El mexicano, su fe y sus prácticas religiosas. Hablando del tema, mis valedores, lo aseguraba en entonces vocero de la Comisión Doctrinal de la Conferencia del Episcopado Mexicano:– El 80 por ciento de la población católica mexicana no es practicante. Sólo 20 por ciento está apegada a la Iglesia Católica (Hoy esa cifra de practicantes ha descendido a un 13 por ciento).
La Arquidiócesis de México: «Muchos mexicanos llevan la religión católica a nivel muy superficial. No conocen la Biblia, no conocen los dogmas, no conocen los sacramentos de la Iglesia. Ellos ven alguna corrupción del sacerdote o sienten la soledad y se apresuran a transitar por otros grupos, como evangélicos o pentecostales».
«Otros grupos». Los evangélicos, por ejemplo, a quienes se refería un García de la Fuente, ecologista: «Esos llegaron con mucha fuerza a diversas regiones de Oaxaca. Les dicen a sus agremiados que ellos son superiores, que deben ver por su prosperidad económica antes que cumplir con el diezmo para «fiestas paganas». Hacen reuniones con magnavoz, se ponen a cantar y todo eso, y cuando ya están todos extáticos, entonces viene ¡la palabra del Señor! Así hacen propaganda y venden no una religión, sino una manera de vivir a la gringa». (¿?)
Los evangélicos se defienden: «Nosotros no aspiramos a grandes congregaciones, sino a desarrollar el concepto de comunidad, y esto parte de la Reforma Luterana, donde la Iglesia debe estar con su pueblo.
¿Prohibir ese proselitismo? No, que eso llevaría a! régimen autoritaria «Si le das prioridad ai derecho de la comunidad permites que ésta viole los derechos del individuo, y así creas dolor, sufrimiento y muerte. No hay nada peor que prohibir a la persona vivir su fe como mejor le parezca y considerarla un adulto maduro para elegir lo que prefiera en materia de religión».
Aquí, a decir de la historia los testimonios contrapunteados de dos extranjeros que en el XIX vivieron en este país: la marquesa Calderón de la Barca y una tal Paula Kolonitz, que nos llegó con Maximiliano y que ácida, acusa «En ningún lugar vi tan poca piedad como en México. Tanto el noble como el plebeyo sufren la gran influencia del clero y tanto uno como el otro besan humildemente la mano del prelado y observan las prácticas externas con sumo cuidado; pero nada es menos devoto que el ejercicio del oficio divino
La marquesa reivindica el fervor del católico mexicano:
«He comparado mentalmente el aspecto de alguna capilla de Londres con el de una iglesia mexicana en día de fiesta, y la comparación resulta favorable a la mexicana Aquella, luminosa ventilada alegre, con sus reclinatorios forrados de terciopelo, su predicador a la moda, las señoras un tanto soñolientas por haber pasado la noche en la ópera. En las iglesias de México el piso está cubierto de personas arrodilladas, todas igualmente devotas. Esto, al menos, en apariencia…
Capillas e iglesias. La versión de la marquesa «Considerándose iguales en presencia de Dios, el campesino y la marquesa se arrodillan juntos, y sus trajes poco se diferencian el uno del otro; diríase que están ocupados con la propia devoción y que no les da en qué pensar el traje ni la religiosidad de sus vecinos (…) A juzgar por las apariencias exteriores, las probabilidades de una sincera devoción están a favor de las iglesias mexicanas».
Por cuanto a la Kolonitz, en cita de J. Meyer:
«Casi como un rebaño que reposa sobre el prado, en México el pueblo se amontona en tomo al altar sobre el sucísimo pavimento. Las señoras distinguidas, con sus riquísimos vestidos de seda y sus mantillas, están allí amontonadas junto a los sucios léperos, y aquí y allá se ven perros (…) los vestidos de las damas, ladrando ya veces peleando…
– Nada, sigue la Kolonitz nada hay menos devoto que este espectáculo, pero cuando en la iglesia suena la campanilla todos inclinan la cabeza y con una indecible prontitud se hacen miles y miles de cruces llevándose las manos a la frente, a la boca y al pecho. Un sacerdote francés me contaba que un día cuando vio por primera vez desde el altar todo aquel agitarse y contorsionarse, se esforzó para no prorrumpir en carcajadas…
Eso, en el XIX. Hoy, mis valedores, la playa, la arena y el bar. ¿Es esa, y no más, la Semana Santa del católico mexicano? (Dios.)