(Porque el temor, si no da vida, mata)
Existió, mis valedores, un hombrecillo que vivía, solo y su alma, en la medianía de una plantación que invadió un par de años antes y que trataba de cultivar, aunque conocía su propia torpeza y que todo lo que sus manos tocaban se fruncía y malograba Las pocas vainas y espigas que se lograsen terminarían de botín de animales dañeros que él, temple de jericalla, no se atrevería a enfrentar. Tal situación lo mantenía en la almendra de la angustia y la soledad. Algo bebía para mitigar la tensión. Algo.
Al amanecer cada día el granjero de pega, por los suelos la propia autoestima, dejaba el jergón y salía a examinar el cielo, no fuese ocurrir que un sol demasiado ardoroso sorbiera la humedad del terreno y resecara la plantación. Después se daba a deambular por almacigos, arbustos y árboles frutales, y examinaba el estado en que amanecieron la fruta, el racimo, la vaina la espiga, la flor. Y aquello era allegar tierra a la mata y abono a la tierra y agua al abono y cauces al agua para que regase la tierra Así días, meses, dos años. Pues sí, pero lástima, porque de todos los males del sembradío la culpa era del hombrecillo; de su torpeza y mediocridad. Lástima
En fin, que para espantar cuervos y gavilancillos predadores de la mazorca dio en clavetear el sembradío con espantajos a cual más de esperpénticos; ventrudos algunos y flacos los más, este disfrazado economista, de político el otro, y uno de sardo y otro de policía que metiesen espanto en las negras alas que tachonaban un cielo estallante de luz. Luego tomaba la honda y a apedrear el cielo. Solo él…(Porque la soledad, si no templa, aniquila)
El solitario oteaba los horizontes del lado norte, donde cerros y peñascales se plagan de nuberíos ovachones. Que no llueva más; que el exceso de lluvia no venga a pudrir las raíces; que el granizo no desgarre los retoños…
Y fue funesto aquel día, y el invasor de la granja la angustia entre las costillas, lo comprobó: bajo sus cuidados la plantación se arruinaba irremisiblemente. Frutillas en agraz se desprendían de la rama y caían al suelo, se encanijaban los racimos y las vainas enroscábanse y se desfloraban, y escupían la semilla Y así el tubérculo, y así la espiga, y así la flor. El solitario, tan incompetente como impotente para manejar el desastre, como alucinado recorría la plantación, y aquí intentaba resembrar, y allá enriquecer con abono el terreno, y por dondequiera desparramar chorros de agua que de tuviesen la catástrofe Pero nomás la regaba, lástima Y fue entonces…
Al solitario le dio por hablar solo y solo contestarse. Soliloquiando palpaba cada frutilla olisqueábala le buscaba la plaga que la hubiese atacado. Soliloquiando: «¿Será una plaga de insectos? ¿Llegaría con el viento? ¿Qué animalejo predador pudo atacar los racimos mientras yo dormía? ¿Por qué a mi vista todo lo verde se torna gris? ¿Por qué se marchita todo lo que toca mi mano? ¿Por qué? Y esta angustia, esta soledad y la autoestima por los suelos porque en cada planta, en cada espiga, en cada vaina percibo el desprecio y el aborrecimiento por mi torpeza como granjero impostor».
(Malo cuando el solitario cae en el embeleso del soliloquio. Muy malo.)
Y ocurrió que soledad y vergüenza por la torpeza y el origen espurio terminaron por hacer mella en el infeliz. Cierto día, ronco de hablar su monólogo, detúvose a la mitad de la finca en silencio contemplo aquel desastre de hojas, frutas, espigas, racimos, vainas y flor. Mudo observó el desastre, y de repente sonrió con una enajenada sonrisa, y entonces…
Sereno por vez primera (el grado más alto de la angustia arroja una angustiada serenidad), el espurio recorrió los sitios donde había alzado los espantajos. Uno a uno los recogió, uno por uno los trasladó hasta la medianía de la finca, y sonriendo a los rostros de paja les decía «Ni despreciado ni solitario porque los tengo a ustedes». Pero no, que de súbito, tornadizo de humor e inestable en sus emociones, dio en uno de sus frecuentes accesos de furia cimbró a sacudidas a los espantajos, y vocecilla de caricato:
– ¡Por amistad los habilité de espantajos, pero ustedes a cuervo ninguno, ni tordo, ni a una mísera urraca han podido espantar! Una vez más, señores espantapájaros, ¡a discutir nuevas estrategias de combate contra los dañeros!
Y los sacudía les arrancaba trapos y paja, los iba dejando en los puros varejones. Él, en tanto, espectáculo bochornoso, se iba metamorfoseando en…
Es que el hombre, cuando… (En fin.)