Yo, pecador..

Existió, mis valedores, en luegos ayeres y tierras lejas, un bosquecillo poblado por toda suerte de animales de pluma, uña y garra, a los que el león gobernaba como rey absoluto. Lógico, ¿no?
Y sucedió que tiempos calamitosos asolaron el reino, y que los animales conocieron el hambre, la miseria, la necesidad. Asustado por una crisis que lo traía todavía más bandejo que de costumbre, el rey convocó a todos sus asesores, pero lástima: ellos no estaban ahí por su capacidad sino por amistad con el soberano, y entonces ocurrió lo que tenía que ocurrir: que los asesores exhibieron su inutilidad y mostraron que el problema los rebasaba Allá afuera, mientras tanto, los animales del bosque languidecían de necesidad.

Y fue entonces. Ya cuando los tales nomás no pudieron, como mediocre que era, el reyecito acudió al pensamiento mágico; convocó a brujos y adivinos del reino, los cuales interpretaron las señales del tiempo, ejecutaron sus ritos mágicos, entraron a la «internet» (dicho en pocho) y comunicaron su diagnóstico al soberano:

– La crisis actual se debe a la cólera de los dioses, encabritados por la infinita corrupción que corroe vuestro reino, y que origina una aberrante nota roja de cabezas sin torso y torsos descabezados. Que toda la culpa es de vuestra ineptitud. Han hablado los dioses.

Majestuosos, hieráticos, en silencio se retiraron…

Ah, cabresto; ante la cólera de las divinidades qué hacer. Ahí habla el elefante, barrigón consejero mayor: «Manda, oh rey, que acudan ante tu presencia los habitantes del bosque, y todos y cada uno confiesen en público sus delitos. El mayor delincuente, a juicio del supremo juez, sea sacrificado en la plaza pública, y así se aplaque la ira de los dioses».

Y así fue. Vocesita blandengue, el reyecito convoca a sus subditos:

– ¡Reunión urgente en la explanada del bosque de pinos…!

Ya rugisteis. En la susodicha explanada con el zorro Azuela en (muy baja) calidad de juez, se inició la confesión pública de los vicios privados, o casi. El propio rey fue el primero en acusar sus delitos y crímenes:

– Amigas, amigos, acusóme de que soy un impostor, y de que siéndolo no he tenido el valor para renunciar al trono y largarme a algún bosque donde no me conozcan y nada me echen en cara Me acuso que si llegué hasta aquí donde estoy fue gracias a las malas artes que contra mi adversario político aplicó aquí el tigre, que estoy sospechando se aprovechó de mi falta de carácter para agarrarme de pantalla y medrar a lo desaforado con sus negocios ilícitos, la especulación financiera, el lavado de dinero y algunos otros enjuagues, todos dignos de la ira de los dioses. Me acuso de reaccionario, clerical, hijo espiritual de las beatas del Verbo Encarnado y de que no me importó llegar a este bosque de pinos a la buena de Dios, sin experiencia ninguna en el arte de gobernar. Yo, inexperto, he sido el causante de la crisis política, económica y financiera que cimbra el reino.

– Calma, mi rey -en un susurro, el juez, sentado a su diestra, rostro desbastado a golpes de azuela-. No vaya a lastimarse tu soberana conciencia

Ya encarrerado, el rey: ‘Yo, entreguista, que privilegié los intereses de La Casa Blanca y las transnacionales, he abandonado los de las criaturas del reino. Todo lo que me falta talento me sobra rnediocridad, razón de mis estrategias equivocadas, que han llevado al bosque a la ruina Ya en el trono seguí la línea política de anteriores fieras: oprimir al de por sí oprimido, y al jodido joderlo más. Mi gobierno, por mimar a los tigres de aquí y del norte tanto como a los buitres del agio internacional, desmantela por estos días todo lo que apeste a sindicato (¿no, zorrillo Lozano Alarcón?). Soberano del empleo, un soberano empleo no he sido capaz de crear, y al contrario: a multitud de trabajadores he arrojado a rumiar su rencor y planear el desquite mientras en el comercio informal sobreviven con todo y familia Yo, el rey, he sido el culpable de un desmadre nacional que…

Ahí, enérgico, se alza el zorro Azuela, a la diestra del león:

– Calma, mi rey, sosiégate. Esos que así exageras no constituyen delito alguno, pregúntale a Maquiavelo). Tan valiente relación de acciones reales constituye la esencia de nuestro sistema político, social y económico. ¿O qué? ¿Querías dejar tu reino en las garras de algún demagogo populista, hijo putativo del putativo león de melena negra Hugo Chávez? Tranquilizad vuestra soberana conciencia, y que ruja el tigre (Sus rugidos, mañana)

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