Estrepitosa fue la presentación de los nuevos vecinos, que apenas instalados en el depto. 5 de Cádiz, a 5 milímetros estuvieron de provocar un incidente que a tres personas nos hubiese llevado a aparecer en la primera página de Alarma Alerta o La Prensa ya de perdida: a mí, a la sota moza y a un marido ofendido; en su honor, por supuesto, que es en donde se ofende a algunos maridos. Ahí, en pleno pasillo de Cádiz, la mujer, desmadejada; yo, en el pánico; el hombrón, arrojándome encima señoras madres, y lo peor: aquel aliento a hígado en pudrición. La crónica:
Mediodía de ayer. Muy del brazo llegábamos ella y yo al edificio de Cádiz cuando de repente ahí, a porta gayola, un marido furibundo me arrebató de un jalón a su respetable señora: «¡Por fin te apareces, adúltera! Y todavía tienes el cinismo de venir a exhibirte con todo y sancho. (Unos ojos rojizos, aunque nada más de lo blanco, me electrizaron de mollera a talón). ¡Y luego venirme a engañar con semejante esperpento!
El esperpento: «Le juro que yo…» La acusada- «Calma, Servando. Tengo mis razones para hacer lo que hice con este señor. El se acomidió.
Válgame Eva y Adán de pacotilla, a las puertas del paraíso humillábamos la cabeza ante un Yahavé de espada flamígera. Quise hablar; decir, como Adán: «Ella fue la que me indujo a cogerla (tragué camote) del brazo». Pero zacatón que no fuera, como los sordomudos nomás dibujé en el aire dos o tres ademanes, mi lengua, estacionada en la boca «¡Estoy esperando, pérfida.!»
Allá, con su ir y venir de transeúntes, la calle Cádiz. La camioneta a 6 mil decibeles, para agravar la situación: «¡De jugo y para jugo, marchanta! ¡Cincuenta naranjas por tantos pesos!» El marido ofendido tuvo que gritar a toda garganta «¡Adúltera!», y a toda garganta defenderse la baldonada «¡Calma tu ira déjame que te explique!»
– ¿Y el dinero? ¿Qué fue del dinero? ¿Se lo agandalló aquí tu seductor? Tú pagaste el motel y éste se quedó con los jaboncitos Jardines de California
Pero cuál motel, cuáles jardines, cuál seductor, cuál dinero. Ella a punto de lágrimas: «Déjame que te explique». Yo, espantado: «Permítame, señor. Ella y yo de pie; fue muy cansado». Y tartajeaba y el escándalo resonando en el pasillo de Cádiz, Los vecinos, observándonos de reojo Yo, ella intentábamos explicar, pero: «¡Usted, seductor, ahora me entrega ese dinero! ¡Y tú agarra tus garras y lárgate con éste!» Rispido, y qué hacer. Santo Niñito, decía entre mí…
Y el Niñito me escuchó. Ahí aparece el maestro, se detiene a escuchar al Otelo de la Mixcoac, y entonces: «¿Me permite? Es natural que usted, como nuevo inquilino, no conozca a sus vecinos. ¿Qué ocurrió, mi valedor?»
Ahí comprobé la autoridad que en todos nosotros proyecta el maestro, que a sus palabras el iracundo dio el reculón. «Bueno, es que al parecer el bigotón este se trincó a mi señora Mírelos, todos desmadejados».
El maestro, a mí: «¿El motivo de la dificultad con los nuevos vecinos?»
Yo a trancos relaté lo ocurrido, y mis valedores: como entre ustedes, que yo sepa, con marido alguno tengo cuentas pendientes, de corrido voy a contarles lo que al vecino relaté a trancos y sofocones. Todo ocurrió en el transcurso de la mañana de ayer, de anteayer, y no en alguno de los moteles de corta estancia sino en el banco de aquí a la vuelta Del metro llegaba yo a mi depto. de Cádiz, cuando la nueva vecinita me vio, dudó, y después: «¿Sabe usted de algún banco cercano?»
Yo de manera verbal traté de proporcionarle la ubicación del susodicho. Luego intenté dibujarle un croquis, y terminé por ofrecer llevarla yo mismo. Total, apenas tres cuadras. «Sirve de que no me vengo sola», dijo. Ah, caray. Que porque iba a retirar dos mil, y que eso en México tiene pena de la vida
Me encomendé a Dios (¿por qué será que en este sexenio me he vuelto tan mocho, tan beato, tan mojigato y yunquero, que no parece sino que a mí también, como a los hijos de Felipe de Jesús, me educaron las beatas del Verbo Encarnado?) y allá vamos, yo al cuadril de la vecinita (y qué formas de la susodicha qué andares, qué moditos de ser, qué…) Y cuan ignorantes de que nos enfilábamos directamente al averno.
Legamos, entramos, nos identificamos, un cacheo minucioso de la vecina, de mi entrepierna y el fichaje. Ya con la ficha en la mano, a hacer cola esperando turno. Era media mañana, me acuerdo. (Mañana)