Nacimiento y panteón

Media tarde, ya al pardear. Yo, que no acostumbro visitar el centro de la ciudad, recorrí ayer, pian pianito, una calle del Centro Histórico, donde me citó aquel amigo que me había recibido en su casa tepiteña hace ya tantos años, cuando llegué a esta ciudad. Ahora, al encuentro y después del abrazo, lógico: «me casé», y me invitó a conocer a la esposa y los hijos. Y allá vamos. A la siguiente cuadra habremos de tomar el metro, supuse mientras disfrutaba del paseo. Y qué paseo, mis valedores, qué deleite estético me transmitía la serenidad del ambiente, la paz del caserío, la armonía de la arquitectura. Pero no sólo yo: «¡Mira ese edificio, y aquel enrejado, y aquellos..!»

De asombro en asombro, el amigo se bebía con las pupilas casas, puertas y fachadas. Yo, con él, admiré los hierros de esa ventana, la madera de este portón, y por allá celosías y por acá las notas de algún piano recóndito. «En esa esquina, increíble, una clínica de maternidad. ¿La ves?»

La vi. Casi en el arranque de la calle que va de sur a norte, la caseta a donde a todas horas llegan chamacos al DF, los inocentes. ¿Algún día perdonarán a unos padres desaprensivos que los trajeron a este mundo, el del Distrito Federal? Nítida ahora, la melodía antañona del piano.

En el portón, fosforescente color, la cartulina: «Clases de piano, guitarra, acordeón». Mi amigo: «De haberlo sabido; con las ganas que tenía de aprender guitarra. Esta semana inscribo a Lily para sus ejercicios de piano. Qué descubrimiento…»

Como descubrimiento fue contemplar el frontispicio de la capilla, barroco tardío, con diversas estatuas de cantera en animado palique con las palomas colipavos y alguna que otra buchona. Mi amigo se persignó al pasar. Codo con codo, cantera con cantera: «Mírala, en esta escuela cursé la primaria, qué tiempos. En seis meses aprobaba materias, me acuerdo».

– Vaya que de niño eras inteligente.

– ¿Sí? Los cursos estaban planeados para tres meses. ¿Nos asomamos?

Nos asomamos. En el patio una alumna cruzó frente a nosotros. Recordé a la niña que fue el primer amor del poeta, «Sus manos, que exhalaban el perfume de un lápiz acabado de tajar». Suspiré. Y total, que la de ayer, a lo largo de unas cuadras, fue tarde de hallazgos. Una galería de arte: Entramos, y lo consabido: el paisaje marino, el bodegón, la naturaleza muerta y la viva estampa de la sota moza tendida, provocativa en su desnudez. El conserje: «Arriba se dan clases de baile y aerobics (me observó). Usted debe haber sido un buenazo para la conga, ¿no? (y nos deslizó una tarjetita) «Baile horizontal en mi barrio». Me quitó la tarjeta. «Para qué la desperdiciamos, ¿no cree?»
Uno, abierto el portón: «Soy anticuario. Ustedes parecen conocedores. En esta biblioteca, la vera historia de Anáhuac. Algunos códices».
Todo un deleite para el espíritu, como para el músculo el gimnasio adjunto. «De haberlo sabido me hubiese ahorrado estas lonjas, mira». Yo pensaba: ¿hasta dónde la estación del metro? ¿O es metrobús, combi pesera?

De repente mi amigo se detuvo ante aquella casuca que había visto pasar sus mejores lustros y que unos artesanos, marro y cincel, remozaban. «Taller de lectura, dominó y ajedrez», en la reja Silencio. Luego, a punto del lagrimón: «La casa donde nací. Aquí escondió mi padre a mi mamacita cuando se la robó, y un robo con ganancia, mírame Trajera a mi viejita, pero se me iba a entristecer». Lo miré, me miré en el aparador de artículos de cristal. Pensé: «Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos…»

El final de la calle, que remata en el parquecito donde deambulan, hermanados, palomas y jubilados, y jefes de familia a los que el presidente del empleo aventó al desempleo. «Parques solitarios en que se pasean las desgracias con la cabeza baja y los sueños se sientan a descansar».
Al arrimo de pinoles y eucaliptos, una modesta funeraria para difuntos modestos, los que murieron en olor de pobreza como hemos de morir todos, si exceptuamos a los ricos. «¿Ves? Esta calle es la síntesis de lo humano, y todo lo humano cabe en unas cuadras. En un extremo la clínica de maternidad y en el otro la funeraria Bueno, ya llegamos a casa vas a conocer a mi familia».

– ¿Que qué? ¿No es a Tepito a donde me llevas? ¿En esta calle naciste, aquí vives, y no la reconociste?

– Y cómo, si estaba privatizada si yo dejé de utilizarla hace mucho y llegaba a casa por otro rumbo. De nuestra calle, bella pero intransitable, ignoraba que ya Ebrard nos la limpió de ambulantes. Mi calle, mía otra vez…

Nomás me quedé pensando. Ebrard. ¿O AMLO?(¿Quién?)

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