Qué joven fui una vez, mis valedores. Y qué feliz, cuando menos el tanto de días, de horas. Esto que voy a contarles me sucedió hace ya alrededor de diez años, por los días de una semana santa como esta santa semana que acaba de terminar. Yo, ya por aquel entonces abrumado por el áspero oficio del diario vivir y de la diaria rutina de sacar la cotidiana pitanza, de esta manera reflexionaba, onanismo mental:
Salir huyendo de este hormiguero descomunal o seguir aguantándolo: he ahí el dilema ¿Porque quién de ustedes no amaneció un día de estos con la certeza de que ya no da para más? La secreta ilusión de otras tierras (el trópico, la sierra, el mar), ¿no los tentó a deshoras? Tal vez al filo del aire contaminado, del embotellamiento de tránsito o del amago de asalto callejero, cruz, cruz. Ah de problemas y dificultades que se han convertido en el santo y seña, la clave de identidad de esta metrópoli descomunal. Y qué hacer, dije por aquel entonces y lo sigo diciendo diez años después.
En aquella ocasión, y de ello hace ya casi una década, estuve a punto de desarraigarme de una ciudad que tantos humanos hemos terminado por deshumanizar, cruel paradoja, y arrojarme rumbo a algún rumbo incierto. ¿Pero a cuál, si violencia y dificultades ya uniformaron el territorio nacional? ¿A dónde, si dondequiera tendría que seguir laborando, por mantener la mala costumbre de comer diario, de preferencia tres veces al día?
Mal andaba mi organismo por aquel entonces; que si las mucosas todas mocosas, que si la diarrea de los lagrimales, que si las lágrimas de la diarrea, y que los alvéolos enrojecidos, e inflamados los ganglios de arriba mientras se me desinflamaban los abajeños, y que si la hinchazón, la irritación, el plomo en la sangre, y que la amenaza del plomo, y que si… en fin.
Mi única, esa amantísima que es sabiduría y comprensión, al aprontarme la infusión de tila y cuasia: «¿Y si buscaras tu salud en los aires de por allá, mi amor?» Gracias te sean dadas, señora del buen consejo. ¿Vacaciones, entonces? De acuerdo, pues, vacaciones. ¿La montaña o el mar?
Ganó el mar. De calle. Y fue así, mis valedores: muy de mañana, me acuerdo, tomamos el autobús, y en la medianía de la noche fuimos aventados por el Flecha Amarilla (¿Fiebre Amarilla?) en un socavón oscuro,.y recalamos en el fondo de aquel cuarto de posada oloroso a yerba macerada, y a tientas sesteamos el largo de algunas horas. De repente, a los primeros fulgores del amanecer, válgame…
Suele decirse: el edén; pero créanme, yo amanecí en los jardines del paraíso tropical. De dintel afuera, semejante borrasca de verdes, y esos fulgores de sol que me volvieron el alma al cuerpo (y lo más importante: el cuerpo al alma), y semejantes aromas de yodo, mantillo, sal, fecundidad; de tierra que es hembra virgen que, virgen, se vive pariendo vida y luz cada día de su vida, siempreviva Me abrí paso entre frondas y escoleta de pájaros y pajarracos de toda pinta y entonces…
¡El testarazo del mar! De ese anchuroso prodigio siempre nuevo y siempre repetido, y esto desde el hontanar de los tiempos; de esa eternidad indecisa entre el verde (verde mar, claro, aclaro), el pardo, el pizarra el azul estallante de sol; de ese mar que se vive a bandazos entre el oleaje en desmayo y los espumarajos que chicotean a cuartazos la viva piedra del cantil. (¿No los estaré aburriendo? ¿Hablarles del IFE, acaso? ¿De sus amenos «spots»?)
Deslumbradas, mis pupilas aprehendían (aprendían) el prodigio del mar; su embrujo, misterio, alucinación. Algo quise decir, callar algo, abrir a todo lo que dan los ojos de las niñas de mis ojos, remachar los párpados, ensimismarme, loar a Dios. Mi amantísima «¿Cómo te sientes, amor?»
– ¿Pues cómo, mi niña? Como se siente el humano a nivel del mar (en el nivel del mar, de la tierra del origen, de lo elemental…)
Y aquello fue revolverse en y con las olas, y alagartarse en y con las arenas, y trepar los acantilados, y contemplar el mundo de la luz como si yo, Adán de pacotilla lo viera todo por primera vez. Y vengan luego esos jugos dulcísimos de la fruta en sazón, y esas pomas, esas pulpas, ese trópico, esa vida que nos otorga la vida del mar, vida que corre en mi sangre, agua de sal. Ahí hablé y dije a mi amantísima
– Esto es revivir; esto es resucitar de entre los muertos (de la ciudad). Lástima no poder quedarnos aquí para siempre, por siempre jamás.
Luego de meditarlo, mi única «¿Y por qué no, amor?» (El por qué no, mañana)