Que en medio de la noche y de un bosquecillo de pinos, dije ayer a todos ustedes, se alza un bunker custodiado por militares y vallas metálicas, y que en el intestino grueso del bunker el despreciado padece en sueños aquel tropel de pesadillas que lo cimbran y estrujan, lo acalambran y fuerzan a clamar al cielo implorando el milagro de que acuda en su auxilio el celeste espíritu que su devoción de hijo predilecto del Verbo Encarnado haya merecido. De repente, al conjuro del angustiado, en la evanescente región de las pesadillas se produjo el portento: arropado en capullo de vivas llamas, entre acezantes hocicos de lumbre y apestoso a azufre casi tanto como el convocador, el espíritu de ultratumba que el dormido merece ascendió hasta el cubil del desdeñada «Quién osa llamarme..?»
Tufos, tizne, pestilencias. Manos chorreantes de sangre. Sangre inocente. Díaz Hordas el espíritu merecido del feo durmiente. ¿Quién osa mentarlo en sus pesadillas..?
Ráfagas callejeras de metralleta; retumbar de bombazos, incendios, granadas de dispersión, apagados gritos, órdenes, retemblar de disparos, santo y seña de la ciudad. Rápido, a recoger los descuartizados, ¿esta vez cuántos..?
«Milagro. ¿Es usted mi patrón? Yo creí que era Felipe de Jesús.»
‘Yo, sí, el masacrador, perito en odios multitudinarios. Yo, que tras de la carnicería viví -si aquello fue vivir- apestado, execrado, canceroso (porque al que obra mal se le pudre el seculorum). Éste que ahora soy viene en tu auxilio. Levántate y anda».
«¿A dónde, patrón, si se puede saber?»
«A dónde ha de ser, a agasajarte con lo que hasta ahora y por falta de méritos no haz conocido. Vamos a donde escuches el son deleitoso de los aplausos, las ovaciones, las aclamaciones. Levántate».
El durmiente se remueve. Una babilla le escurre por unos labios de este grosor. «¿Aplausos a mí? Usted bromea, mi señor. ¿A mí, aplausos? ¿Aclamaciones a mi persona? Tendría que escucharlos de un disco, detrás de vallas de acero y ante un panorama de lomos y nalgas verde olivo que me traen de huelevientos».
«Hombre de poca fe, toma mi mano». (Hasta aquí, hasta el bunker, como amortiguados gritos de parturienta, un aullar de sirenas de ambulancia en contrapunto con las sirenas de los vehículos policiales. En los bandazos del viento, tufos de sangre. Fresca, recién derramada) «Afiánzate en mi mano».
«Se resbala, señor. ¿Se la untó con aceite de cártamo? Huelen a…»
Y ahí fue. En sueños, el malquerido fue transportado por el Mefistófeles cimarrón a través del éter hasta la ceja de alguna barranca umbría repechada entre roquedales. Ahí Fausto y su Mefistófeles de pacotilla hicieron pie. «Los lugareños la nombran Barranca del Eco. Es aquí donde yo, en vida -vida es un decir-, después del destazadero venía a consolarme sólito, que fue mi onanismo mental. Pon atención».
Y acercándose al filo de la barranca, Díaz Hordas toma aire y se echa a aplaudir mientras ulula a todo vuelo de voz: «¡Viva Díaz Hordaaas!
La Barranca del Eco, entre lúgubres desgarramientos: «¡íva-íaz-ordaas!» Y aquellos aplausos, ecos de aplausos, ecos de ecos. «¿Ves qué fácil? Anda, hazte ovacionar de gratis para que sientas lo que son los aplausos».
Y vamonos, que a la tentación de las ovaciones y en la medianía de una pesadilla que se coloreó en tono rosa (rosa mexicano), el hombrecillo del bunker se acerca a la ceja de la barranca, enarca la ceja derecha (la suya propia, no la de la barranca), y entonces se suelta aplaudiendo que hagan de cuenta que está viendo a Obama y al propio tiempo se pone a gritar, aguda voz, estridente: «¡Amigs, amigs, viva el se-ñr president.!»
Y el batir de las palmas. «¡Viva el president de ls mans limpiaaas..!»
Se detiene. Aguza la oreja Nada «Ni para eso te alcanza la voz. A ver, inténtalo otra vez, ¡pero con hovos y sin tragarte el final de cada vocablo!»
El susodicho toma aire otra vez. Un nuevo intento, desconfiadón: «¡Viva el presidente del empleooo..!» Y sí esta vez. Raudo, el eco. La peña viva, los peñascales, al «viva el presidente del empleo» todo el mundo mineral le retachó, a pulmón de roca, el pregón: «¡Viva López Obradooorr!»
Y válgame, qué claridad, cuánta contundencia Un último intento, a la desesperada «¡Viva el presidente con el mejor equipo económico del mundooo!» La barranca «¡Que viva el Peje, y tú vete muuu-cho aaaaa.!» (Aaah…)