«¡Mujeres y gays, a su casa!»

Esta vez, mis valedores, Ratzinger y el sexto Encuentro Mundial de las Familias, que el tanto de cinco días vomitó anatemas contra divorciadas, homosexuales, mujeres de minifalda y escote o que protegidas por la ley se atrevieran a interrumpir su embarazo. Esto me recordó los métodos con que los predecesores de Ratzinger indagaban la verdad o «legalizaban» la mentira Ayer, por salvarles el alma quemaban con leña verde a mujeres que previamente habían torturado. Hoy, a las que se declaran dueñas de su propio cuerpo, los torquemadas les dejan intacto el físico, pero su alma la condenan al fuego eterno. Aquí sigue la crónica de la sesión de tormento que en alguna de las cámaras de la apodada «santa» Inquisición, en la España del siglo XVI aplicaron el fraile dominico y sus torturadores a cierta desdichada a la que voces anónimas habían acusado de judaizante. Palabra a palabra el horror:

Ordenaron que apretasen más las cuerdas. Dijo: «Señores, ¿no sentís piedad de una mujer?» Le dijeron que sí, si decía la verdad. Dijo ella: «Señor, dime, dimelo». Volvieron a apretar las cuerdas y ella dijo: ‘Ya he dicho lo que hice». Le ordenaron que lo contase con detalle, ante lo cual dijo: «No sé cómo contar, Señor, lo que no sé». Separaron las cuerdas y las contaron, y había dieciséis vueltas. A la siguiente, la cuerda se rompió. Ordenaron entonces que la pusieran en el potro. Dijo ella:

«Señores, ¿por qué no queréis decirme lo que tengo que decir? Señor, ponme en el suelo… ¿acaso no he dicho lo que hice, todo?» Le ordenaron que lo dijese. Dijo: «No me acuerdo… sacadme de aquí…, hice lo que dicen los testigos. Señores, soltadme, pues no me acuerdo».

Le ordenaron que lo dijese. Ella dijo: «No lo sé. Oh, oh, me están despedazando… he dicho lo que hice… soltadme». Le ordenaron que lo dijese. Ella dijo: «Señores, de nada me sirve decir que lo hice, y he reconocido que lo que he hecho me ha traído estos sufrimientos… Señor, tú conoces la verdad… Señores, por el amor de Dios, tened piedad de mí. Oh, Señor, quita estas cosas de mis brazos… Señor, suéltame, me están matando».

La ataron en el potro con las cuerdas, la instaron a decir la verdad y ordenaron que apretasen los garrotes. Ella dijo: «Señor, ¿no veis cómo esta gente me está matando? Señor, lo hice., por el amor de Dios, suéltame». Le ordenaron que lo dijera Dijo: «Señor, recuérdame qué decir. Señores, tened piedad de mí…, lo hice… sacadme de aquí y recordaré lo que aquí no puedo».

Le dijeron que dijese la verdad o apretarían las cuerdas. Dijo ella «Recordadme lo que tengo que decir porque no lo sé… Dije que no quería comer la carne de cerdo. Sólo sé que no quise comerla y esto lo repetía Le ordenaron que dijese por qué no quiso comerla Dijo ella «Por la razón que dicen los testigos… no sé como decirlo… desdichada de mí que no sé cómo decirlo. Digo que lo hice y Dios mío, ¿cómo puedo decirlo?» Luego dijo que, como no lo hice, ¿cómo podría decirlo? No quieren escucharme.., esta gente quiere matarme… soltadme y diré la verdad». De nuevo la exhortaron a decir la verdad. Dijo: «Lo hice, no sé cómo lo hice…, lo hice por lo que dicen los testigos… soltadme… he perdido el juicio y no sé cómo decirlo… me están arrancando el alma., ordénales que me suelten… hice lo que dice la Ley».

Le preguntaron qué Ley. Dijo: «La Ley que dicen los testigos… lo declaro todo… oh desgraciada madre que me parió» (…) Ordenaron dar otra vuelta a los garrotes y la exhortaron a decir que Ley era Dijo ella «Si supiera qué decir, lo diría ¡Oh, mi corazón! ¡Oh, Señor, me están matando…!»

Le dijeron que si deseaba decir la verdad antes de que le echasen el agua que lo hiciera y así descargaría su conciencia Ella dijo que no podía hablar y que era una pecadora Luego colocaron en su garganta la toca (embudo) de lienzo y ella dijo: «Quitádmelo, que me estoy asfixiando y se me revuelve el estómago». Entonces vertieron una jarra de agua Ella pidió a gritos confesarse, diciendo que estaba muriendo. Le dijeron que la tortura continuaría hasta que dijese la verdad, pero aunque la interrogaron repetidamente ella había quedado silenciosa». Mis valedores:

¿Alguno se habla con Ratzinger? ¿Con Norberto Rivera, cardenal de la Iglesia Católica? De ser así, ¿quiere mostrarle esta crónica y ya que la lea preguntarle si como excretor de excomuniones no añora los métodos del «Santo» Oficio? Porque motivos para la añoranza ahí están. ¿Que ya no hay judaizantes? Pero sí homosexuales y mujeres de minifalda y escote, aunque lástima excomuniones en vez de potro de tormento. En fin. (Laus Deo.)

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