Que en los neblinosos terrenos de la leyenda, dije a ustedes ayer, existió un bosquecilio poblado por toda suerte de animalejos a los que el león gobernaba como rey absoluto. Y ocurrió que en el reino se abatió una crisis feroz, que traía a los de pluma, uña y garra en el hambre, la indigencia, la necesidad. El soberano recurrió a los brujos del reino, los cuales, después de consultar el arcano, dijéronle que la crisis se debía a la cólera de los dioses, provocada por delitos que cometieron los habitantes del bosque Convocada la población a confesar públicamente sus culpas, y que el delincuente mayor recibiese la muerte, el propio rey declaró delitos y crímenes, que fueron disculpadas por el juez, un zorro de apellido Azuela. Enseguida:
– Que ruja el tigre, ordenó el juez.
El tigre rugió: – Yo me dedico a especular con la economía del bosque. Desde las instituciones bancarias extorsiono a los clientes morosos y me echo sobre sus pertenencias hasta dejarlos en la indigencia. Yo, dueño de las fuentes de producción, disminuyendo los sueldos y aumentando los precios de las subsistencias, empobrezco más cada día a los trabajadores y sus familias. Y aun me llaman benefactor porque abro fuentes de trabajo; los muy ignorantes. Fiera la más depredadora del bosque, mi delito mayor es haber aplicado todo mi poder económico para imponer en el bosque de los pinos a un leoncillo mediocre, blandengue, al que le vengo cobrando facturas. Carísimas, y páguenlo todo los residentes del bosque. Yo, gringo de segunda…
Ahí lo interrumpe Azuela, el muy zorro:
– Con extrema severidad te juzgas, hijo preclaro de Forbes, y eso habla bien de tu sentido crítico, tu honradez y tu patriotismo, tu ética Quien como tú derrocha sus energías forjando en el bosque prosperidad y grandeza precisa de más vitaminas económicas y más proteínas financieras que cualquiera de los obreros. A desechar escrúpulos, y que hable la pantera negra.
Untuosa, silenciosa, luego de santiguarse y besar el crucifijo que le penduleaba sobre un vientre abultado, el latinajo por delante: «Mea culpa».
El buho, a media voz: «mea culpa, suda culpa, ventosea culpa y defeca culpa, y a quien lo dude lo remito a la historia del bosque y a la realidad objetiva». Oyéndolo, una blanca paloma del Verbo Encarnado se la persignó. La negra fiera- «Por la magnitud de la crisis que azota a los pobres del bosque sabemos que el estallido de las víctimas es un peligro latente, inminente Aquí es donde yo, humildemente, intervengo; como parte que soy del poder, desempeño a toda mi capacidad la evangélica labor de mantener los animalitos de mi rebaño mansos, pasivos y dependientes. Resignación y obediencia, obediencia y resignación La obediencia la hice virtud y a la resignación señalé un premio eterno. Y la paz. Ese es mi pecado».
– Pecata minuta su paternidad. Laus Deo,Ad mayorem Dei gloria. Dadme vuestra bendición, y que hable el chacal».
Habló. Tintas en sangre sus fauces, sonrientes ante la impunidad que el león, el tigre, la negra pantera y el zorro le dispensaban, ahí alzan su voz el Montiel de la honorable familia, Fox, la hiena de sus amores y los puerco-espines hijos de toda su reverenda hiena Azuela los exculpó y dio turno al jaguar, la serpiente, el cocodrilo. Ya caía la noche cuando, de súbito, ¿y eso? El asno aquel rebuznó, burro viejo, trasijado de avitaminosis:
– Soy un delincuente, Su Majestad, lo confieso. Sucedió que iba yo por el bosque un día de estos, pujando bajo la carga y mareado de una hambre a la altura del salario mínimo que vos me habéis designado, cuando en eso me topo con las verdes espigas de un sembradío. Famélico como andaba Su Majestad, perdí el control de mis actos, olvide todo sentido de la honradez, de la moralidad, y…acúsome, juez: pegué feroz mordisco a las tiernas espigas…
Silencio, estupor. Azuela: «¿Que qué? ¿Qué estoy oyendo? ¿Oí bien? ¡Ese, Su Majestad, es el réprobo! ¡Ahí tenéis al criminal! ¡Contemplad esa cara de cínico! ¡Pena de muerte al pollino, que ha provocado la cólera de los dioses y sumido nuestro bosque en la crisis! ¡Y lo reconoce, el muy cínico!
El burro agachó las orejas. «Lo reconozco, una malsana ambición me llevó a pedir un 17.2 de aumento a mi sueldo de electricista La tarascada a las verdes espigas fue de sólo un 4.9 por ciento, pero el daño a tu economía, oh rey, ya está hecho….»
¡Al depredador pena de muerte! Por avitaminosis. ¡Cúmplase!
Es la ley de la selva, es el bosque, es México. (Mi país.)
Maestro Mojarro.
Antes que nada, buen día.
Esta fabulilla la escuché por primera vez hace ya algunos ayeres, en años mozos…. y me parece triste, MUY TRISTE, que, a pesar de los tantos años que tiene, siga siendo vigente en nuestros días, muestra inequívoca de que los mexicanos seguimos igual…. y seguimos sin hacer nada….. y seguimos esperando la llegada del que, con artes mágicas, cambie el rumbo del país. Muchas de las fabulillas que tiene en éste «blog» son recientes, pero… hay algunas que tienen muchos años (algunas, como la de la ley de la selva, mas de 20 años) y siguen siendo vigentes…. triste.
Oigo su programa cada vez que puedo, en vivo, pero generalmente lo bajo para escucharlo en el coche. Lo triste del asunto es que, a pesar de que cada vez mas gente lo escucha, sigo escuchando la misma cosa: gente que deja su «comentario» que en vez de ser eso, un comentario, es una especie de queja, como si usted fuera a resolverles sus problemas, siendo que no es usted, sino ellos, quienes deben de asumir, en vez de EEEEEEXIGIR.
Un saludo maestro
Atentamente:
Luis Alberto Leal