Leones capones

La Plaza Miravalle, mis valedores, ¿existe todavía? Aquel macizo de árboles gigantescos, ¿siguen en su lugar? La estatua de La Cibeles que España donó a nuestro país, ¿aún no se la han robado? Esto lo pregunto porque hace años que no visito la susodicha plaza y porque allá en los tiempos en que el regente de la ciudad era el profesor Hank González apareció esta noticia:

La Cibeles muere de sed entre mugre y abandono. En su majestuosidad, la estatua muestra el descuido y el menosprecio de las autoridades capitalinas hacia nuestros escasísimas parques, fuentes y jardines.

 

Yo, nostálgico, recuerdo que ya vivía en esta ciudad cuando La Cibeles tomó po­sesión de la Plaza Miravalle, y fui a visitar­la, y así le decía:

– Señora Cibeles, sea usted bienvenida a su nuevo hogar. Que la madrileña nostalgia le sea llevadera y la contaminación y altura sobre el nivel del mar poco le afecten sus alveolos pulmonares.

Por cuanto al macizo de verdes que Hank mandó asesinar para plantarla a usted, su carreta, los leones y los dos chamaquitos del conjunto escultórico, yo ya perdoné al dañero, qué otro camino me quedaba Lo perdoné, ¿sabe usted por qué?

Porque perdonar a los sobrones del Sistema de poder es vocación de agachones como yo, lástima.

De agachones, sí, porque los mestizos de Cortés y Malintzin ya olvidamos el verbo asumir, y todo lo delegamos en los Hank sexenales. Protestamos, sí. En manada Exigimos también, aborregados en el zóca­lo capitalino, y a propósito: esté usted preparada porque ya tendrá ocasión de hartarse a la voz de otra de las altivas maneras de protesta ciudadana, que compendiamos en cinco viriles toques -de cláxon. Porque a los descendientes del guerrero águila y el conquistador extremeño nuestras virilidades, allá en la entrepierna se nos van trocando en cornetas de aire comprimido para que mediocres, neuróticos y acomplejados, a claxonazos gritemos nuestra hombruna protesta contra el automóvil de adelante o contra el de al lado, neuróticos como andamos por achaques de un Sistema de poder que es nuestro enemigo histórico; y eso, por más que la historia y la realidad objetiva nos lo echan en cara no lo queremos entender. Nosotros, señora, no sabemos asumir. Protestamos, exigimos, por más que la historia nos grite su inutilidad. Protestamos mentándole su Cibeles al Sistema. A claxonazos. Y esperamos que esa sea la solución a la desmesura de los sobrones del poder. Lóbrego.

La observé una tarde de aquellas, señora Es usted una diosa ya madurona, pero todavía de buen ver, muy plantosa en su carromato tirado por esos dos güeyes. «¡Que no son güeyes, so pasmao! -ya la escucho protestar-. Leones son, ¿no les ves la melena?»

La melena se las veo, señora, y el fierro -fiero- mirar, y la planta de leones. ¿Pero leones tirando de una cerreta? ¿Leones? Sólo que se trate de leones capones. Los mexi­canos, pongamos por caso, leones pudi­mos ser, y ocelotes, jaguares y águilas. ¿Y en qué vinimos a parar, que así permitimos la masacre de árboles en la Plaza Miravalle? Y después de esa: ah, tantas otras masacres, y de humanos, señora, inocentes algunos de ellos. (A estas horas seguimos uncidos y jalando el carretón Para vivir mejor, sabe usted. Claro, sí, conozco su origen en la diosa Deméter, y que los leones son espíritus castigados, pero ese ya es otro cantar.)

Bella su estampa señora, en el conjunto escultórico: copeteadas las manos de mieses, racimos, frutas y espigas, como cuadra a la diosa de todos los frutos que da la tierra ¿No serán importados de Texas por aquello del TLC, Tratado de Libre etc.? ¿Quizá, a modo de bastimento, se los trajo usted misma de España? Porque por acá, señora, puro ají (en su versión mexicana).

Observé, en la escultura, detrás del carro, a ese par de chamacos de corta edad Nalgoncitos, encueraditos (bocatos di cardinale, y de cura, y de fraile), arrastrando cestas de frutas que haga de cuenta los chamacos nuestros. Así los verá todo el día zanqueando los carromatos. Sólo que en lugar de mieses, chicles; en lugar de frutos, clinis, como les llama mi tía; de racimos, sólo los que Madre Natura les colocó en su nidal. Y claro, en lugar de tan rotundo nalgatorio (aguayones de niñez bien cebada), unas limas exprimidas; nalgatorito de mestizo, de tercermundista deudor del agio internacional. Estamos en México, no se le olvide.

¿Cuándo me iba a imaginar que alguno, algún día sería impuesto en Los Pinos, y que ese iba a elevarnos la deuda hasta cifras que…? (Sigo mañana)

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