La boca me sabe a sangre y los dientes a panteón No, un momento, ninguna bravata. El salobre sabor de la boca es producto de cierto episodio familiar que se produjo la madrugada del domingo anterior en el seno de un matrimonio católico y dentro de un católico hogar, incidente que ahora me dispongo a narrar para todos ustedes. La crónica:
Vecindad de barrio bajo, ya al punto de amanecer. Silencio en la vivienda 34 del segundo piso, junto a los servicios excusados. En este rincón cerca del cielo se ubica el hogar de don Felipe de Jesús y su dignísima esposa doña María, un matrimonio católico que Dios ha bendecido con tres, cuatro chamacos. Pues bien, pues mal, pues pésimo: aconteció que en rayando el alba del domingo de marras, de repente el estrépito: hasta el hogar arribó el católico Felipe de Jesús, más crudo que a medios chiles, y más mareado que crudo, y más rabioso que mareado, buscando pendencia con su católica consorte Y aquella estridencia que trizó el silencio de la madrugada
– ¡María, con una tiznada dónde estás, que no estás en la cocina, como Dios manda No me vayas a salir con que todavía no
me preparas mis chilaquiles!
Temor y temblor. Haciendo a un lado los calzones -que comenzaba a lavar antes de que las vecinas le ganen el lavadero-, la dicha María se limpió los grumos de detergente y caminó hasta la cocina donde había desembocado el marido, y encarándosele:
– ¡Briago otra vez, desvergonzado! Ya te habrás bebido el gasto de la semana ¿No es así, vicioso de miércoles?
– Ándale, pues yo estaba en que apenas era sábado o domingo. ¿Qué pasó con mis chilaquiles? Necesito que el mundo deje de estar dando vueltas frente a mis ojos. Todo se mueve, se menea y me estalla en mi cabeza..
– ¡Borracho, desvergonzado! Ay, santo Señor de Chalmna, que vivir con un vicioso nomás no es vivir.
– ¿Que qué? ¿Cómo te atreves a levantármela o sea a la voz? ¿Quién crees que eres tú para juzgar mis expansiones como hombre de la casa?
Y ándenle, que ahí, dentro del católico hogar, estalló la contienda verbal: gritos, insultos, reclamaciones, descalificaciones: «Y luego por qué se ve uno en la imperiosa necesidad de trompearlas como Dios manda Ora verás, deslenguada para que aprendas a no faltarle al respeto a tu señor».
Y que va busca y da con el leño, y con el leño da contra la infeliz a la que ha pepenado de los cabellos. Y ándenle, que garrotazos van y rodillazos vienen. Donde caigan. En pleno rostro el pestilente aliento de unas fauces resecas: «¡Yo te voy a enseñar a respetarme como Dios manda.!»
– ¡No, aguarda qué vas a hacer. Tus hijos nos están viendo. ¡Ay, maldito, aborrecido, que en la cara no, Felipito..!
Y ese escándalo, y esas carnes maceradas, y los vocablos envenenados, y esos insultos como sañudos escorpiones, y el estrépito del vidrio que se rompe, y las cacerolas que caen al suelo, y el llanto de las criaturas. «¡Ya papá, suéltela, que nos va a quitar la poca madre que nos ha dejado!»
Ah, los procedimientos de los machos muy machos…
Silencio en el interior del católico hogar. Curiosas, morbosas, las vecinas aguzan la oreja detrás de las puertas, contenida la respiración y entreabierta la boca
– A ver si no le dio un mal golpe que la mande otra vez a Urgencias.
– Fuéramos a inspeccionar el lugar de la refriega
– ¿Estás loca? Chance y hasta con el lugar de la refriega vayas a perder con el palo de ese macho sobrón.
– El narco de la vivienda 28 le prestara a la pobre María su cuernos de chivo, para que de una vez le quitara lo broncudo al carbón.
En la vivienda 34, silencio. Luego un llanto de criaturas. El silencio, una vez más. En La Sagrada Familia las primeras campanas de la misa primera Mis valedores: ¿lo miran ustedes? Ahí, a medio cuarto, el Felipe de Jesús ha bajado la guardia (la tranca, más bien); mientras intenta acompasar el resuello observa a la mujer que boquea y avienta sangraza por boca y nariz, desgarrado el refajo y con hematomas en brazos y pechos. Los chamacos mirando, nomás mirando. Ahí, abatido el garrote, habló el vencedor:
– Bueno, ya no la hagas de fumarola Como si fuera la primera vez…
María arrecia el llanto contenido. (Y esto sigue mañana)