Yo tengo miedo

Es un temor de algo, de cualquier cosa, de todo – Se amanece con miedo – El miedo anda bajo la piel, recorre el cuerpo como una culebra…

Lejos andaba mi ánimo de tan sombrío Sabines cuando, de súbito:

– Estoy enfermo, señor. Muy enfermo.

¿Enfermo? ¿Qué significa estar enfermo? Yo, rumbo a casa después de tan exultante jornada sentimental (verte, mirarte, admirarte, mujer), percibía la vida fluyendo dentro de mí y en todo aquel mundo que me salía al pasa parques y jardines, viandantes que vienen y van, torres y campanarios. La vida en hervor. Yo, el ánimo dispuesto a abrazar y abrasar el universo, me extrañé: ¿enfermo? ¿Quién puede estar enfermo en esta tarde dominguera?

– Muy enfermo, señor.

Hombre de mediana edad, aspecto enfermizo y ropa descuidada Acuclillado en la acera, los lomos en la pared, la cabeza humillada en unos brazos cruzados sobre las rodillas, el desconocido era la viva, mortecina estampa del ente solitario al que el domingo en la tarde, día y hora de los suicidas, se le recrudecen los achaques de la humana soledad. Me incliné sobre el hombre de rostro anguloso: «¿Enfermo? ¿De qué, si se puede saber?»

– De miedo -me contestó.

Todo en él era la imagen del miedo, un miedo, tartajeó (y aquel aliento a cadaverina), que lo asfixia en el barrio, donde en cada vecino cree adivinar un asaltante; miedo que respira en el aire, en el metro, en la calle, en el cuarto de azotea donde se encerraba todo su mundo.

– Un miedo que en la oscuridad de la noche me acalambra con cada ruido nocturno. Vivo con el miedo, convivo con él; van y vienen conmigo mi sombra y el miedo. La zozobra comienza al amanecer, se prolonga durante las horas de labor y en la noche se mete conmigo a la cama y me acalambra con mil pesadillas. Y cómo no tener miedo, si en el teléfono estoy acosado por la voz de los criminales, a los que les adivino el ritmo de su respiración. El miedo me impide vivir, qué hago.

La humana compasión. Le tendí la mano para que se levantase y me lo llevé directamente a mi depto., donde le ofrecería una infusión de cuasia, tila, cuachalalá y gordolobo. Después, a ver qué clase de auxilio. Pues sí, pero en llegando a la puerta del 17 me di cuenta de que había olvidado la llave en la mesa del comedor. ‘Yo sé cómo remediar la situación Usted aquí aguante mientras yo subo a la azotea».
Y sí, ya en la azotea abrí la puerta de servicio, trepé a la ventila y me deslicé hasta el baño de mi depto. Ya me dirigía al comedor cuando válgame, que escucho voces en la azotea y vuelvo la vista y distingo los zapatos del desconocido junto a otro aún más desconocido, del que sólo alcanzaba a mirar los botines y un trozo de las perneras del pantalón. Y aquello que hablaban, y las medias palabras con que en susurro se hacían entender:

– Soy el macizo de la morrita que trabaja en este edificio, o sea

Y que periódicamente venía a ver qué le había conseguido esta vez: «que la pulsera, que el anillito, que alguna fregaderita de oro. Pero tú, hermano, esta vez la ca-aste. Mira con qué prángana te fuistes a enganchar».

– Como me acaban de soltar de la peni todavía ando destanteadón. Vi al gil éste, lo medí y calculé que ya entrando a su casa le podría sacar algún…

Y que picastes chueco, y que de ese bato nada va a sacar, que no sea una purgación estomacal porque ese sólo te apronta un té que sabe a madres, y que «ese es un prángana, la jeteastes». El dialogo fue asfixiado por los gritos de parturienta que a lo largo de Insurgentes iban arrojando las sirenas de motos, ambulancias y patrullas policíacas de Calderón. Mis valedores…

Estoy sentado en cuclillas, los lomos en la pared y el mentón en los brazos cruzados sobre las rodillas. He descolgado el teléfono, arrancado los cables del timbre y cerrado la puerta con doble llave. Estoy enfermo de miedo; miedo a todo y a todos; a los peligros virtuales o reales que me habrán de atacar en la calle, en el metro, en el microbús. Tengo la boca amarga de bilis. Mi país, ah, mi país, cómo me lo han dejado los Calderón y Cía Esos, que a punta de fármacos deben soportar el miedo que les provocan desprecios, exasperación y odios populares, ¿si me convidaran de su Prozac? En fin.

Hermano asesinado, padre muerto, -mujer sellada, casa vacía, mujer tuya violada, ciudad de escombros – peste del alma -boca maldita, amarga…

De repente el toquido en la puerta de entrada (Dios.)

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