Señor Oscar Arias, presidente de la república hermana de Costa Rica:
Joven fui yo también, y atolondrado; un inmaduro que, salvo ese estado de gracia que es el amar a una Berta que por aquel entonces era mi única, ninguna acción realizaba al imperativo de la trascendencia Y es que por aquel entonces aún no conocía el valor de mi tiempo de vida, y lo malgastaba a lo miserable; un poquillo de tabaco, otro poco de licor, y que la desvelada, y la criarla insulsa con otros de mi carnada tan vacíos de vida interior como yo mismo. Y no más. Mucho tiempo después cortaría de cuajo con la botella (mínima afición), con el cigarrito (vicio perruno) y con la existencia del mediocre No más.
Pero lo más reprobable, señor presidente de Costa Rica:
Yo tenía un vicio secreto de esos que el cínico vuelve público, y lo exhibe y hasta alardea de él. Vergüenza me da confesarlo, pero las circunstancias me obligan a revelarle la clase de adicción que empobrecía mi existencia y solicitarle que no me juzgue con demasiado rigor. Yo, señor presidente, era un aficionado del futbol. Aficionado, sí, pero lástima no a jugarlo en algún equipo llanero, práctica placentera que nos
libera endorfinas tanto como elimina toxinas, no. Yo era uno de esos aficionados pasivos y dependientes que delegan en alquilones del futbol, y sus triunfos hacía míos, y sus derrotas las lloraba como propias. Todo un mediocre, señor presidente…
En mi vicio, por suerte, no llegué a ser un fanático de la catadura de esa Perra Brava que cimbra a gritos la «bombonera» de Toluca (usted ha de dispensar la originalidad del mote importado de origen, «bombonera») mientras se intoxica con cerveza y otras drogas hasta terminar echando fuera chamarra y camisa y ándele, a enseñar a lo impúdico unas lonjas y unos vientres fofos por sedentarios ¡a los 35,40 años de su edad! Mi fanatismo no llegaba a tal grado de ridiculez, pero no voy a descargarme de culpa fui aficionado pasivo y enajenado al clásico pasecito a la red, qué vergüenza
Vaya Logré confesarle mi antiguo vicio; ya me siento mejor. Pero tengo un paliativo que saca la cara por mí: yo era joven, sin mística, ideales y un definido proyecto de vida Por otra parte yo no cargaba en mis lomos la responsabilidad de toda una nación, -ante quien exhibirme de mal ejemplo. ¿Pero usted, señor Oscar Arias? ¿Usted, todo un presidente de Costa Rica, malgastando su tiempo de vida y de gobernante para mostrarse como uno más de la Perra Brava en una clara invitación a la enajenación colectiva? ¿Usted, delegando e invitando a delegar en las ancas de once alquilones del futbol, y alegrándose de sus triunfos, enorgulleciéndose de sus logros y doliéndose de sus derrotas? ¿Usted también, uno más de la Perra Brava, diciendo «ganamos», «nos derrotaron», «logramos anotar el gol», mientras permanece aplastado a dos nalgas en algún palco del estadio futbolero? ¿Delegando usted?
¿Qué ejemplo es ese para sus gobernados, señor presidente? (Asumir siempre, delegar nunca, dígale a sus compatriotas, es la única vía para el cambio, que será obra de todos, aun en contra del gobierno.) O qué, ¿no es un estadista? ¿No tiene una muy alta responsabilidad ante sus gobernados? ¿Allá en Costa Rica no existen problemas de su incumbencia que deba solucionar..?
Por otra parte, ¿cómo llegó usted a la presidencia, si se puede saber? ¿Es un presidente legítimo o un impostor? Buen síntoma si se atreve a asistir a los estadios sin que lo aturdan la rechifla y los gritos vituperosos de los asistentes. Loable si en los estadios no es necesario desplegar miles de sardos que lo resguarden de la iracundia popular. Ya que un presidente legítimo no necesita de semejante blindaje, ¿lo necesita usted? ¿De necesitarlo no le daría pena y bochorno el no poder dar un paso fuera del recinto presidencial si no es arropado en la protección de un escandaloso aparato de seguridad? A mí me daría vergüenza gobernar con el odio, la burla y el desprecio de los gobernados, y no me atrevería a caer en la frivolidad de mostrarme como aficionado al futbol y a la temeridad de presentarme ante quienes así me detestan. Pero claro, yo no soy presidente de ningún país. Quizá es por eso que no lo soy. En fin.
Usted, todo un señor presidente, asistió al estadio, y tal vez hizo suya la derrota ajena ¿Si se quitase el vicio onanista de gozar y sufrir con hazañas ajenas? ¿Si al menos no exhibiese su vicio en público? Señor presidente:
Del que fue el equipo «de mis amores», en el que militaba el «verdugo de Costa Rica» (cursilería de los merolicronistas), le hablaré mañana (Vale.)