis, doña Cibeles, para comunicarle que una santa madre tenemos allá por la calle Sullivan, pero qué clase de madre: de cantera vil, descalza, vestida de bailarina folklórica, de mesera del Sanborn’s; una madre así de flaquita, de chiquirritica, símbolo enhiesto de un estacionamiento que ya cerraron por incosteable. Y luego nos enchilamos porque nos gritan que qué poca estatua tenemos.

Por fortuna así nos insultan sólo quienes nos conocen a fondo.)

Es cuanto, doña Cibeles. Me felicito de que usted haya llegado a nosotros por la vía del afecto español, que más afectuoso les ha resultado el petróleo que guardamos en el subsuelo, pero ese ya es otro cantar. Me felicito que se haya uncido a la sobrevivencia con los mexicanos, no que hasta ahora pura estatua de gentualla mediocre que por malas artes politiqueras se encaramó en el poder sexenal. Pregunte, si no, a ese servilismo viviente de los políticos ante su santo sexenal, santo del Verbo Encarnado. Pregunte, acá bajita la mano, por la masacrada estatua de cierto Alemán de apellido que tanto daño causó a la nación, y la defenestrada de un tal López Portillo, garañón de tamaños, y la vejada del primer espurio en la historia moderna del país, y esas horrorosas que los licenciados Jerásimos erigieron a cierto priista, corrupto él, cuyo único mérito fue recibir un balazo en la nuca Y las estatuas que faltan, doña Cibeles. Es que estamos en México, ¿sabe usted?

Y lo dicho, señora ya nos uncieron a la carreta porque nos tomaron la medida y nos la tomaron por nuestra pura ignorancia, por nuestra imposibilidad congénita de pensar, de crecer, de madurar, de asumir nuestra libertad sin miedo a la responsabilidad que conlleva Doña Cibeles: esta es su casa Que le sean leves políticos y palomas. ¿Sismos, temblores, dice?

Juego de niños junto a la acción de los lics. Jerásimos del Revolucionario Ins., de los beatos del PAN, de los colaboracionistas de Nueva Izquierda que se enquistaron en esa mala copia de izquierda ideológica que apodan el Sol Azteca. Bienvenida señora, y por mi parte es cuanto. (Vale.)

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