Alcohólicos

Y es como para preguntar al ama de casa que acaba de atravesar los excesos navideños: el marido y los comensales, que al uso católico celebraron a punta de brindis el nacimiento de Cristo, ¿superaron a estas horas el malestar físico? ¿Lo lograron a pujidos y volviendo el estómago o volviendo al gollete de la botella? Yo (conmigo el alcohol topó en hueso) alguna vez tuve una compañera que se quejaba del marido alcohólico. Sucedió que..

A la frutal sota moza la conocí hace algunos años, y al tanto de meses hicimos pareja, y aún andaríamos entreverados en recovecos de amor, de no haber mediado tres buches de una de a litro. La estoy recordando: joven ella, talento y sensibilidad, hambre de vida. Su abrupto desgajamiento me dejó marchito, vacío, fuera de mí y de este mundo. La separación de los amantes. Si sabré yo de esas mataduras…

Que, divorciada, los años de matrimonio con un alcohólico fueron de espanto, y qué tan dañada no quedaría, me dijo, que su vida penduleaba del sillón del analista a la sesión de alcohólicos anónimos:

Y aquellas sesiones, la moza y yo vulnerados por la catarsis de los fardos humanos (angustia, ansiedad) que a chupetones de café y cigarrito se daban a la jadeante maniobra de drenar el espíritu. Al final, ella (tan ansiosa, tan joven y vulnerable) me jalaba hasta la cafetería, y apenas entrando vamos afuera, y rematar en el parque público, y apenas llegar, a enfilar a cualquier carretera, y sin alcanzar resuello conducir el coche como buscando en el mundo un sitio que nunca pudo encontrar. Terribles, sí, las secuelas de su convivencia con un alcohólico. Yo, la zozobra por aquello de no lograrla entender…

Recuerdo la sesión que sería mi última y los fruncimientos de ánimo que me provocó el rito en que los humanos redrojos a pujidos vomitaban sus testimonios de horror y dolor. Ah, beneméritos, amarga y seca la boca y en tensión el aliento, pregonando a fuerza de tics y visajes su irreductible compulsión por el licor. Yo, apretado a la compañera que se apretaba a mi cuerpo, cómo no conmoverme…

– Me llamo Juan y soy un alcohólico. Me han internado en el manicomio. Choques insulinicos y electrochoques. Ustedes dos, bienvenidos.

Y ni cómo decirle que yo no soy más que un abstemio que acompaña a la víctima del alcoholismo. Ahora esa otra, tan joven y ya envejecida: «Mi nombre es María. Soy alcohólica Al amanecer entre la basura y el escupitajo clamaba a todas partes, a ninguna: ¿vivir todavía un día más? Quería aullar…

Inquieta, a lo compulsivo, mi compañera escuchaba, se abotonaba y desabotonaba una blusa sin botones, porque era un suéter azul. «Cálmate, mi niña». El del cigarrillo sin encender: «¿Vivir? ¿Seguir vivo? ¡Mi cuerpo se desgajaba por dentro! Exigía alcohol, ríos de alcohol! Y aquella soledad…»

Soledad del que en el licor ahogó empleo y amigos, hijos y mujer; todo, comenzando con la propia estima, el ajeno respeto, el decoro, la dignidad.

¡Dios, y así me juras que existes, y existes para qué, si de llevarte a mi chamaco sí te acordaste, y de mí no te acuerdas! Y a la botella..

Terminó la sesión, pero afuera, se rumoró con zozobra, un agente de cierta campaña alcoholera repartía licor a quienes iban saliendo. Cuidado, mucho cuidado. Lo comenté con mi compañera, y sin malicia la dejé separarse, y fue para nunca más. Dónde ande a estas horas…

«Afuera te espero, amor», fueron sus últimas palabras. Yo salí al rato, busqué a la compañera y… ¡Dios, cómo la fui a encontrar! Sorbiendo a lo compulsivo de una botella que con otros se arrebataba «Pero mujer, escúchame». Qué me iba a escuchar. «Niña», alcancé a decir. Ella, botella en mano, ya había trepado al coche, ya a lo violento daba el arrancón, la botella en la diestra y hasta hoy. Si viva o muera a estas horas, cuando conozco la verdad: era ella la alcohólica, no su marido. Fue él, abstemio, quien se divorció de la enferma Me encaré al que les repartió las botellas: «¡Perverso, sicópata, depravado!» Entonces él que abre la boca, que teoriza, razona, argumenta Yo, a gritos: «¡Oiga pues tiene razón! ¡Es por toda la humanidad! Preste acá esas botellas, que yo le ayudo a repartir».

¿Mal hecho, dicen ustedes? A ver, un momento: ¿y si en uno de esos alcohólicos arrepentidos se escondía alguno que por azar pudiera llegar a Los Pinos? ¿No es lo que le ocurrió al pueblo de EU con un Bush genocida y ex-alcohólico que desde La Casa Blanca ha dejado en ruinas a sus paisanos y al resto del mundo? ¿Un briago en Los Pinos? ¡Nunca! (Eso pensé.)

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