Anticipación a la muerte

Contra mi se juntaron todos – En las manos del impío Él me hizo caer – Próspero estaba, y me desmenuzó – Me arrebató por la cerviz y me despedazó -Y me puso por blanco suyo – Partió mis ríñones, y no perdonó…

Los desdichados esta vez, mis valedores. Los del ánimo contristado. ¿Por qué en ocasiones este despertar ceniciento, por qué semejante desánimo y la sensación de que ya todo es inútil, de que las labores de este día y las de esta vida, rutinarias, carecen de todo sentido, de que son las mismas que realizamos ayer, y que habremos de ejecutar mañana? Un Sísifo de petate; así me sentía esta mañana, y qué hacer…

¿Recuerdan ustedes a Sísifo, personaje de la mitología griega? Sí, ese malandrín al que los dioses condenan de por vida (de por muerte) a trepar un enorme piedrón hasta la cima de un cerro, para que de la ornare precipite hasta el suelo, y Sísifo baje para volver a treparlo, y que la piedra caiga otra vez, y otra, y otra vez a treparla, y así hasta la eternidad. Un Sísifo de pacotilla me sentí esta mañana, repasando las tareas por cumplir. Y aquel desaliento…

Fue así como un ánimo apachurrado me llevó a iniciar el presente artículo con el tema de los desdichados venidos a menos, esos que conocieron tiempos de dicha y días de abundancia; que fueron los consentidos de la fortuna y son ahora sus entenados que, de repente, cuando menos lo esperan, en pleno rostro reciben el aletazo de la desdicha, y a rodar sin rumbo y sin asidero. Mírenlos ahí, malaventurados que lamentan con Job los tiempos en que eran felices, y no lo sabían:

¿Por qué se da vida a los de ánimo en amargura? Porque antes que mi pan viene mi suspiro, y mis gemidos corren como aguas…

Así, arrastrando la cobija, inicié las labores acostumbradas, con la sensación de que nada le daba sentido a mi día ni a mi vida, cuando de súbito ahí, milagrosa, la trompeta de la resurrección: un toque. Un toque, sí, pero no de los que alguno sospecha, que conmigo licor y otras drogas toparon en tepetate. No, un toque de campana en la puerta, y sí, una tandada de desdichados que me volvieron a la vida; sus seres queridos, todos luchadores sociales, permanecían en donde el Estado de derecho reserva para esa clase de mexicanos: el calabozo. Y que la fianza, y que los abogados, y que…

Los recién llegados buscaban el valimiento oportuno de aquellos de ustedes que a base de humana solidaridad mantienen vivo y actuante el Centro de Acopio de El Valedor, que si creyentes o no creyentes, se atienen a la exhortación del Nazareno: «Sed compasivos como vuestro Padre lo es».

Un sentimiento que ilustra a cabalidad en una de sus soberbias parábolas. Relean, si no, esa del Buen samaritano que, a diferencia de la impiedad del sacerdote y el levita, «viendo al herido fue movido a misericordia, y llegándose a él vendó sus
heridas, echándoles aceite y vino».

– Haz tú lo mismo, aconseja Jesús al aturdido que lo interrogaba: «¿Quién es mi prójimo?» Y aun a poco andar, la requisitoria contra todo creyente: «¿Por qué me llamas: «Señor, Señor«, y no haces lo que digo..?

Pero en fin, que ni yo soy párroco ni están ustedes para escuchar fervorines, ni este el lugar ni el tiempo de la predicación, sino del ejemplo, y a esto quería yo llegar: ocurrió, mis valedores, que a un desdichado asaltaron y acaban de herir hasta darlo por muerto, y en viéndolo en la desdicha cierto samaritano de utilería le tendió la mano y, alzándolo del suelo donde yacía a medio morir, lo llevó consigo y le dio valimiento, y estoy seguro de que de este trance no ha de morir. La crónica del suceso, que ocurrió a la salida de la estación del metro Balderas:

Caminaba yo aquella mañana por la banqueta, abstraído en cierta figura que traía en mente (ojos que te vieron ir, mi única…) cuando miré al desdichado caído ahí, en mitad del arroyo (el arroyo vehicular), entre basuras y escupitajos. Desconfiadón, receloso, ya me disponía a seguir mi camino, pero un no sé qué me detuvo, y entonces me incliné y le tendí la mano (que a la hora de mi muerte, Señor, me lo tomes en cuenta…)

Esto de que la desdicha se me atraviese no es inusual espectáculo en la deshumanizada ciudad. Días antes del suceso que seguiré relatándoles, y en plena estación del metro aquel muchachejo tirado en pleno cemento, encementado él que hagan de cuenta un cadáver al que los viandantes, apresurados rumbo a rumbos imprecisos, ignoraban. (El lunes le sigo.)

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