Fue en el 2005 cuando envié a la señora este recado que reviste, a mi juicio, renovada actualidad porque empieza a ocurrir lo que tanto temía:
Ella, la cautivadora, como a Ulises-Odiseo la sirena del mito, ya comienza a cantarme. A lo lejos. Yo, como el héroe, con cera me tapono los oídos. Ella tiende sus redes. De carnada me apronta una imagen si no hermosa, sí hermoseada, relujada con primor. Yo, cerrando los ojos la dejo pasar; a ella que a la distancia me sonríe, me camela, guíñame un ojo. A ella, la maga Circe que se me quedó en la foto. Y no más. Mis valedores…
Miro su foto en el diario; la observo hasta bizquear. En ella advierto la imagen de una sirena más bien madura, rostro no bello, pero hermoso en lo enérgico de sus rasgos, en la apostura de su continente, en su presencia y en lo que el rostro evidencia del carácter de la mujer: firmeza, audacia, decisión, la pura mesura, la ponderación. Pues sí, pero no, que es mujer casada y, por lo que sé, de muy firme moral personal y arraigadas creencias religiosas. Como sea, tal parece que anda en agencias de ganarse mi voluntad, algo que no ha de lograr, de eso estoy muy seguro. Desconfío. Arisco, sí, por supuesto. Por ella misma conozco parte de su currículo, salpimentado de cualidades morales como mujer, hija, compañera de varón. Que ha logrado integrar una muy unida familia; que ambiciosa no es y que de modesta se precia, y de muy firme en amores y convicciones. La mujer fuerte de la parábola, pues…
Pues sí, pero no, que mi voluntad nunca va a conquistarla No a este perro viejo en el oficio de seducir y ser seducido. Digo entre mí: «Eso que me dice se lo dice a tantos». Y en lugar de que me le brinde, me le blindo y me parapeto frente a las artes de matrona seductora que se exhibe ante las niñas, ellas tan candidas (las de mis ojos). Al influjo de sus cantos de sirena me hice atar al palo mayor y, como ocurrió con Ulises-Odiseo la cera lacera mis oídos (de campeche, no cerilla por mi poca higiene), pero me evita el peligro de caer al hechizo de su reclamo musical. Yo, de tenerla enfrente, diría a la señora del cabello luengo, la mirada firme y, al parecer, el carácter roqueño: Señora mía (de su marido, más propiamente): bellas cualidades humanas advierto en usted, ¿pero qué tal si una vez que la declare mi soberana pega el soberano cambiazo? ¿Qué si al respirar los aires de las alturas (gracias a mí y a tantos más que cayeran al hechizo de sus cantos), aflora en usted ese pequeño Mr. Hyde que todos llevamos dentro y que, mal que bien, mantenemos encadenado? Porque usted bien conoce que los de allá arriba son aires enrarecidos, que marean y trastornan y absorben el seso.Señora:
No creo que usted diese ese cambio atroz. La percibo madona de espíritu, que es decir de razón, imaginación, lógica, vida interior, decoro, sensibilidad y la suficiente cultura como para no caer en los excesos de toda arribista Usted perdona mi exceso de suspicacia, ¿verdad? Porque, señora, yo le pregunto: ¿se tantea con la suficiente autocrítica como para no ir a caer en los alardes baratos, carísimos para mí y los demás, de nueva rica? ¿Quién me asegura que ya logrado su intento no perderá cordura y decoro, y entonces aflore en público toda la zafiedad de algunas otras, y la supina ignorancia de todas ellas, y su codicia desbozalada y rampante vulgaridad? ¿Qué tal si ya en pleno deslumbramiento usted también por nunca haber sido, busca, por compensación de no ser, tener? Sus derroches los pagaríamos yo y la multitud de aturdidos que hubiésemos caído en su hechizo. ¿Qué nueva catástrofe va a ocurrir si le brotan, salpullido de la mediocridad, esos instintos rupestres, pedestres, de la arribista, y a lo compulsivo le da por figurar, por atragantarse de protagonismo y alumbrar su figura con todo el fulgor de todas las candilejas, y a mis costillas se rodea de lujos, derroches y toda suerte de alardes de nueva rica? Señora
Tiene padres, tal vez; tiene hijos y toda una familia ¿Caerá en la abyección de atascar de dinero ajeno a toda esa parentela? ¿Dará mi dinero al padre, al hijo, al Espíritu Santo? Y lo catastrófico: ¿intentará heredar el sillón de Los Pinos cuando termine su sexenio de «primera dama», si es que su marido (catástrofes así suelen estallar) llega a la presidencia del país? No. Lo que es por mi voto usted nunca de los nuncas va a caer en el bataclán esperpéntico de «primera dama». Tengo la impresión, señora Margarita Zavala, de que usted vale mucho como para eso. Y ya Mis valedores:
Eso expresé en el 2005. Hoy, protagonismo, limosna juguetera, riñas con alcaldes, viajes de un lujo primermundista que entre tantos financiamos. (Dios.)